Queda claro: una parte de la sociedad se niega a respetar las reglas establecidas para todos ante la pandemia porque no quiere modificar sus hábitos, porque siente las disposiciones oficiales como una forma de sometimiento, y porque descree de todo lo que provenga del Estado.
Pero creo que la razón que mejor explica (no justifica) las conductas irresponsables es que no sabemos, no tenemos conciencia de qué es una pandemia. No imaginamos hasta qué extremos podrá extenderse y cuánto dolor provocará.
Admiramos la coordinación y disciplina social de países como China y Corea del Sur contra el Coronavirus sin señalar lo suficiente que esos países vivieron antes y actuaron ante epidemias como la de SARS (síndrome respiratorio).
Por cierto, la experiencia, como la heladera vacía, no otorgan por sí solas un diploma de sabiduría. Ahí está, para corroborarlo, la extraña burbuja del 40% que vota neoliberalismo después de habernos flagelado con tres devastadores gobiernos neoliberales, (fue ayer, apenas, en octubre pasado).
Y las burbujas estallan casi sin ruido, y sin modificar el entorno. Leo, en un viaje virtual al conocimiento inútil, que las burbujas de colores permanecen más tiempo que las transparentes antes de disiparse en el aire.
En 1967 María Elena Walsh debe haber pensado en la mezcla de blindaje y fugacidad de las burbujas cuando pergeñó aquella canción “El país del no me acuerdo”. No pude saber si su impulso era cuestionar la dictadura de entonces (años después frente a otra dictadura escribió el crítico texto “País jardín de infantes”), o si predominó en su ánimo la condición de antiperonista, acusando de desmemoria a quienes reivindicaban el gobierno derrocado por los militares en 1955.
Pero aquel País del no me acuerdo reapareció muchos años más tarde en “La historia oficial”, la película de Luis Puenzo que recibió el Oscar de Hollywood por su alegato contra la indiferencia y los silencios ante el terrorismo de Estado que impuso la peor de nuestras dictaduras. Recuerden la escena de la niña entonando la canción.
Si la Revolución francesa disparó al mundo aquello de “Libertad, igualdad y fraternidad” --que sigue siendo una gran utopía, algo inalcanzado, en el siglo XXI del capitalismo global--, la perversidad del Proceso de Reorganización Nacional con sus desaparecidos y sus violaciones a los derechos humanos tuvo como reacción algo igualmente fundacional para los argentinos: la consigna de Memoria, Verdad y Justicia.
Sin embargo, al cabo de 36 años de democracia, el giro a la derecha de tantos votantes puso en manos del gobierno de Mauricio Macri otro menú: la desmemoria, la posverdad y el lawfare contra la Justicia.
Y un gobierno popular –el de los Fernández– actúa sin demoras, pero se encuentra hoy atado de pies y manos en el País del No se puede.
No se puede combatir la dramática pobreza y la desigualdad haciendo que paguen más quienes más tienen, los ganadores de los cuatro años de macrismo (el agro concentrado, las mineras y los bancos), porque hoy están con mucho poder de presión, mucho más organizados y arropados por los grandes medios que, pongamos, en 2003. Ejemplo: el paro agresivo --aunque terminado en fracaso-- lanzado con cortes de rutas ante la tímida decisión de aumentar un 3% los impuestos a los poderosos sojeros.
No se puede renegociar la deuda en las posiciones duras que encaró Nestor Kirchner porque los acreedores no vienen como entonces de tres años sin cobrar un peso, porque están mucho más concentrados y porque el gobierno busca evitar el default con su consabida secuela de disparada del dólar y la inflación, y cierre de las fuentes de financiamiento. Recuérdese cómo mostraron los dientes ante el intento del gobernador Kicillof de postergar vencimientos. Como lo señaló en este diario Alfredo Zaiat, “Las cuatro opciones de resolución de la deuda que se plantean (seguir pagando el actual stock de deuda, conseguir una quita de capital leve, intentar una quita importante o directamente transformar el default virtual en uno abierto), no garantizarían una salida vigorosa del estado recesivo de la economía”.
No se puede actuar directamente para terminar con el escándalo de los presos políticos porque Alberto Fernandez sería acusado de manipular a la Justicia como lo hizo Mauricio.
No se puede sortear tanta falta de recursos con emisión porque Macri dejó la recesión combinada con una inflación que también él disparó. Cierto es que el gobierno reacciona emitiendo con más soltura para mitigar el agravamiento que trae la pandemia a una economía devastada.
En la comunicación oficial, no se profundizará sobre el desastre dejado por el gobierno de Cambiemos porque los cambiemitas pasaron cuatro años hablando de la “herencia recibida” y el presidente considera que la sociedad está harta de semejante argumento.
No se pueden armar escenarios confiables de futuro no sólo a causa de la pandemia, sino porque primero deben despejarse asuntos cruciales de la gravísima herencia macrista.
En este punto, en lugar de la metáfora de “tierra arrasada” parece más apropiado hablar de “campo minado”: “Por aquí, no”. “Por allá, tampoco”.
Se puede, pero…
En medio de esta penuria de opciones, Alberto Fernandez dispara una batería de medidas a favor de quienes están peor, y moviliza a la sociedad detrás de otros objetivos complejos, peleados pero no imposibles: la reforma judicial; la legalización del aborto; la intervención de una agencia de inteligencia que operó en los sótanos de la democracia. En cada uno de esos retos acechan las reacciones corporativas de grupos que se acostumbraron al paraguas del gobierno de derecha. Y vienen muy “empoderados”.
Y es cierto que para poder avanzar en estos otros terrenos tan llenos de amenazas el gobierno deberá consolidar el apoyo que hoy ponderan en un 60% de la población pero que por los riesgos del campo minado en el que transita --trabajo sin descanso de la gran maquinaria mediática opositora, guerra contra el tiempo de los grandes fondos de inversión, boicots de las patronales alimenticias, reacciones de la corporación judicial-- ese apoyo podría ser esmerilado.
En semejante cuadro, gobernar supone actuar con una precisión de relojero suizo, pero, sobre todo, con firmeza. De lo contrario, se volverá imposible conjurar el riesgo extremo que presentan los habitantes de la burbuja y del País del No me acuerdo.
En el pais del no me acuerdo
Doy tres pasitos y me pierdo.
Un pasito para allí
No recuerdo si lo di.
Un pasito para allá
¡Ay, que miedo que me da!
En el pais del no me acuerdo
Un pasito para allí
No recuerdo si lo di.
Un pasito para allá
¡Ay, que miedo que me da!
En el pais del no me acuerdo
Doy tres pasitos y me pierdo.
Un pasito para atrás
Y no doy ninguno más…
Un pasito para atrás
Y no doy ninguno más…
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