lunes, 31 de octubre de 2022

 

Cenital

MUNDO PROPIO

Juan Elman
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Una vuelta a un mundo en desorden. Miradas, voces y lecturas para entender dónde estamos parados.
31/10/2022

El hombre que acaba de agrandar su huella en la historia de América Latina llega al escenario a eso de las once. La Avenida Paulista es un desfile de banderas, gorras y remeras rojas que se pegan a la piel como medusas, porque la noche en la que Lula consagra su última hazaña es una noche calurosa de verano en la que los cuerpos se rozan permanentemente. Es la coreografía del desahogo. Se camina saltando, con las manos en forma de L apuntando al cielo y gritando alabanzas a Lula o puteadas a Bolsonaro y Neymar.

El escenario se asemeja a un crucero de tamaño mediano, con cuatro terminales, cada una apuntando a un lugar distinto de la avenida. Lula está montado con una veintena de acompañantes que lo siguen por todo el rectángulo. Es que el presidente electo ha decidido dar un pequeño discurso para cada rincón de la manifestación. Ya nadie sabe de dónde saca vitalidad este hombre, que cumplió 77 años el jueves y dio un primer discurso público hace un par de horas, para no hablar del peso de su sexta candidatura, que es la primera tras estar 580 días en prisión, y para no hablar de que en ese tiempo fallecieron su esposa, su nieto y su hermano. Lula, sin embargo, está agotado: tiene la camisa empapada de sudor, la cara hinchada y colorada, y su voz, su rugido característico, se escucha metálico y saturado.

Pero Lula sube y baja las escaleras internas del escenario para hablar con su gente, y su estela ilumina a sus acompañantes. Así, el rincón que deja vacante Lula lo ocupa otro integrante de este elenco que es presentado como una suerte de Avengers por la democracia. Destacan el vicepresidente y su ex rival Gerardo Alckmin, la candidata de centroderecha Simone Tebet –activo vital para la victoria–, el aspirante fallido a gobernador de San Pablo, Fernando Haddad, el dirigente social Guilherme Boulos y la propia Dilma Rousseff, entre otros. Todos reciben el calor del público, pero nada se compara con los momentos en los que vuelve a aparecer Lula. Es un veredicto inapelable, y un dilema a resolver a futuro: no hay nadie que se le acerque.

No en este bando, al menos. La sexta campaña de Lula fue la más difícil y sacrificada. Cedió lugar a antiguos rivales, moderó posiciones y ensayó guiños a sectores que apoyaron la destitución de Dilma y callaron ante su encarcelamiento. Aun así, bajo una coalición inédita, a Lula no le sobró nada: sacó el 50,90% contra el 49,10% de Jair Bolsonaro, el resultado más estrecho desde el regreso a la democracia. Y la confirmación, por si hacía falta una más, de que Bolsonaro es el otro líder de masas que representa a Brasil. A la otra parte. Puede que el ruido de los festejos ahora acalle estos murmullos que a veces se confunden con cinismo, pero si el ultraderechista no hubiese tropezado en la recta final de la campaña hoy estaría inaugurando un segundo mandato de consecuencias imprevisibles.

La hazaña de Lula, que coincide con su resurrección política, debe leerse en esa clave: solo él podía sacar a Bolsonaro del poder. Que lo haya logrado por tan poco es también un síntoma de cómo ha cambiado el escenario desde su segundo mandato.

Bolsonaro estuvo a dos millones de votos de convertirse en el líder de extrema derecha más poderoso del mundo. La urgencia acerca de su recepción de los resultados se ha diluido con el correr de las horas. El presidente, al menos hasta esta madrugada, no ha aceptado la derrota. Pero sí lo han hecho algunos de sus aliados políticos, entre ellos el gobernador electo de San Pablo, Tarcísio de Freitas, y Sergio Moro. Por otro lado, Joe Biden y Emmanuel Macron, embajadores del Occidente enemistado a muerte con el ex militar, corrieron a felicitar a Lula, al igual que otras figuras continentales, de distintos espacios ideológicos. Bolsonaro está aislado, y anoche decidió no recibir a nadie en la residencia presidencial.

Mientras planea sus próximos pasos, la pregunta ahora será por el futuro del bolsonarismo, que ha crecido en el Congreso y en varias gobernaciones (controla, por ejemplo, las tres más importantes: Río de Janeiro, San Pablo y Minas Gerais). Bolsonaro dejará el Planalto con un movimiento organizado, con presencia callejera y ascendencia en las fuerzas de seguridad, cuya actividad en los próximos meses de transición deberá ser seguida de cerca. Las operaciones de la policía vial en la jornada electoral de ayer, en la que demoraron la circulación de votantes en el nordeste, no son, ciertamente, una buena señal.

En su primer discurso como presidente electo frente a la prensa, Lula comenzó agradeciendo a dios y luego al pueblo. El mensaje, leído con la ayuda de Janja, su esposa, quien le acercaba agua y le ordenaba las páginas, tuvo un tono conciliador. Llamó a “restaurar la paz” y a “bajar las armas”. Dijo que la victoria no era suya o del PT, sino del “campo democrático”. Fijó su prioridad en la lucha contra el hambre, como si fuera un deja vú de sus primeras campañas. Pero el discurso no podía pasar por alto la experiencia reciente. “Intentaron enterrarme vivo”, dijo Lula. “Ahora estoy aquí para gobernar el país”.

Allí migrarán parte de las preguntas de los próximos días, donde desfilarán nombres para el Ministerio de Economía y análisis varios acerca de las limitaciones en el Congreso y en el escenario internacional. Lo cierto es que esta campaña, a la espera de la palabra del presidente, ha llegado a su fin. Fue, sin dudas, la contienda más revuelta de la que Brasil tenga memoria. Hubo, para poner un ejemplo, más de mil denuncias de acoso laboral, donde empleados aseguraban que sus “patrones” los incitaban a votar por Bolsonaro o los humillaban por su apoyo al PT. Cuatro asesinatos por motivos políticos, sumado a una ola de violencia constante. Una campaña con el fantasma de las fake news flotando durante varios meses, con el enfrentamiento entre el gobierno y el tribunal electoral como telón de fondo.

Todos los días había por lo menos un contenido ligado a la campaña que se hacía viral. El sábado fue el vídeo de una diputada bolsonarista apuntando con un arma a un seguidor de Lula. Y entre todos los de ayer, uno de los más compartidos fue este video, que muestra una estampida de ciudadanos entrando a votar apenas se abren las puertas. Es en el nordeste, la región donde nació Lula y también la que lo acaba de convertir en presidente por tercera vez. Fueron esos votos.

Cuatro años después de una derrota que dejó al partido en estado de parálisis, con Bolsonaro en el poder y Lula en la cárcel, la pieza es, antes que nada, un testimonio de la justicia.

Un abrazo,

Juan

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