lunes, 1 de agosto de 2011

JULIAN LICASTRO DIXIT.

EL RESPETO POLÍTICO A LAS IDIOSINCRASIAS
SOCIALES Y TERRITORIALES




Del ser gregario al ser social

La vida individual es tan frágil y efímera que el hombre se ha organizado desde siempre en forma colectiva para luchar por su supervivencia, y para vincularse espiritualmente en el orden de sus creencias. Surgen de este modo las comunidades que, aglutinadas en su círculo de pertenencia, fueron creciendo paulatinamente en sus diversos radios de acción. Así se realizó el aprovechamiento de la naturaleza por obra de su trabajo; el desarrollo normativo de su convivencia interna; y el despliegue de sus líneas y procedimientos de defensa contra la amenaza exterior.

En este proceso evolutivo ocurrió el paso significativo del ser gregario al ser social, conformando núcleos de identidad definida basada en los modos previsibles de los deseos, los sentimientos y los comportamientos de sus integrantes. La cohesión grupal establecida no significó, obviamente, la eliminación de las tensiones de conflicto, pero dio cauce inicial a un tratamiento paralelo de los antagonismos suscitados por diferencias étnicas y territoriales.

Nacen allí, en los orígenes elementales de la política y la estrategia, los mecanismos sociales interpuestos por la mentalidad humana para dirimir posiciones contrapuestas en asuntos vitales. Contradicciones que, proyectadas a los escenarios más sofisticados de la actualidad, mantienen sin embargo su disyuntiva fundamental. Ella significa hoy la comprensión de la necesidad del pluralismo, expresada en la apertura a lo extraño y lo diferente, o el rechazo violento que puede llegar a todos los extremos del sectarismo.

Es importante reconocer la experiencia del largo recorrido histórico que hemos sintetizado, porque la ecuación que facilita o retrasa el desarrollo social de los pueblos y la integración regional de los países, supone un balance ecuánime y previsor. En principio, una afirmación de la identidad, con todos su rasgos culturales e institucionales, para no afectar con excesiva tolerancia a la propia comunidad. Y enseguida, una amplitud pluralista permeable a las innovaciones y aportes de otras corrientes humanas que, al comienzo, puedan presentar fuertes disidencias y discrepancias.


Del ser social al ser político

Los hombres, sea en el plano individual o colectivo, eligen constantemente entre distintos objetivos y formas de acción, siguiendo su intereses o tendencias. Al hacerlo responden a sus propios valores personales o comunitarios, aunque siempre orientados por un juego de finalidades y efectos directos o compensados. Existe, sin duda, un amplio arco que va del egoísmo al altruismo y del hedonismo al sacrificio, enmarcando las sendas centrales de la moral de cada uno en la intimidad de la conciencia, ya que ella no responde a acciones o coacciones de nadie. Pero es evidente que la conciencia moral no actúa por sí sola en los problemas de la sociedad, a menos que se condense en pautas culturares activas y se exprese como moral pública o política.

Con esto queremos discernir perspectivas entre los prejuicios que se oponen a una visión integradora, y descubrir el carácter inocuo del moralismo sobre las vicisitudes reales de la práctica social; además de destacar los riesgos autoritarios que puede encerrar el utopismo, por derecha o izquierda, de “una sociedad perfecta”. El campo de la política, en cambio, con todos sus defectos, se opone por naturaleza al totalitarismo, y genera la participación que constituye lo esencial de la democracia como sistema perfectible. Un ideal posible que rechaza la imposición por la fuerza, y debe enfatizar el diálogo, el acuerdo y el consenso, a fin de lograr la colaboración de todos los sectores, junto al concurso armónico del tiempo para no desfasarse de los ciclos históricos.

Las virtudes éticas de la política se manifiestan, pues, en las categorías eficientes de la organización y la conducción, que son las fuentes de la voluntad plena de presencia, valores y constancia que exige la construcción de las grandes fuerzas civiles. Fuerzas que requieren lógicamente el control democrático del poder, inalcanzable por la retórica de los puristas, pero accesible a la convocatoria de miles de líderes comunitarios, ubicados dentro de sus bases sociales y territoriales, y dispuestos a sobrepasar a la mediocridad que se interponga en su camino.

El poder político no se endosa, ni se transfiere ni se negocia. Habla claramente del que lo tiene o no lo tiene, pero no como objeto de perpetuación de privilegios o de la tentación de trasladarlo al entorno; sino como comando de la energía transformadora que alienta el conjunto del país. La ética, por consiguiente, puede guiar la política como reciprocidad de planteamientos y resultados, sólo si somos capaces de involucrarnos sinceramente en sus ideales superiores, que no pueden reclamar para sí los apáticos e indiferentes sin compromiso alguno con la vida nacional.


