La acción del gaucho Rivero
Once días después de consumado el despojo, el capitán John James Onslow abandonó el puerto de Nuestra Señora de la Soledad, permaneciendo en tierra treinta y un hombres, sin contar las mujeres ni los niños: 14 argentinos y 17 extranjeros.
El 3 de marzo entró la nave Harriet, donde regresaba el escocés Mateo Brisbane. La situación de éste era equívoca, pues había estado al servicio del gobernador Vernet y ahora actuaba bajo las órdenes de los ingleses.Cuando a los pocos días fondeaba la goleta inglesa Beagle, el capitán Fitz Roy, sin duda en entendimiento con la gente de Onslow, se dirigió a Brisbane pidiéndole que confirmase al francés Juan Simón como capataz de los peones. Hacía el oficio de carnicero el irlandés William Dickson, y de este modo, tres extranjeros, bajo el pabellón británico, tomaron las riendas de la colonia.
De los argentinos había ocho en desacuerdo con nuevo estado de cosas, y formaron grupo aparte capitaneados por el gaucho entrerriano Antonio Rivero. Estos habían presenciado con natural desagrado la intrusión arrogante del capitán Onslow y el arriamiento de la bandera argentina, reemplazada por la insignia de la Jack Union. Ahora Dickson tenía el coraje de rechazar los vales que Vernet había entregado a los peones en pago de sus trabajos, y Simón les prohibía faenar ganado manso, viéndose obligados a salir en busca de alimento persiguiendo a las vacas chúcaras.No pudiendo tolerar más aquella situación, los gauchos se sublevan el 26 de agosto, atacan la comandancia y matan a Brisbane, a Dickson, a Simón y a otros dos más.
"Los gauchos, llevados casi al frenesí, con una furia patriótica, sacaron la enseña inglesa y, delirantes, enarbolaron la de Belgrano", dice el historiador Martiniano Leguizamón Pondal. El resto de los pobladores, con las mujeres y los niños fueron respetados (Martiniano Leguizamón Pondal: “Toponimia criolla en las Malvinas”, Editorial Raigal, Buenos Aires, 1956).
De este modo el gaucho Rivero y sus hombres recuperaron las Islas Malvinas y mantuvieron dominio sobre ellas durante seis meses, ignorados totalmente por las autoridades de Buenos Aires y sin que los reconquistadores pudieran comunicarlo.
El 23 de octubre entró a puerto la goleta Hopeful, comandada por el teniente inglés Henry Rea, y poco después las naves Rose y Susannah Anne; pero luego de enterarse de la situación y de matar tres toros, zarparon sin atreverse a izar la bandera inglesa, para ir a dar cuenta a sus superiores del cambio operado.Por esos días llegó a San Salvador la Antarctic, y su comandante, el capitán norteamericano Nash, se entrevistó con Rivero, quien le llevó a bordo varias reses vacunas.
También se proveyó de carne a los demás pobladores, recluidos en el islote Peat. Al ver que no llegaban socorros de la costa argentina, el gaucho Rivero y sus compañeros se dispusieron a preparar una balsa que los condujera a la Patagonia; pero no pudieron cumplir su propósito porque el 7 de enero de 1834 llegó a Soledad el Challenger, al mando del capitán Seymour, y la Hopeful, con el teniente Rea, que había ido a buscarlo.
A bordo llegaba el teniente Henry Smith, constituido, probablemente por Onslow, en comandante de las islas, quien tornó a izar la insignia británica y organizó una partida armada para capturar a los gauchos, alejados ante la llegada de aquel relevo. Era una empresa ardua, pues éstos estaban dispuestos a jugarse la vida y, como se hallaban escasamente armados, se refugiaron en los cerros.Cerca de tres meses duró esta encarnizada persecución que acabó por agotar a los argentinos.
Uno de los peones, Luna, traicionó a sus compañeros, y otro, Brasido, desertó, temiendo perecer en alguna emboscada.El 6 de febrero el comandante Smith envió una nota al capitán Nash, diciéndole: "Yo, Henry Smith, teniente de la Armada de Su Majestad Británica, y comandante de la Falkland del Este, pongo en conocimiento de todos los buques de que hay un establecimiento en Puerto Luis y que los seis gauchos de la campaña son asesinos y que cualquier ayuda o apoyo que se les dé a cambio de carne vacuna o de otro modo, será considerado por mí como una agresión contra el gobierno británico".
¡He aquí a un inglés en tierra argentina juzgando a gente argentina!Los extranjeros se vieron reforzados con la llegada de la Beagle y la Adventure y pudieron, "valiéndose de un engaño", apresar a los compañeros de Antonio Rivero. Entonces éste, solo, acorralado, fue capturado y engrillado. Los cinco fueron embarcados en la Beagle, conducidos a Gran Bretaña y encerrados en la prisión de Sherness, en el Támesis.The Weekly Despatch, de Londres, del 3 de agosto de 1834 comentaba, sin embargo:
"Se cree que valiéndose de un engaño los villanos fueron arrestados. A este acto espantoso se añade otro proceder infame llevado a cabo por la goleta Susannah Anne, cuyo capitán Ferguson se llevó del establecimiento, aprovechándose de los acontecimientos, todas las pieles de foca del capitán Brisbane".
