Permítanme comenzar por una obviedad (no reconocida por la mayoría): el masivo recorte de impuestos aprobados por el Congreso de Estados Unidos en 2017 benefició principalmente a la elite económica y financiera. Según todas las estadísticas, esta elite viene beneficiándose de forma aún más acelerada desde hace medio siglo, fundamentalmente desde que las políticas neoliberales comenzaron a ser impuestas por los gobiernos de los países ricos y pobres. Como es sabido, la teoría, el dogma y el sentimiento inoculado radica en que son los súper ricos quienes crean trabajo y bienestar (ellos inventaron el cero, los algoritmos, la circulación de la sangre, la democracia y los derechos humanos), por lo cual cuanto mejor estén, puede que algo de toda esa riqueza gotee a los de abajo, a los trabajadores.
En la Biblia una cananea convence a Jesús de ayudar a un no judío diciendo que “también los perros comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos”, por lo cual los neoliberales debieron retocar la metáfora inventando eso de las copas (con champagne) y le dieron el elegante nombre de Trickle-down theory. Los súper ricos nunca reconocerán que su principal interés es su único interés, por lo cual deben ficcionar con distracciones y atraer a los votantes con anzuelos y zanahorias (aquí a religión juega un papel inestimable) o amenazarlos amablemente como hacen en Halloween esos niños tan simpáticos e inocentes ofreciendo a sus vecinos trick or treat.
En el caso específico de los masivos recortes de 2017, los de abajo recibieron un dulce para niños: se ahorraron aproximadamente un dos por ciento en los impuestos anuales. Los impuestos no son buenos ni son malos. Todo depende de cómo un gobierno los invierte. Si bien es cierto que en algunas actividades los privados “lo hacen mejor y más barato”, también es cierto que toda empresa privada no solo cobra por su trabajo sino que además son “for profit”, es decir, que el consumidor además de pagar por el producto o el servicio también paga por el beneficio de la compañía, que suele explicar los desorbitantes costos de la salud en Estados Unidos. Alguien que no puede pagar un seguro médico, debe pagar mil dólares por mes en cualquier medicina con receta médica.
Muchos jornaleros y pequeños empresarios festejaron este dulce impositivo como un logro del presidente Trump. Por supuesto que el mayor beneficio fue para la elite de multimillonarios como él, al tiempo que se amplió el déficit y la deuda (1.500 billones extra) que irán a pagar los hijos y nietos de esos trabajadores. Si la pagan, porque siempre queda la vieja opción de imprimir más dólares aquí, respaldados en la fe, y succionar valor de los ahorros de los fieles allá, en la Argentina y en la Cochinchina.
A eso hay que agregarle la euforia siempre renovada y desmemoriada de los votantes: la economía creció 3.2 por ciento el último trimestre, el desempleo está en 3.6 por ciento, su mínimo de los últimos cincuenta años. Por supuesto que durante el periodo anterior de Obama la economía nunca dejó de crecer y el desempleo nunca dejó de bajar. Obama recibió una crisis masiva mientras Trump recibió una economía estable, según el estándar clásico.
Ahora, este estado de euforia económica procede de no mirar toda la foto sino un solo detalle. Por todas partes escuchamos todo tipo de gente hablar de que, a diferencia del período anterior, “los fundamentos de la economía son sólidos”. Exactamente lo mismo que decía George Bush un año antes de la Gran Recesión de 2008.
Aunque se puede decir que hoy hay más trabajo y la economía continua creciendo, es un pecado de miopía. Si miramos más allá, tanto hacia el pasado como hacia el futuro, veremos signos preocupantes. Cada vez que ha habido crisis económicas se han revertido todas las ganancias de los trabajadores al tiempo que se han multiplicado los beneficios de los súper ricos. En tiempos de crisis se le pedirá a la clase media más sacrificios (menos servicios o más impuestos) y más paciencia (más años para recuperar lo perdido de la “bonanza”), mientras los dueños del dinero y de la política incrementarán sus fortunas comprando acciones y propiedades al precio miserable de la necesidad ajena.
Esa es una lógica que ha ocurrido siempre y que volverá a ocurrir. No por mera casualidad, desde los años 80 la clase trabajadora en Estados Unidos apenas ha hecho algún progreso salarial, alrededor de un cinco por ciento, mientras el cinco por ciento de la población (que ya acumula el 65 por ciento de todas las riquezas de este país) ha multiplicado varias veces sus fortunas. (La criminalización de los trabajadores en este país construido por una fuerte tradición de trabajadores y de organizaciones laborales, comenzó a principios del siglo XX, pero ese es tema de otra nota).
En el caso de Estados Unidos, la posibilidad de imprimir dólares sin generar inflación desorbitante y el hecho de poseer cientos de bases militares alrededor del mundo para presionar países e imponer sus intereses es claramente diferente al de cualquier otro país dependiente o marginal. Sin embargo, en todos los casos el modelo neoliberal ha funcionado de la siguiente forma:
1) El nuevo presidente recorta los impuestos (sobre todo a quienes pueden pagarlo) para impulsar la economía, como prometió antes de ganar las elecciones. Nadie ama los impuestos, ni siquiera aquellos que reciben grandes beneficios del Estado.
2) Los más beneficiados por estos recortes son los más ricos, quienes se supone que crean trabajo y benefician al resto, no al revés.
3) Como hay menos recaudación, los servicios públicos no funcionan como se espera, por lo cual se debe privatizar la mayor cantidad posible de servicios ofrecidos por el Estado.
4) En sus números globales, la economía crece y se generan empleos por un breve tiempo, lo que produce euforia en los de abajo.
5) Cuando los efectos narcóticos del recorte de impuestos y el efectivo derivado de la venta de activos pasa, la economía vuelve a su estado anterior. Pero esta vez el Estado posee menos recursos (el rey está desnudo) para enfrentar una crisis económica y social.
6) La crisis ya está instalada. La clase media vuelve a ceder terreno, se endeuda o malvende lo que tiene.
7) Los dueños del gran capital se capitalizan más comprando a precio de liquidación. El pueblo se queja y se prepara para sepultar su memoria bajo toneladas de nuevas esperanzas.
Como se puede ver, al principio del proceso los más ricos se benefician de recortes de impuestos y de la compra de empresas estatales y, al final, se vuelven a beneficiar comprando por nada lo que quedaba en manos de los pequeños privados. Este modelo se reprodujo múltiples veces. Podríamos mencionar los últimos y más conocidos, todos dibujando una curva de campana que se repite después de un tiempo, cuando el olvido popular complete el trabajo. Como en la Argentina de Menem en los 90, los Estados Unidos de George Bush en los 2000, la Argentina de Macri en los 10 y, muy probablemente, los Estados Unidos de Trump en los 20.
* Profesor de Español, Literatura Latinoamericana y Estudios Internacionales, Jacksonville University.
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