Argentina: ¿hacia dónde vamos?
Cada día que pasa aumenta la confusión política en la Argentina y el país se aproxima al borde del abismo. Los hechos hablan a los gritos: el proyecto de Presupuesto 2023 expone con crudeza un ajuste que tiene por objetivo principal asegurar el pago de los intereses de una deuda externa privada y pública que crece al ritmo exponencial de sus intereses. Por más cosechas, productos y recursos naturales que el país exporte, y por más ajuste del gasto social que se haga, esta deuda seguirá creciendo de un modo insostenible. El dólar soja, lejos de ser una panacea, sirvió para pagar los intereses de la deuda contraída con el FMI. Al mismo tiempo, multiplicó las ganancias especulativas y el poder político del grupúsculo de empresarios que controla las exportaciones.
Ahora, aprovechando las futuras exportaciones de maíz y trigo, irán por más. Mientras tanto, y al calor de una remarcación desenfrenada, otro grupo de empresarios logró imponer aumentos de precios superiores a los precios de sus materias primas. Un caso notorio es el de los alimentos: allí existen fideicomisos y leyes que deberían impedir estos “desajustes” brutales. Sin embargo, reina la ley de la selva.
Los diálogos del ministro de Economía con los grandes empresarios “para que no hagan locuras” consolidan esta remarcación salvaje. Su viceministro, mientras tanto, se enjuaga las manos y admite que las ganancias empresariales son de una magnitud inédita, pero cree que el culpable es el dólar. Milagrosamente, los sectores más vulnerables esperan pacientemente el anuncio de un bono mágico, que no termina de concretarse. Los hechos contrastan con el relato oficial y con las promesas electorales. En consecuencia, la credibilidad del gobierno se va por la canaleta.
Este desenfreno de crueldad siembra la desesperanza y es caldo de cultivo para el relato odiador que impulsan los medios concentrados, la mafia enquistada en el Poder Judicial y las tribus macristas, que compiten entre sí para ver cuál es más extrema e intolerante. Frente a esta situación, la pasividad y la confusión de la dirigencia progresista y la desmovilización de las bases representan un suicidio político que, lejos de cultivar el diálogo, abona a la inestabilidad institucional. Este sendero que recorremos consolida un modelo económico extractivo agroindustrial que concentra brutalmente los ingresos y el poder de unos pocos y encadena al país al dominio del dólar. Hoy hay condiciones únicas para reclamar por nuestra soberanía nacional en el ámbito internacional, pero esto jamás ocurrirá si no logramos poner límites a la salvaje angurria de los pocos que controlan el poder económico y político en el país.
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