¡El norteamericano Silas Duncan, después del atropello de la Lexington, robó las pieles de Puerto Soledad, y el inglés Ferguson, capitán de la Susannah Anne, lo imitó pocos meses después robándose las pieles del mayordomo de Vernet!
Las actas labradas en las islas por Smith, Helsby y Rea, con las declaraciones de los deponentes, fueron entregadas al Almirantazgo. Mas el tribunal británico, luego de analizar los hechos y no hallando elementos de juicio suficientes para condenar a los prisioneros argentinos, resolvió devolverlos a su patria. Los cinco gauchos fueron embarcados en el Talbot y dejados en Montevideo, desde donde Rivero pasó a Entre Ríos, su provincia.
No existe documentación argentina contemporánea que permita juzgar la conducta de los criollos en aquella emergencia. La única conocida, al menos hasta hoy, es la documentación de la parte interesada: la británica. Pero la sensatez nos dice que si el Almirantazgo y la prensa británicos no se atrevieron a condenar a Rivero y a sus compañeros, mucho menos habríamos de condenarlos nosotros. La acción decidida de Rivero contra extraños en la propia tierra, ¿merece el repudio o el aplauso de sus compatriotas?Sin embargo, cuando la Cancillería argentina requirió opinión a la Academia Nacional de la Historia con motivo del homenaje que proyectaba la Comisión Pro Monumento al héroe Antonio Rivero, presidida por el doctor lsmael Moya, la Academia se apresuró a expedir, en abril de 1966, un dictamen suscripto por los miembros Ricardo Caillet-Bois y Humberto F. Burzio, declarando que Rivero no era acreedor al homenaje por tratarse de un delincuente.
El dictamen es contradictorio y está redactado con premeditado fin de restar mérito a la acción de los criollos. Da total crédito a las actas inglesas, omite datos que favorezcan a Rivero, e insinúa sospecha de que éste estuviera implicado en la muerte del mayor Mestivier, cuando los criminales fueron identificados y fusilados en el Retiro el 8 de febrero, entre ellos el asesino de Mestivier, el negro Manuel Sáenz Valiente.
"La documentación conocida —dice el dictamen— es indudablemente auténtica y no obstante su origen nada hace presumir que los hechos relatados no se ajustan a la verdad".Una cosa es decir que la documentación es auténtica y otra muy distinta que se ajuste a la verdad. Un historiador responsable no puede basarse exclusivamente en papeles extranjeros para juzgar actitudes argentinas.
Un poco de sentido común nos advierte que si los norteamericanos y los ingleses trataron de pirata a Luis Vernet, porque había apresado naves clandestinas, no puede aceptarse su testimonio para juzgar a gauchos criollos en una acción antibritánica.
Rivero y sus compañeros no estaban del lado de los usurpadores como los extranjeros muertos. ¿Quién es tan crédulo para aceptar que los ingleses redactaran actas en términos favorables a quienes les hicieron tremenda oposición? ¿Qué valor jurídico tienen las declaraciones hechas bajo coacción por los enemigos, tomadas a gente en su mayoría analfabeta que ignoraba lo que estaba escrito? ¿Qué valor moral tiene el informe del teniente inglés Rea, capitán de la Hopeful, que se retiró de Puerto Soledad
"dejando a los pobladores extranjeros, entre los que se encontraban mujeres y niños, completamente abandonados en un islote sin más comida que la pesca y los huevos de aves marinas, y sin techo ni paredes, totalmente a la intemperie",
según Leguizamón Pondal Resulta ingenuo atribuir buena fe a documentos redactados por ingleses que siempre consideraban delincuentes a quienes se les enfrentaban. "El anglosajón ha pretendido cohonestar alguna vez su fechoría afirmando no haber desbaratado allí ninguna ocupación organizada y responsable, sino factorías de aventureros sin ley: a piratical colony" (Carlos Obligado: Prólogo de “La tercera invasión inglesa”, por Antonio Gómez Langenheim, Editorial Tor, Buenos Aires, 1934).
¡Ellos, los británicos, son los honorables; los otros, los que se les oponen, los bandidos! A piratas como Drake y Hawkins se los considera caballeros y han sido premiados por sus depredaciones; Beresford y Popham son héroes en su patria, y los reconquistadores de Buenos Aires, bandidos, pagando Liniers por su hidalguía con su vida en Cabeza de Tigre.La actitud del inglés, con respecto a la Argentina, representa el caso del ladrón que defiende su botín alegando que el dueño legítimo es un delincuente porque lucha por recuperarlo.Al comentar el opúsculo “El episodio ocurrido en Puerto Soledad de las Malvinas, el 26 de agosto de 1833”, editado por la Academia Nacional de la Historia, decía un diario porteño: "Cabe lamentar que piezas como éstas que, según parece, vienen a fallar definitivamente sobre un problema que ha suscitado amplios debates públicos, se publiquen fragmentariamente sin establecerse previamente el criterio con que los compiladores –Ricardo Caillet-Bois y Humberto Burzio– las han mutilado" ("Clarín", 11 de abril de 1968).
Un sentido más patriótico sin duda primó en el Consejo General de Educación de la provincia de Salta al imponer, por resolución 1.663 del 28 de diciembre de 1966, el nombre de Antonio Rivero a la Escuela Nocturna N° 9, de la capital provincial.
FUENTE, La Gazeta Federal.
Prof GB
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