lunes, 31 de octubre de 2022

 

Cenital

POPULISTAS SOMOS TODOS

María Esperanza Casullo
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Algunos pensamientos sobre la política argentina, con un principio orientador: funciona mejor de lo que parece.
31/10/2022

Ganó Lula, después de que su sucesora fuera derrocada tras un juicio político tan legal como ilegítimo, de que él fuera condenado en un juicio espurio, de que pasara dos años en la cárcel, de que su figura y su legado fueran declarados perimidos. Como dijo en su discurso, después de que lo quisieran enterrar.

Ganó Lula cuatro años después del homicidio de Marielle Franco, en un contexto de violencia política agudizada (seguidores de Bolsonaro asesinaron a varias personas por ser simpatizantes del PT), el día siguiente a que una diputada bolsonarista amenazara con un arma a un grupo de seguidores petistas. Ganó, a pesar de que la Policía Federal de carreteras armó un operativo para obstaculizar el voto en el Nordeste brasileño, el bastión petista. A pesar de que todas las figuras de la derecha radicalizada global manifestaran su apoyo al presidente en ejercicio, en especial el entusiasta respaldo de Donald Trump.

Ganó Lula, así que hoy hay razones para festejar.

Algo que llamó la atención en este domingo por la noche es que se ve que no sólo tenían necesidad de celebrar los seguidores del PT en Brasil, sino un montón de gente en todo el mundo. La cantidad de referentes globales celebrando la victoria de Lula Da Silva fue inédita; o, al menos, no recuerdo una ola tan grande de felicitaciones de referentes extranjeros frente a una elección sudamericana. El beneplácito fue mucho mayor que el que le dio la bienvenida a Gabriel Boric, por ejemplo. Ni hablar de todos los presidentes y líderes de la centroizquierda latinoamericana que estaban esperando esta victoria como agua en el desierto. El presidente Joe Biden se apresuró a saludar al nuevo mandatario, lo mismo hizo el francés Emmanuel Macron y el primer ministro canadiense Justin Trudeau. Leonardo Di Caprio festejó, también lo hicieron congresistas demócratas y el senador Bernie Sanders.

Varios de esos mensajes hablaban de un nuevo giro a la izquierda en la región ¿Es la nueva presidencia de Lula señal de una nueva ola? Numéricamente podría serlo. En pocos meses coincidirán en estar gobernados por partidos de izquierda o centroizquierda: Argentina, Chile, Bolivia, Perú y Colombia. (Venezuela continúa siendo gobernada por Nicolás Maduro, pero la deriva autoritaria del chavismo podría necesitar que se lo ponga en una categoría aparte.) Podemos sumar a México y Honduras. En el momento más alto de la marea izquierdista de principios de siglo coincidieron simultáneamente: Venezuela, Argentina, Chile, Bolivia, Uruguay, Brasil, Ecuador, Paraguay y Honduras.

Sin embargo, este momento es muy diferente al de principios de siglo. Primero, no existe el contexto económico favorable que pudieron aprovechar esos gobiernos, antes bien, todos los gobiernos tienen que remar en circunstancias de incertidumbre internacional y alza del precio de alimentos y energía causados por la guerra en Ucrania, inflación, dificultades con el crecimiento. Presidentes “novedosos” como Boric o Petro asumieron en un clima de esperanza, pero ahora enfrentan turbulencias.

La otra diferencia es que los líderes y partidos de derecha se encuentran, aún en la derrota, mucho más fuertes que a fines de los noventa. Pierden las presidenciales, pero mantienen bloques grandes en los Congresos, gobernaciones, un buen piso electoral, el apoyo decidido de jueces y fiscales, grandes medios en su rincón.

Otro dato, preliminar pero interesante, que puede leerse en los últimos meses de la campaña brasileña, es una especie de potencial reorganización del tablero internacional. El apoyo de Joe Biden a la candidatura de Lula y la reacción de presidentes europeos, habla de que parece existir una especie de eje de afinidad entre Estados Unidos, los presidentes de centro europeos y los gobiernos de centroizquierda, o incluso de izquierda, latinoamericanos. Biden tiene buena relación con Andrés Manuel López Obrador, ha descongelado el vínculo con Venezuela y ha tenido gestos de buena voluntad hacia el gobierno de Alberto Fernández. No ocultó que prefería que ganara Lula a Bolsonaro, y no hizo ningún movimiento que denotara insatisfacción ante la derrota de Iván Duque en Colombia, a pesar de que Colombia era considerado un aliado clave en la región. Esta (potencialmente) novedosa posición frente a la izquierda democrática latinoamericana habla del intento de formación de una especie de alianza que tiene enfrente a un conjunto de líderes actuales o potenciales de la derecha radical, un club de amigos que incluye a Donald Trump, Vladimir Putin, el saliente Jair Bolsonaro, Viktor Orbán y a otros líderes de derecha en la región. Este realineamiento ofrece una oportunidad, pero no hay que olvidar que es un realineamiento que nace del miedo ante la fortaleza de la amenaza antidemocrática global y de la relativa debilidad del gobierno demócrata, que debe buscar aliados internacionales frente a su adversario interno.

Pero todos esos análisis finos pueden esperar. El pesimismo de la razón estará disponible mañana. Ayer ganó Lula en la segunda democracia más grande del mundo en número de votantes. Para mañana puede quedar el análisis de las muchas dificultades que tendrá que enfrentar su gobierno: de la fortaleza electoral del bolsonarismo, de la solidez bolsonarista en las gobernaciones y en el Congreso, del aumento de la violencia política, de los diez años que lleva Brasil con una economía mediocre. Todo eso es real.

Pero ganó Lula, y hoy se festeja.

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