Alocución radial con motivo de la inauguración del dique " El Nihuil"
11 de enero de 1948
Historia y Conciencia Nacional.
“Hay una historia nacional de lo que se prometió hacer y otra historia¬ nacional de lo que se hizo. Y dentro de ese sistema de incumplimiento, lo único que quedó como saldo apreciable fue el escepticismo de todo un pueblo que aprendió a saber que detrás de las palabras dichas se escondían las obras frustradas. Por eso, la política, que es y debe ser un medio de lucha para proponer e imponer dentro de la democracia un plan cohe¬rente de conquistas materiales e espirituales, se convirtió en un fin que agitaba los proyectos en el vacío con la sola intención de arrastrar a las masas que buscaban su bienestar y demandaban soluciones.” P. 23.
“No hacer las obras exigidas por el progreso fue como trabar las ruedas de la vida argentina; pero inyectar el pesimismo y la desilusión en la con¬ciencia nacional fue un crimen mucho mayor todavía, pues significaba, nada menos, que detener la inquietud y relajar prematuramente los mús¬culos de un pueblo nuevo y pujante que, por su propia juventud, tenía la obligación de soñar y crear, de sentirse artífice de su propio destino. Fue enorme el esfuerzo que debimos cumplir para vencer esa inercia popular de la cual el pueblo no era culpable y, gracias a la Divina Providencia, tu¬vimos la fe necesaria para no desmayar ante nada y para transformar en energía optimista la tristeza y la indiferencia que amenazaban malogrado todo para siempre.
Dentro del proceso de los hechos públicos, cada revolución puede definirse con una sola palabra capaz de concretar sus causas y sus consecuencias. Nuestra Revolución habrá de definir su sentido como la revolu¬ción de la verdad, como el movimiento nacido para reajustar los hechos a las palabras, como la eclosión experimentada en lo más hondo de la con¬ciencia argentina para levantar la inercias, los pesimismos y arrojar de nuestro espíritu para siempre el concepto de inferioridad que llegó a inva¬dirnos .
Poseíamos una heredad física de proporciones inmensas, y a fuerza de ir empequeñeciendo la conducta y, en consecuencia, el alma, nos defi¬níamos nosotros mismos como una pequeña potencia. Habíamos tenido una capacidad tal como para libertamos políticamente a nosotros mismos y para libertar a nuestros hermanos. Sin embargo, de renuncia en renun¬cia, casi terminamos mendigando la libertad económica ante los podero¬sos de la tierra.
Éramos dueños del grano para regarlo con sudor sobre los surcos, pero no éramos dueños de industrializarlo, de venderlo, ni de comerlo siquiera.
Éramos propietarios de la carne cuya baratura internacional se lograba en base a las peonadas retribuidas con jornales de miseria. Éramos posee¬dores de los ríos y sus aguas, en su mayor parte, para arrasar casas y sem¬brados en los trances de desborde, mientras sustituíamos la energía contenida en esos malogrados torrentes con el carbón y con el petróleo de otras tierras lejanas.
Éramos los creadores de una inconmensurable fortuna económica, pero habíamos fabricado con nuestra lamentable inteligencia la legisla¬ción que colocaba el manejo de la economía y de la finanza en las manos sin patria del imperialismo internacional.
Éramos los herederos de un pueblo que se debatió sin paga en las ho¬ras de sangre, y hubimos de permitir que un progreso distorsionado y anormal atentara contra la fortaleza física y espiritual.
Habíamos logrado concitar el arribo de grandes masas humanas lle¬gadas desde Europa para trabajar en paz, y admitíamos que ellas y los hi¬jos de ellas fueran víctimas de los engranajes de la injusticia social, her¬manándolas, en ese amargo destino, con las sufridas multitudes criollas.
Poseíamos las semillas de un pensamiento, de un arte y de una litera¬tura frutos de nuestra realidad, de nuestro paisaje, y originadas en las me¬jores fuentes clásicas y cristianas, y casi las esterilizamos arrojándolas al arenal del olvido, para sembrar inopinadamente semillas de culturas aje¬nas a la sensibilidad histórica de nuestro corazón. En pocas palabras, Dios nos había entregado una patria que nuestros próceres declararon fundada y estábamos haciendo todo lo posible para convertida en factoría. Tienen que haber sido muy profundas las raíces de la argentinidad para no haber sucumbido a tantas agresiones. Tiene que haber sido muy auténtico este pueblo para haberse salvado de tantas asechanzas. Y tiene que haber sido muy afortunada nuestra lucha para haber podido conseguir que el país se lanzara por el camino nuevo que hoy transita y al cual parecía haber re¬nunciado para siempre.
Porque toda la grandeza de esta magna hora pertenece al pueblo, que superándose a sí mismo retornó a la credulidad y nos otorgó, en heroico desenlace, el mandato que nos permitiría trabajar por su felicidad.”
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