Además, Ecuador tiene una economía dolarizada, con pocos controles en el sistema financiero, lo que facilita el lavado de activos y la afluencia de dinero ilegal. Ese dinero, por cierto, no es solo del narcotráfico. La infografía que está acá arriba, compuesta por Insight Crime en 2019, detalla las rutas de droga que pasan por el país. Pero a eso hay que sumarle el tráfico de oro y otros minerales provenientes de la minería ilegal, así como la trata de personas, entre más actividades. Por eso es más preciso hablar de “crimen organizado”, y no sólo de narcotráfico. Esa estructura de crimen organizado, entonces, encontró una facilidad adicional en Ecuador: un Estado desarticulado, entregado a la infiltración. La penetración del crimen organizado“Ecuador siempre tuvo la amenaza latente de que la influencia del crimen organizado crezca en nuestro territorio y en las instituciones”, me dice Carolina Andrade, la secretaria de Seguridad de Quito. “Sabíamos que los factores externos, la producción de cocaína en países vecinos y la demanda de mercados no iban a cambiar. Bajo ese contexto, lo óptimo hubiera sido que el Estado fortalezca sus capacidades en materia social y de seguridad. Pero en lugar de eso, se hizo lo contrario. Para el momento de la pandemia y la crisis carcelaria, el Estado ya estaba debilitado”. Las fechas acá importan, porque es en 2020, en plena pandemia, cuando la violencia en las cárceles comienza a estallar. Rápidamente queda claro que el ámbito escapa al control estatal. A fin de ese año, además, asesinan al líder de Los Choneros, el grupo criminal más grande del país, y las bandas comienzan a fragmentarse. Hoy hay una mayor atomización criminal, lo que aumenta los niveles de disputa. Y el problema no es solo nacional: las bandas funcionan cada vez más como brazos operativos de cárteles extranjeros, principalmente de México (el Cártel de Sinaloa y el Jalisco Nueva Generación). Por entonces las cifras de homicidios todavía eran bajas comparadas a nivel regional. ¿Cuándo comenzó el desgobierno? La mayoría de análisis apuntan a la gestión de Lenin Moreno, el sucesor de Correa en 2017. Si bien hay algunas críticas que se remontan a la gestión del correísmo en seguridad, por hacer poco en cooperación internacional o permitir el manejo privado de los puertos, esas mismas miradas resaltan que la violencia estaba bajo control y que los problemas comenzaron después. En palabras de Fredy Rivera Velez, profesor de FLACSO Ecuador e investigador en cuestiones de seguridad y geopolítica: “Es cierto que en los últimos años de Correa se redujo la inversión en seguridad, pero fue Lenin Moreno el que destrozó la institucionalidad securitaria. Hasta 2018 los indicadores estaban bajo control”. Algunos ejemplos de los cambios en la gestión de Moreno fueron la eliminación del Ministerio de Justicia, a cargo, entre otras cosas, del sistema penitenciario, y la suspensión de la Agencia Nacional de Inteligencia. “Dejaste de tener inteligencia estratégica y había menos entidades de control y de justicia, sumado a varios movimientos coyunturales en el tejido estatal de la seguridad. Es decir, creaste una ventana de oportunidad para la infiltración del crimen organizado, que se dio con velocidad. Hoy el Estado está completamente emboscado”, explica Rivera. Agrega, por cierto, que el cuadro empeoró en la gestión de Guillermo Lasso. De hecho, fue durante la gestión de Lasso que la crisis desbordó el ámbito carcelario para instalarse con fuerza en todo el país. La mayor atención del presidente estuvo puesta en que el Congreso apruebe sus reformas económicas, un ejercicio frustrado que derivó en la actual convocatoria electoral. Pero las noticias de estos últimos dos años revelan, además de un déficit en la gestión de seguridad, una infiltración del crimen organizado en el sistema penitenciario y en la justicia, así como en el aparato de seguridad y el propio Ejecutivo, en el que se encuentra Lasso. Una investigación del medio La Posta lo vinculó a él y su círculo con la mafia albanesa, otro de los actores involucrados. Hechos recientes como el crimen de Villavicencio o los coches bomba en Quito pueden ser leídos como mensajes de intimidación al sistema político. Pero los problemas de gestión no tienen que ver solamente con la baja inversión en seguridad o los desmanejos en la regulación estatal. La crisis económica que vive el país hace unos años también deja un escenario propicio para la penetración del crimen organizado. “Gracias a las políticas de ajuste estructural ha habido una reducción fuerte en la inversión social, y por lo tanto en la inclusión económico-social”, me apunta Luis Córdova, director del programa de investigación en orden, conflicto y violencia, de la Universidad Central del Ecuador. “Tenemos un ejército de 800 mil jóvenes entre 18 y 24 años que ni estudian ni trabajan y que actualmente están migrando o militando en las estructuras pandilleriles que ofertan los servicios criminales”. Ese negocio también está cambiando. La nueva geopolítica de la cocaínaLo dijimos al pasar en el correo del año pasado: Ecuador, que antes era sobre todo una ruta de tránsito de cocaína, se ha convertido en un centro de distribución. En 2015 las autoridades incautaron 63 toneladas de droga; en 2022 fueron 180, más del doble. Ese cambio explica, en parte, la mayor presencia de cárteles, con la sangrienta competencia incluida. Pero no es todo. La historia tiene un giro a partir de 2016, cuando el Estado colombiano firma los acuerdos de paz con las FARC, un proyecto que queda incompleto por la falta de aplicación territorial. “Eso genera un vacío de poder en las zonas que eran controladas por la guerrilla”, me explica Córdova. “Decenas de organizaciones y grupos residuales comienzan a disputarse el control de esos territorios y por tanto a penetrar con mayor fuerza en el Ecuador, también ante la ausencia de una política vecinal que sostenga el proceso”. El conflicto, entonces, migra. Luego hay dos cosas sobre la cocaína que hay que entender. Lo primero: cada vez se produce más. Lo segundo: el consumo, que naturalmente también va en aumento, se está diversificando, con la aparición de nuevos mercados, principalmente en Europa y Asia. Esto quiere decir, entre otras cosas, que las rutas cambian, y el tránsito no mira sólo hacia el Pacífico. Observá, por ejemplo, este gráfico del tráfico de cocaína hacia Europa, elaborado por Insight Crime: |
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