El Teorema de Macri
Las pruebas del espionaje que salieron a luz en estos días —una ínfima parte, imagino, de lo que terminaremos viendo— demuestran en los hechos lo que ya conocíamos intelectualmente: la naturaleza antidemocrática del régimen macrista. Porque todo lo que hizo este impresentable apuntaba en la misma dirección (darse y darle el máximo beneficio económico a un mínimo grupo, y que la gilada que lo votó se alimente con las sobras del antiperonismo explícito), pero su uso del sector de Inteligencia fue antidemocrático ciento por ciento, propio de un gobierno autoritario obsesionado por el control interno.
Es obvio que seguimos atontados por la lluvia de golpes de esos cuatro años, después de la cual, para más inri, nos entró la piña trapera del coronavirus; pero tenemos que sobreponernos y trabajar para que la sociedad —empezando por les argentines que, aunque no comulguen con el peronismo, se precian de ser intelectualmente honestos— entienda cuán escandaloso, cuán intolerable, cuán irrepetible debería ser lo que ocurrió. Porque está claro que la ficha todavía no cayó del todo, que no reaccionamos como requiere la gravedad del caso, que aún no hemos incorporado este elemento como una de las claves —¡que lo es!— del período histórico que pasó. Déjenme ponerlo así. Lo que vivimos está en el orden de lo que solemos ver en las películas (por ejemplo, en La vida de los otros) y nos hace reflexionar: Qué terrible debía ser la Alemania comunista, la cotidianeidad más íntima vigilada por la Stasi. Lo que vivimos es equivalente a lo que vimos y leímos en tantos relatos de los más diversos géneros (de Brazil de Terry Gilliam a El cuento de la criada en cualquiera de sus formatos), su descripción de regímenes autocráticos, sociedades en las antípodas del liberalismo político. Pero ojo con el detalle: en esos relatos pasa lo que pasa porque quien gobierna no es un demócrata, sino un dictador.
Macri no usó a los espías para cuidarnos mejor, que para eso estaban. (Teóricamente, claro.) Macri usó a los espías para vigilar a todes aquelles de los que desconfiaba — empezando por casa, como ya se vio. (Hasta Juliana debe estar preguntándose si la seguridad que le asignaban estaba para protegerla o controlarla.) Macri usó a los espías para que obtuviesen pruebas que incriminasen a quienes podían disputarle poder o negocios. (Cuando no las obtenían, apelaba al Poder Judicial para que encarcelase aún en su flagrante ausencia.) Macri usó a los espías para que le informasen de cada movimiento de sus targets y saber con quién hablaban, y qué decían, a sus espaldas. Macri usó a los espías y por eso ahora hay tantos de rodillas ante la Justicia, contando cosas para no terminar siendo los únicos giles que pagan el precio de la actividad non sancta.
(Por supuesto, la proclividad de Macri al espionaje ya había quedado de manifiesto antes de que llegase a la Rosada. Y sus conexiones con servicios secretos del extranjero atraviesan el caso Nisman, que debería ser releído bajo esa luz. Recordemos que los hechos de violencia más notorios de las últimas décadas —como la AMIA y la sospechosa muerte de Junior— no se entienden si no se los contextualiza en el tablero geopolítico. Si algo nos recuerda la confesión de Uzi Shaya, es el rol que jugaron espías extranjeros en la política interna argentina. Parafraseando a mi abuela: el que se acuesta con agentes extranjeros, se despierta meado. Si es que se despierta.)
Lo que más me intriga a mí, que no soy periodista político ni lo quiero ser, son las dimensiones de la inseguridad de Macri. Porque en este ispa tode aquel que llega a magistraturas por el voto popular se siente insegure y sabe que debe construir poder y cimentarlo no cada cuatro años, sino a diario. Pero, claro: casi siempre aquel que deviene Presidente/a se dedica a la política full time. Y por ende, viene construyendo poder con los recursos de la política desde hace rato. Lo subtitulo: moviendo piezas a la vista del mundo, persuadiendo, negociando, tomando decisiones sin sacar los pies del tablero democrático. Lo que ahora queda de manifiesto es que el público rechazo de Macri a «la vieja política» no era tanto una herramienta de marketing, como la reedición de la fábula La zorra y las uvas. No abjuraba de la política porque le pareciese mala, la bardeaba porque sabe que está incapacitado para practicarla. Y dada esa limitación, no encontró mejores recursos para construir poder que el soborno vía negocios o pauta, el gorilismo comunicacional, la injerencia directa sobre el Poder Judicial — y el que hoy nos ocupa: la vigilancia ilegal sobre enorme cantidad de ciudadanes, para tener cómo controlarlos y, en caso de ser necesario, sacarlos de carrera y hasta encarcelarlos.
Tampoco soy Paenza ni podría serlo aunque quisiera, pero me tienta la posibilidad de proponer la discusión de algo que llamaría El Teorema de Macri, y que postulo así.
En un gobierno de formalidad democrática, el sistema de espionaje ilegal que propicia un/a Presidente/a es directamente proporcional a su inseguridad.
De más está decir que, en caso de que la postulación resista el análisis, deberíamos concluir que la inseguridad de Mauricio Macri es demencial, oceánica, y por lo tanto —lex, dura lex— patológica. Hablo de la clase de tipos que, mientras lo saludás con un simple buen día, ya se está diciendo: ¿Y este, qué está pensando de mí, qué me oculta? Porque claramente, para que no haya intentado un armado de poder que excluyese la vigilancia ilegal del elenco político / judicial / empresarial; para que, por el contrario, haya optado por abusar de las prerrogativas presidenciales e incurrir en franco delito, tiene que tratarse de un impulso que no puede controlar. (Y lo de franco sí es una finta de mi enfrentamiento, ya no psicológico sino total, con este sujeto.)
Ya teníamos conciencia de que se trataba de un personaje carente de virtud pública alguna. Esto hay que concedérselo: salvo por el back-up de su fortuna y del know how pirata, que por cierto heredó, pocas personas tienen mejores razones para sentirse inseguras. No hizo falta sobrevivir a su gobierno ni hace falta leer un manual de psicología para entenderlo, basta con una mínima experiencia vital: un inseguro patológico es siempre un dañino compulsivo, la clase de gente que termina jodiendo hasta a aquellos que creía beneficiar. (Pregúntenle a Nardelli, si dudan.) Macri llegó al gobierno como Caballo de Troya de los intereses de una potencia extranjera y de los magnates locales, e hizo lo que vino a hacer: blanquear las fortunas malhabidas de sus cofrades y blanquear el antiperonismo de un sector social — o, para decirlo de otro modo: tornar permisible, fashionable, el racismo. (Porque antiperonismo es racismo. Lo dijo ayer Sandra Russo y yo suscribo. Este país tiene un componente racista inocultable. Pero esto lo charlamos otro día.)
Que haya sido Presidente durante cuatro años constituye un insulto hacia la comunidad de Inteligencia, pero ante todo una afrenta a la inteligencia de todes. Si tantos de los que se beneficiaron con sus tropelías callan su vergüenza (¡ni siquiera son capaces de quejarse porque los espiaba a ellos mismos!), no es porque no la sientan, sino porque se lo impiden las claustrofóbicas limitaciones de su ideología.
Servirá de aprendizaje, espero, para que se tomen medidas institucionales y ningún gobierno, del signo político que venga, pueda vejar ya a su pueblo como Macri lo hizo. Consagrar como líder a una persona que exhibió numerosos signos de ser insegura a nivel patológico no puede tener otro final que este legado, esta marisma hedionda que bregamos para dejar atrás: un país patológicamente inseguro.
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