Una igualdad social práctica y efectiva

Conviene demorarnos un poco en las reacciones de la naturaleza humana cuando se acerca mayoritariamente a las condiciones de libertad e igualdad, que deben preexistir o crearse para la participación digna en las actividades de organización social y política. Cosa imprescindible para distinguir “la igualdad hacia arriba” del acceso popular a la prosperidad y el progreso, de “la igualdad hacia abajo” impuesta por la uniformidad populista. Aquí también es indispensable una perspectiva equilibrada, equidistante del concepto de competencia desmedida y destructiva del liberalísmo y a la vez, de la falencia en la gestación de verdaderas oportunidades de elevación que determina la masificación política.

Sin duda, la promoción social no es una tarea darwinista de primacía excluyente de los más aptos, pero tampoco un cautiverio en las redes de un asistencialismo mínimo de sectores carenciados. Por el contrario, es una tarea inteligente que, además de proteger a los más vulnerables, exige reciprocidad en la tarea educativa; y la identificación y capacitación intensa de nuevos cuadros para realimentar la cadena del apoyo social y sus formas auto-convocadas y auto-organizadas de acción.

La igualdad deja de ser una noción abstracta, o válida únicamente para la comodidad discursiva, cuando se enriquece con las ideas-fuerzas de equidad, reciprocidad y solidaridad efectiva, medidas en metas y resultados apreciables para los propios, y en ejemplos imitables para los demás que sufren una misma situación de abandono o exclusión del sistema. Ésta es la igualdad práctica que garantiza la estabilidad, la continuidad y la consolidación de las formas orgánicas construidas por los hombres sencillos, pero con vocación de trascendencia.

Sobre la base de asentamientos arraigados, con logística suficiente y autónoma, es factible desplegar la estrategia de los movimientos sociales y comunitarios que pueden intercambiar aportes y negociar espacios legítimos en estructuras cada vez más grandes. Ellas manifestarán con elocuencia el aporte de un nuevo mérito civil, fuera de toda descalificación reaccionaria o prejuiciosa. En el mundo contemporáneo, no hay otra rebelión social más exitosa que ésta, instituida en los mecanismos de la educación permanente, la propiedad cooperativa, y la conciencia integradora por igual de derechos y deberes ciudadanos.
Los matices políticos enriquecedores

Estos temas y otros -como el fin del ciclo protagónico de la protesta crónica y profesionalizada, combinada con el otorgamiento de ayudas sociales sin objetivos- son los que deben revisarse ahora desde el punto de vista de la conducción. Ella, si bien no es una ciencia exacta sino un hecho humano, dispone de una teoría y una técnica para hacer eficiente su actuación. La política en este nivel, no puede quedar en manos de una sociología de las necesidades básicas cubiertas apenas por una distribución dudosa de la burocracia estatal y los punteros que especulan con el reparto. Hace falta con urgencia la fijación de proyectos que impulsen el cambio real de situación en sectores y lugares determinados.

Esta nueva actividad requiere un conocimiento detallado del medio, y de la red de relaciones que lo cruzan, para integrarlo en el seno de la comunidad. Lo cual resalta el aspecto sensible de la configuración de los espacios sociales y territoriales, que merecen un trabajo profundo que supere la atención superficial y el activismo piquetero. Hablamos del respeto que implica acercarse a la gente con una intención organizativa y no meramente agitativa, que se diluye al fin de una actitud proselitista.

Lo mismo ocurre con el enfoque de la cuestión político-sindical, cuyo peso es evidente a raíz, precisamente, de haber trascendido hace mucho la mera etapa reivindicativa y asistencial. Sin duda, son varias las cosas que ahora hay que esperar del movimiento obrero en una nueva etapa de proyección política y desarrollo técnico y profesional, pero no es comprensible posponer su representación parlamentaria en beneficio de quienes aún no han cumplido su estadía militante en la base y carecen de experiencia en el arte de encuadrar.

De igual modo, la atención a los sectores medios y urbanos, excede el oficio de los encuestadores y publicistas, aún los exitosos, porque la política-organización abarca una dimensión mucho mayor que la política- espectáculo. Tampoco es propensa al simple recitado de buenas intenciones y puntos programáticos. Hay una idiosincrasia particular de las grandes ciudades, que rechaza la voluntad excesiva de un poder que sobrepase los perfiles y modos de expresión de su ambiente y su jurisdicción. Aunque parezca paradójico, estas pautas culturales importan más que el juicio sobre toda gestión, buena o mala, lo que debe conocerse y apreciarse en la construcción permanente de una fuerza partidaria local, hoy en muchos casos ausente.

Ni que hablar de las provincias argentinas consolidadas en las arduas luchas de la organización nacional, casi siempre enfrentando la prepotencia del centralismo. Ellas son celosas de su autonomía federal y aún del horizonte nacional de sus principales referentes. Razones válidas para descartar la digitación antipática de candidaturas por parte de asesores extraños, y permitir con paciencia el acomodamiento propio de sus cuestiones internas que agregan matices enriquecedores al movimiento histórico. En él no pueden confundirse etapas sucesivas con refundaciones inexistentes, porque los momentos augurales no responden al vaticinio improbable de los ideólogos oportunistas.

Julián Licastro
Buenos Aires, 31 de julio de 2011.

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