CARTA AL EPISCOPADO ARGENTINO – 18 DE ABRIL DE 1978
De mi mayor estima:
Por medio de esta carta quiero elevar al Episcopado Argentino algunas reflexiones y reiterar la propuesta de Pacificación Nacional que el Movimiento Peronista Montonero, cuyo Consejo Superior integro, ha formulado públicamente.
La situación del país es dramática. El proceso actual hinca sus raíces muy lejos en la historia. Su rasgo común es la lucha permanente entre un proyecto liberador y popular y otro ejercido por las minorías oligárquicas para mantener la dependencia.
La usurpación del poder por parte de la Junta Militar el 24 de marzo de 1976 se inscribe en el contexto de esta lucha y a ningún argentino se le escapan los objetivos que nutren este régimen militar. Los hechos son inequívocos.
Uds. como pastores son testigos cotidianos de centenares de signos dolientes de una Patria sometida, fusilada, empobrecida.
En las horas trágicas de la actualidad la pobreza crece y arrasa los hogares argentinos con salarios que no alcanzan a cubrir necesidades elementales de la familia. La desocupación arrincona a los trabajadores, la atención médica, los medicamentos, la educación y la vivienda son un privilegio para muy pocos, hasta morirse es un lujo para nuestro pueblo. Los pequeños y medianos empresarios sin créditos, con altas tasas de interés, con recesión en las ventas, sin perspectivas de inversión. Los productores agropecuarios envejeciendo en su parcela de tierra con un futuro incierto y un presente difícil, mientras todos los días el Ministro de Economía miente con descaro e insulta al pueblo. Se trata de una crisis muy profunda del sistema capitalista dependiente.
La C.G.T. y la mayoría de las organizaciones sindicales intervenidas, disuelta la C.G.E., encarcelados sus dirigentes, fuerzas políticas proscriptas y/o suspendidas sus actividades, estado de sitio, leyes represivas, diarios y revistas clausurados, suspensión de las garantías constitucionales.
[…]
Miles de presos y desaparecidos, delegados gremiales, dirigentes políticos, periodistas, padres y madres, profesionales y sacerdotes, trabajadores en los centros industriales, campesinos y productores agrarios en el Chaco, Corrientes y Misiones, centenares de compañeros, amigos y compatriotas, torturados y masacrados.
Uds. conocen el drama de millares de familiares, recorriendo los cuarteles, las comisarías, golpeando centenares de puertas con la incertidumbre de no saber nada por la suerte de los suyos, creciendo en sus corazones el odio por tantos crímenes, por tanta desolación en nuestra Patria, manteniendo la esperanza en una tierra nueva, en una Patria liberada, donde podamos llorar a nuestros propios muertos, reencontrarnos con los seres queridos y anhelando que la justicia retorne a nuestro suelo.
Estos signos revelan el genocidio más terrible que ha conocido nuestro país, el desprecio profundo que sienten estos “dueños del poder” por nuestro pueblo, por su historia, por sus símbolos, por sus creencias, por sus reivindicaciones, por sus organizaciones más representativas.
Esta verdad es imposible de ocultar aunque Videla pregone la “paz”, porque su “paz” es el silencio triste de los basurales y cementerios, la pobreza de los pobres, la riqueza de las minorías. La Junta Militar es responsable de la tragedia nacional, ha desatado un horizonte de violencia como nunca había conocido nuestra Patria.
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En esta carta, con la misma franqueza conque Uds. se han dirigido siempre a nosotros, quiero explicarles el sentido de nuestra lucha, nuestra disposición para alcanzar la Paz, el país que queremos, lo que soñamos para la Argentina, para nuestros hijos, para nuestros hermanos, la verdad de muchos hechos, distorsionados por la prensa regiminosa, las gestiones realizadas para evitar tanto derramamiento de sangre, frente a un final victorioso, que tarde o temprano, desembocará en el retorno del pueblo al poder.
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Los objetivos que presiden nuestra lucha tienen la simpleza y la profundidad de la causa nacional, forjados en la experiencia peronista, recreados en la resistencia popular, en los errores y en los aciertos, en la lealtad a los intereses populares. Buscamos la transferencia del poder al pueblo; queremos ejecutar un programa de liberación nacional y social; anhelamos la transformación de estructuras económicas y sociales generadoras de injusticias y enriquecimiento de las minorías, poblar un país despoblado, capitalizar un país descapitalizado por la explotación de las mayorías, la estafa al pueblo, la ineptitud de las clases dominantes; ambicionamos una democracia auténtica; la pacificación de la Patria; la Unidad Nacional.
Estos objetivos encuadran las justas aspiraciones de todos los sectores políticos y sociales, trabajadores y empresarios, profesionales y estudiantes, docentes y agricultores, la inmensa mayoría del pueblo argentino que quiere, como muchas veces lo ha sintetizado la Iglesia Argentina a través de la palabra de sus Pastores, vivir en paz, en orden y en libertad, bajo el imperio de la justicia social.
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¿Y de qué otra cosa se trata la situación que padece nuestra Patria desde el 24 de Marzo de 1976? ¿No es violencia despojar a un pueblo de su legítimo derecho a decidir su destino? ¿No es violencia la política económica de Martínez de Hoz? ¿No es violencia los miles de desaparecidos, fusilados, torturados y presos? ¿No es violencia todas las veces que en nuestra historia los fusiles de las FF.AA. intervinieron no para garantizar los derechos del pueblo sino consolidar los intereses de la minoría?
No vamos a renunciar a la lucha. Es nuestro imperativo como argentinos, peronistas y montoneros y para muchos de nosotros también una obligación como cristianos: la fidelidad a un mensaje bíblico que se encarna en las justas aspiraciones de los perseguidos, de los proscriptos, de los pobres.
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Esperando que la próxima Asamblea Episcopal pueda contribuir, una vez más, a la pacificación del país, sabiendo que la última palabra la tienen los que han desatado esta guerra: la Junta militar, se despide de ustedes afectuosamente
Norberto A. Habegger
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