Aliados y adversarios del presidente Michel Temer, ungido a raíz del golpe institucional que destituyó a la presidenta Dilma Rousseff el año pasado, convergen en al menos un punto: es admirable la capacidad de integrantes de su gobierno de cometer deslices olímpicos en una secuencia sin antecedentes.
Dos ejemplos recientes dejan claro el nivel de sus ministros. Hace unos días, el Jefe de Gabinete, Eliseu Padilha, contó, cándidamente, cómo se eligió a un ingeniero para ocupar el ministerio de la Salud. Inicialmente, recordó Padilha, se pensó en un médico respetado, “un notable que fuese indiscutible”. Pero en el reparto de cargos a cambio de apoyo en el Congreso, el ministerio de Salud le tocó al aliado PP, el –vaya ironía– derechista Partido Progresista. El médico inicialmente indicado pidió libertad total para montar su equipo, y el PP, luego de rechazar esa posibilidad, indicó su propio “notable”, el diputado Ricardo Barros, cuya única vinculación con temas relacionados a la salud era el apoyo financiero recibido en sus campañas electorales, todos oriundos de empresas de salud privada.
Tal revelación seguía impactando cuando el ministro de Educación, José Mendonça Filho, del mismo PMDB de Temer y también sacado de la Cámara de Diputados, anunció una reforma educacional que no fue debatida con profesores y educadores, pero que atiende plenamente a los intereses del sector privado. Mendonça Filho aprovechó el anuncio para cometer una tenebrosa secuencia de groseros horrores gramaticales, en especial de concordancia verbal.
Llegó entonces el turno de Roberto Freire, del aliado PPS, un partido inexpresivo en el Congreso, y que ocupa el ministerio de la Cultura. Un detalle deja clara la coherencia de Freire: cuando asumió la presidencia, Michel Temer quiso eliminar el ministerio de la Cultura. Uno de los más enfáticos defensores de la iniciativa fue el entonces diputado Roberto Freire. Duramente repudiado por artistas e intelectuales, que rechazaron de manera radical no solo el golpe institucional sino también el cierre del ministerio, Temer dio marcha atrás y nombró a un diplomático de tercer orden y una ambición desmedida para el puesto. A los seis meses, el diplomático presentó su renuncia y Temer recurrió, entonces, al mismo diputado que había defendido el fin de la cartera. Freire, un ex comunista convertido en enemigo furioso de la izquierda, que no tiene ningún antecedente con las artes y la cultura.
El pasado viernes, sorprendió a ese mundo al criticar, groseramente, a Raduan Nassar, considerado uno de los mejores escritores no solo de Brasil, sino del idioma portugués. En enero, Nassar, de 81 años, fue clasificado por la revista New Yorker como “el mayor escritor brasileño”. Para hacer aún más bizarro el incidente, el embate entre el respetado autor y el indelicado ministro ocurrió durante la ceremonia de entrega, a Nassar, del Premio Camoes, ofrecido por los gobiernos de Portugal y Brasil, y que equivale, en importancia, al Cervantes en castellano.
Nassar es un autor peculiar. Publicó solamente dos novelas, Lavoura Arcaica (que significa Sembradío arcaico, y fue torpemente traducido al español como Labor Arcaica) y Una copa de cólera. Como su colega mexicano Juan Rulfo (Pedro Páramo y El llano en llamas), con dos volúmenes cortos se consagró y luego calló. Se estableció en una estancia en el interior de la provincia de San Pablo y dijo que la creación que le interesaba no era la literaria, sino la de gallinas. Y ya no dijo más.
El año pasado, cuando sobrevino el golpe contra la mandataria electa, el ermitaño salió de su silencio para protestar. Ha sido un ardoroso defensor de Dilma Rousseff.
Por eso, era claramente esperado que, al recibir el Premio Camoes, hiciese críticas al gobierno brasileño. Luego de agradecer y elogiar a Portugal, Nassar dijo lamentar que el panorama de Brasil fuese muy distinto. Lanzó una ráfaga de críticas –en tono respetuoso, pero contundente– al Gobierno, al Congreso que impulsó el golpe y hasta al Supremo Tribunal Federal, que con su omisión contribuyó para la destitución de Dilma Rousseff.
En su respuesta, Freire –interrumpido seguidas veces por gritos de “golpista” desde la platea formada por intelectuales, poetas y escritores– sorprendió por su grosería. En lugar de contestar las críticas, lo mínimo que dijo fue que si Raduan Nassar consideraba que estaba recibiendo un premio de un gobierno ilegítimo, debería devolverlo, con su valor en dinero (cien mil euros) inclusive.
Confundió, el ministro, un premio ofrecido por dos estados con algo “patrocinado”, según él, por el gobierno de Temer. Además, se olvidó que el premio fue entregado bajo este gobierno, pero concedido por dos comisiones independientes el año pasado, cuando el gobierno era otro, electo de manera legítima.
Por ignorar los hechos o por un lapsus de memoria, cuando mencionó el valor del premio no hizo ninguna referencia a la estancia productiva que Raduan Nassar donó a una universidad federal, y que vale al menos veinte veces los cien mil euros del Camoes.
La repercusión de sus palabras insólitas fue enorme. Ahora, solo queda esperar cuál de sus colegas conseguirá superarlas en torpeza.
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