Tampoco quiero cerrar este envío sin hacer alusión a la fecha en la que elegimos presentarnos en sociedad. Hoy, por si no se fijaron, es 30 de octubre. Y me gustaría hacer una última invitación a que, teniendo en cuenta la cercanía del Mundial y la efeméride, usemos nuestra imaginación… Es 1962, vemos a un chico bajito, morrudo y de rulos corriendo descalzo en un patio polvoriento del conurbano bonaerense. Al mismo tiempo, del otro lado de la cordillera, Brasil se consagra campeón mundial por segunda vez. Un año después, en su tercer cumpleaños, el niño travieso recibe de regalo su primera pelota, aquella que tiene en sus manos una noche helada de julio del ’66. Argentina pierde injustamente contra Inglaterra y su padre, que lo escucha por la radio, se indigna por el score. Dos décadas más tarde, aquel pequeño gurrumín que lo mira atento, el quinto de ocho hermanos, vengaría la afrenta de forma inolvidable. Pero, en ese momento, en una casa humilde en los suburbios de la gran capital, todavía nadie lo puede saber… Ahora es 1970. Tiene casi diez años y ya fascina por su talento en un equipo apodado “los Cebollitas”. Admira el jogo bonito que los brasileños despliegan en México: en aquellos años, el sudamericano más famoso del mundo -y también su ídolo- se llama Pelé. El tiempo pasa, una niñez simple, papá y mamá laburantes, y el 6 de abril de 1974 se baja de un rastrojero junto a otros de sus compañeros, se acomoda las medias y se prepara para un día muy especial. Cuenta ya trece y debuta en las inferiores de Argentinos Juniors contra Independiente. Unas semanas más tarde, muere Juan Domingo Perón. El Mundial de aquel año lo gana un país que ya no existe más: Alemania Federal. Todo lo que sucede después en la vida de Diego Armando Maradona es de dominio público. En 1978, aún adolescente, se queda con las ganas de disputar su primer Mundial ya que César Menotti no lo incluye en el plantel campeón. En el ’82, cierra su esperado debut rodeado de escándalo y violencia tras la eliminación temprana ante Brasil. El 22 de junio de 1986, día cero del año cero, inventa un nuevo país llamado Argentina y en 1990, entre penales, himnos, silbidos y un tobillo maltrecho, agrega varios capítulos a su odisea de final trágico, la del héroe contra los designios de la fatalidad. En el ’94 se va de la mano de una enfermera que lo lleva hasta el cadalso y en 1998, ya retirado, no viaja a Francia: la justicia debe decidir si lo condena a prisión tras haberle disparado con un rifle de aire comprimido a varios periodistas. Llegamos a 2002, Japón le niega la visa para la Copa y él dice: “No me dejan entrar porque consumí drogas, pero dejan entrar a los yankees que les lanzaron dos bombas atómicas”. Cuatro años después, se lo ve feliz en las tribunas alemanas e incluso almuerza con el plantel. En Sudáfrica 2010 es director técnico y en Brasil 2014, una estrella de TV. El de 2018 es su Mundial más traumático: se llega a decir, incluso, que fallece en un hospital ruso tras sufrir una descompensación mientras alentaba a la Selección. ¿A qué viene todo este racconto histórico y nostálgico, hecho de fragmentos tomados al azar y de otros robados ya al terreno de los mitos? A que hoy Maradona hubiera cumplido 62 años -tan joven se fue- y a que el Mundial de Catar, que arranca en unos pocos días, será el primero en mucho tiempo sin su presencia: una presencia excesiva y desmesurada que llenaba todos los ambientes. Con sus virtudes y sus defectos -una personalidad indescriptible, una vida imposible de sobrellevar- el Diego es la persona que nos define en el mundo como argentinos, el que le puso rostro a la nación. Y es por eso que no quería comenzar este nuevo newsletter, y más en este día, sin este recuerdo hacia él. Abrazo, Fer |
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