26 / 11 | SOCIEDAD
SILENCIO
Silencio. Hay un silencio en el aire. Una necesidad de acompañar este nudo en la garganta con silencios. Un silencio que murmura todo el tiempo una palabra: Maradona, Maradona Maradona. Un silencio que produce arte. Resulta conmovedora la producción de fotos, de memes, de dibujos, de palabras, de canciones, de movimientos, de abrazos, de encuentros que sigue generando Maradona. Una superproducción mundial de amor que va desde las ruinas de la pobreza siria a los edificios multimillonarios de Dubai. Uno no puede evitar volver a llorar, todo el tiempo. Como un chico. Sabíamos que estaba mal, pero sabíamos que estaba vivo y eso de algún modo alcanzaba.
La muerte de Diego produce un acto de rebeldía más. El último de su vida o el primero de su muerte. Una rebeldía contra el dolor contenido. Ese dolor que tenemos todos adentro y que estamos acumulando desde hace meses en estos tiempos de pandemia, cuarentena y muerte.
37.800 personas han muerto en Argentina sólo por la pandemia y no hemos podido llorar esas muertes, ni otras tantas que no entran en las estadísticas. Entonces muere Diego y no podemos parar de llorar porque este año insiste en dejarnos en claro que algo de nosotros ha matado, y por eso quizá también necesitó matar a uno de los mejores de nosotros o, quizá mejor dicho, a quien con su arte y sus firuletes y sus frases y sus goles nos regaló las más hermosas alegrías y sonrisas.
Me da vergüenza no estar a la altura y hablar de lo mismo que hablan todos, pero quizás a ustedes les pase como a mí, que no puedo pensar en otra cosa desde ayer. Esta muerte es tan contundente que duele.
En las redes se han dicho muchas cosas hermosas. El colega César Pucheta escribió: A juzgar por las fotos en las redes, Diego dejó un “Maradona para armar” a disposición de cada une de nosotres, simples mortales que andamos exigiendo cosas absurdas como la pureza y coherencia eterna. Ojalá podamos leer esa enorme lección de vida”.
Martín Rodríguez, otro periodista, escribió: “Diego creó el más claro biotipo de hijo de puta argentino: el anti Maradona”.
Y es cierto porque la gran mayoría de los antimaradona carecen de imaginación, de arte, de honor, de todas las cosas que le sobraban a Maradona. Entre esos anti, Rodríguez rescata solamente a José Sanfilippo que en su odio a Maradona por lo menos tuvo una historia ocurrente: se atrevió a decir que el gol a los ingleses fue en contra porque, para él (antes de entrar) la pelota pegaba en el pie de un defensor inglés.
Para odiar a Maradona hay que ser ocurrente y no un reprimido como el periodista médico de un programa de televisión que ayer dijo que Maradona murió “producto del desorden de una vida autodestructiva y tóxica”.
Siguiendo esa línea, el diario La Nación dedica varias notas a las supuestas contradicciones políticas de Maradona, pero cuando se leen esas notas se encuentra en ellas una enorme coherencia. Siempre Maradona estuvo lejos de la sección política del diario La Nación y esa es quizás la mayor muestra de la coherencia política de su pensamiento. Ayer las hinchadas cantaban la marcha peronista y esas hinchadas no leen ese diario.
Esos mismos odiadores de Maradona suelen decir que “respetan al Maradona adentro de la cancha, pero lo critican afuera”. El gran escritor César Aira les responde con una frase maravillosa: “Yo a Maradona lo respeto como drogadicto. Lo que haga dentro de una cancha, no me interesa”.
Las palabras del presidente francés Macron muestran el impacto de la muerte de Dieguito. No debe haber otro hecho en la historia de la era moderna que haya impactado en el mundo como esta muerte. La caída de las Torres Gemelas quizá sea el único hecho que fue tapa de la misma cantidad de diarios que este final. Todos los diarios del mundo pusieron una foto de Maradona en sus tapas. ¿Cómo puede ser? ¿Cuál era la energía que tenía este tipo? ¿Cómo lo hizo? ¿Cuán humano debe ser un héroe para convertirse en algo parecido a un Dios?
Me conmueve pensar que en sus momentos de mayor tristeza Maradona pedía por su mamá. Una postal de la soledad. Como el multimillonario de la película “el Ciudadano Kane” de Orson Wells que al morir sólo puede pedir por una cosa: su “Rosebud” y, cuando investigan, descubren que así llamaba él a un trineo que tuvo de pequeño cuando todavía no era millonario, ni influyente, ni poderoso sino simplemente un niño huérfano y pobre con un trineo.
Maradona extrañaba a Doña Tota y pedía por eso. Recuperar el momento en que estuvo en brazos de una persona que lo quería así, chiquito, todavía insignificante y al mismo tiempo todo para alguien. Todavía bebé, no Dios sino sólo Dieguito.
Tomás Rebord, otro twittero escribió algo bello: “Entre las muchas emociones, hay un terror, y es saber que la humanidad perdió su última evidencia terrenal de lo insólito, lo imposible, lo mágico. Marca el fin de una edad de los héroes. En tres generaciones sus hazañas van a ser tan inverosímiles como las de Aquiles o Ulises”.
Un poema de Leonardo Favio escrito en 2004 cuando Diego estaba internado es quizá el texto más bello que anda dando vueltas. Léanlo en voz alta:
Mi cotidiano insomnio
se obstina en el misterio
de recordarme al otro
aquel que fui.
El niño que rondó algún potrero
que, seguro, ya no besa la luna.
Aún no habías nacido
y andabas en mi envidia,
como en todos los niños.
Diego,
en la callada foto
que conservo en mi cuarto
donde desguarnecido
te apoyaste en mi pecho,
vi tu desolación
de niño acorralado.
Se adivina el madero
en tu mirada tierna.
Una constelación de multitudes
te ha cercado por siempre.
Ya no tendrás olvido,
ya no tendrás descanso.
Mientras haya un planeta
en que respire un niño,
un niño habrá que sueñe
que es Diego,
y que repite los goles imposibles
de músicas y pájaros.
Diego,
no te puedo ayudar,
hoy he llorado.
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