La apertura comercial y la desregulación financiera no tuvieron el resultado esperado por la administración Macri. El saldo fue el previsible estallido de la crisis del sector externo.
Imagen: Lucía Grossman
Uno de los ejes estratégicos del gobierno de Cambiemos desde su asunción a fines de 2015 ha sido la “re-inserción de Argentina en el mundo”, tras un supuesto aislamiento que habría sufrido el país a raíz de las políticas llevadas adelante por los gobiernos kirchneristas. Los medios para lograr dicha “re-inserción” fueron la apertura comercial y la desregulación financiera, los cuales debían atraer un aluvión de inversiones externas y otorgar un mayor acceso a los principales mercados del mundo. Iniciativa que contó con el apoyo de los gobiernos de las principales potencias mundiales y de los grandes organismos multilaterales.
Supermercado del mundo
Una de las apuestas realizadas por el gobierno de Macri para reposicionar a la Argentina en el escenario mundial remite a la inserción comercial externa y fue sintetizada por el propio presidente como la intención de convertir al país en el “supermercado del mundo”. Esa visión -algo aggiornada- de la tesis ricardiana de las ventajas comparativas absolutas, llevó a disminuir y/o eliminar las retenciones a las exportaciones y a flexibilizar los controles a las importaciones. Si bien el deterioro del balance comercial se venía dando desde el 2013, la derogación de las regulaciones cambiarias (el denominado “cepo”) junto con la apertura comercial dispuesta por el gobierno de Cambiemos -en el marco grandes conflictos comerciales y crecientes medidas proteccionistas por parte de las principales potencias mundiales- no lograron incrementar las exportaciones y, por el contrario, produjeron un aumento en la elasticidad ingreso de las importaciones, dando lugar a uno de los déficits comerciales más grandes de nuestra historia en 2017: -8309 millones de dólares.
Cabe señalar que los efectos negativos de esta política no se limitan a un incremento cuantitativo de las importaciones, ya que el aumento de éstas no estuvo dado centralmente por un incremento en la actividad manufacturera -históricamente dependiente de la compra de insumos y bienes de capital al exterior-, sino que adquirió un peso creciente la importación de bienes de consumo final (incluidos los automóviles), las cuales pasaron de representar el 18,0 por ciento de la estructura importadora en 2010-2015 al 21,7 por ciento en 2016-2018. Ello, en un contexto recesivo o de bajo crecimiento implicó el reemplazo de producción local por extranjera, y en consecuencia una importante destrucción de puestos de trabajo.
Lluvia de inversiones
Tal como ha sido sostenido históricamente tanto desde posiciones liberales como algunas desarrollistas, el gobierno de Cambiemos especuló con la necesidad de fomentar la inversión extranjera ante la supuesta falta de ahorro interno y el desequilibrio en las cuentas externas. Sin embargo, cuando se analizan los resultados obtenidos, estos se revelan decepcionantes, incluso en los propios términos en los que se lo propuso el gobierno.
En lo que respecta a la llegada de inversiones, las medidas de liberalización y desregulación tuvieron un mayor impacto en los egresos por remisión de utilidades que en incentivar el ingreso de nuevas inversiones extranjeras, por lo que las mismas han registrado niveles inferiores a los de la etapa de mayor “aislamiento” del kirchnerismo, mientras el efecto neto de la “lluvia de inversiones extranjeras” fue de sólo 278 millones de dólares promedio anual frente a una entrada neta de 1491 millones de dólares (promedio anual) entre 2012 y 2015.
Por su parte, la desregulación de los movimientos de capitales debía producir un flujo neto positivo que permitiera financiar las “transformaciones estructurales” que requeriría la economía. Entre 2016 y 2017 ingresaron al país capitales especulativos por 11.472 millones de dólares (netos) en concepto de inversiones de portafolio que fueron propiciando un escenario de creciente inestabilidad al estar asociados a instrumentos de corto plazo, con un papel destacado de las letras de emitidas por el Banco Central. Sin embargo, en ese mismo período la fuga de capitales acumuló una suma muy superior: 33.844 millones de dólares, monto que no fue mayor por la repatriación de unos 7000 millones de dólares como resultado del blanqueo de capitales implementado por el gobierno.
Si bien en los primeros dos años de la administración Macri las inversiones de cartera se incrementaron notablemente respecto al período precedente, las mismas no fueron suficientes para compensar el creciente déficit en Cuenta Corriente (que incluye el balance comercial, los pagos de intereses y la remisión de utilidades) y la fuga de capitales, brecha que fue cubierta con un nuevo y acelerado proceso de endeudamiento externo. Esta situación se volvió insostenible a comienzos de 2018 cuando se produjo la retirada de buena parte de las inversiones especulativas (6184 millones de dólares) y desapareció el financiamiento externo privado. En dicho contexto se aceleró la fuga de capitales (28.536 millones de dólares en el año), desembocando en una fuerte devaluación y una aceleración de la inflación.
Frente a este crítico escenario financiero el gobierno terminó pactando un gigantesco crédito (57.000 millones de dólares) con el Fondo Monetario Internacional con el objetivo de garantizar el repago de la deuda contraída. Ello condujo a una acentuación de las políticas de ajuste, produciendo una profunda caída de la actividad económica y un deterioro de los principales indicadores sociales.
Debacle
Al ver la remisión de utilidades que realizaron las filiales de las firmas extranjeras y la fuga de capitales, queda en evidencia que el principal problema de la economía argentina no se debe tanto a la insuficiencia de ahorro sino a su escasa reinversión. Ambas cuestiones, lejos de haberse reducido, se incrementaron desde el cambio de gobierno en diciembre de 2015, profundizando los desequilibrios externos y la “reticencia inversora” que exhibe la clase capitalista en la Argentina.
El grueso de las inversiones que ha logrado atraer el gobierno de Cambiemos -a partir de ofrecer rendimientos financieros más altos que en los países desarrollados y que en otros emergentes- fueron de carácter especulativo. Como se ha visto, el problema con este tipo de inversiones de corto plazo es que son altamente inestables e incrementan la vulnerabilidad externa, ya que ante cualquier cambio de expectativas en los agentes los flujos se revierten y terminan agravando los desequilibrios externos.
En una economía como la argentina, la estrategia de crecer mediante el desmantelamiento de la estructura industrial y la profundización de la especialización primaria termina, una vez agotada la capacidad de endeudamiento, en una caída en el nivel de actividad y la utilización de la contracción del salario real como medio para intentar superar la restricción externa. De esta manera, las políticas aplicadas por el gobierno de Cambiemos, lejos de lograr una renovada y exitosa re-inserción de la Argentina en el mundo, terminaron conduciendo a la crisis económica más profunda desde 2002, con un profundo deterioro de las condiciones de vida de la clase trabajadora
* Investigador del Area de Economía y Tecnología de la Flacso y del Conicet.
** Investigadora del Laboratorio de Estudios en Sociología y Economía del Trabajo, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (UNLP).
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