viernes, 25 de diciembre de 2020

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EL BITCOIN Y LA MORFOLOGIA DE LO SOCIAL

En 2008 una persona o grupo de personas de identidad desconocida, bajo el nombre de Satoshi Nakamoto, publica y hace circular un artículo titulado Bitcoin: A Peer-to-Peer Electronic Cash System. El paper describe el funcionamiento de un sistema monetario que prescinde de terceros para validar las transacciones. Es decir, una moneda cuyo funcionamiento no descansa sobre las espaldas de ningún Estado o banco. 

Buena parte de los pioneros y entusiastas del Bitcoin- embanderados en las ideas libertarias y sus diversas variantes, vieron en esta condición una poderosa arma en defensa del individuo, esa criatura mitológica a la que atesoran y ven amenazada contra el avance de las mayorías y sus formas de organización colectiva: los sindicatos, las organizaciones sociales y fundamentalmente, el Estado. 

Blockchain, el dispositivo tecnológico que le otorga a bitcoin su particular condición, fue pensado por sus creadores como un modo de resguardar la libertad del individuo frente al Estado. Sin embargo, la construcción de esa vía de escape al Leviathan, lejos de encapsular y contener al individuo en su aislamiento, logró catapultarlo al lugar más temido por los libertarios, ese intrincado entramado que excede al individuo y lo constriñe y habilita por igual: el complejo mundo de lo social.

La libertad de los libertarios

Entre 1978 y 1979 Foucault dicta un curso en el College de France. En este seminario, reunido en “El nacimiento de la biopolítica”, el filósofo francés describe el despliegue teórico realizado por la escuela de economía ordoliberal durante los años 30 y 40 en Alemania. Allí encuentra una novedad conceptual que cambiaría la forma de concebir al sujeto y a la libertad.

Si el liberalismo clásico entendía a  esta última como ausencia de constreñimiento y confiaba en su capacidad de desplegar las fuerzas del mercado y así llevar adelante el progreso nacido del intercambio comercial, para el ordoliberalismo esa relación virtuosa no estaba garantizada. 

Para los ordoliberales no había nada de natural en el mercado y es por ello que el rol del Estado debía ser sostenerlo impulsando, la que entendían era su dinámica más productiva: la competencia.

Por ello, el ordoliberalismo desplaza al concepto de libertad acuñado por los liberales clásicos y propone poner en eje a la competitividad como valor central del sistema no sólo económico, sino también social. 

Este movimiento que Foucault observa en el plano teórico no es sólamente una curiosidad propia de un grupo de intelectuales. Más bien es el indicio del surgimiento de un nuevo modo de subjetividad, uno que ya se viene desarrollando hace varios años y con el cual estamos bastante familiarizados. La propuesta política libertaria cristaliza y lleva al extremo esta forma de subjetividad sostenida en la competitividad.

Es por esto que el rechazo a las formas de organización colectiva que este grupo político expresa no se reduce a la defensa del individuo y su capacidad creativa, sino también a la producción de un modo de vida belicoso, en donde el interés egoísta es el motor que empuja una virtual guerra de todos contra todos.


La atomización del individuo, su disociación de toda institución que lo aúne a otros, es -en este sentido- el primer paso necesario para apuntalar una subjetividad confrontativa. No en vano el estilo argumentativo de los libertarios, desde sus figuras reconocidas hasta el ejercito de trolls que los acompañan, está marcado por la búsqueda de un constante choque con sus contrincantes. La política se encuentra subordinada a esta lógica beligerante en donde todos somos potenciales enemigos. 

Figuras como Trump y Bolsonaro expresan los rasgos más salientes del ideal que proyecta la subjetividad neoliberal. Son tipos arrogantes, descuidados en sus dichos, pedantes con y contra todos los que buscan ponerles límites. A través de múltiples manifestaciones, dejaron en claro que no van a permitir que cuestiones como el discurso científico, o una mayoría democrática en una elección (sólo por mencionar dos instituciones históricamente legitimadas) impriman un quiebre en sus intenciones.

Esta concepción de la libertad que encubre una disposición confrontativa suele encontrar en el Estado su enemigo predilecto. Sin embargo, si miramos con más atención, lo que atemoriza a los libertarios es algo mucho más profundo: el complejo entramado de lo social.

La libertad de blockchain

Como señalamos al inicio, el Bitcoin nace de la creación de Blockchain, dispositivo tecnológico que resuelve el llamado problema de los generales bizantinos y le permite a Satoshi Nakamoto unir dos elementos que en principio podrían resultar contradictorios: construyó un dispositivo que reúne la construcción de consensos (en el caso de bitcoin, respecto a la autenticidad de las transacciones realizadas) con la ausencia de un organismo centralizado que regule las relaciones.

Mark Alizart observa en su provocador ensayo Criptocomunismo que esta doble condición convierte al bitcoin en una “tecnología profundamente política, antes mismo de ser económica y financiera”. Según el filósofo francés, antes de Blockchain, el llamado consenso descentralizado tenía una imposibilidad técnica y por lo tanto conceptual. Los sistemas de elección debían contar con un mediador que controlase y validase la posición de cada una de las partes. Como en una votación en donde un tercero imparcial debe controlar y contar los votos, o una transacción bancaria en donde son los bancos quienes deben dejar registrado en la cuenta emisora y la cuenta receptora que se envió el dinero. Sin embargo, y en esto los ejemplos abundan, esa tercera pata no siempre es confiable y su fiabilidad puede ser impugnada por alguna de las partes.

Lo que logra blockchain es -de algún modo- distribuir el rol de ese tercer actor entre todas las partes, que para el caso del Bitcoin no son dos, sino millones de intervinientes. Al reposar sobre el conjunto del sistema, en lugar de un sólo organismo centralizado es que se produce para Alizart una disrupción de orden político. “El valor de un bitcoin es inseparable de la red que porta”, observa el francés. En este sentido, la fortaleza de la red y su fiabilidad, requiere del crecimiento y la expansión de sus partes, que son las que operan como fiscalizadores. Es por esto que concluye Alizart que blockchain cuenta con la fuerza propia de lo social. “Cristaliza la energía social del cuerpo que lo produce”.......

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