Por Mariano Molina l “Las responsabilidades de ampliar alianzas, sumar actores y combatir las operaciones de fragmentación recaen principalmente en el sector que –paradójicamente- contiene el apoyo más consolidado y tiene la líder política más importante de la democracia”.
La posibilidad de diferenciar lo importante y lo secundario es una de las virtudes políticas más destacadas. En muchas ocasiones no alcanza solamente con la utilización de datos objetivos de la realidad (esa suerte de positivismo eterno y permanente en nuestra cotidianeidad) sino que hay que incorporar algo del arte de la política, esa sensibilidad que permite conocer el territorio dónde nos movemos, distinguir esencias, humores, aspiraciones colectivas y urgencias que muchas veces no se expresan en una simple encuesta de opinión o sondeo electoral.
Es necesario tratar de ejercer cotidianamente algo de esos sentidos, superando nuestras propias identificaciones políticas, sentimientos y aspiraciones. Es difícil entender con exactitud que dice la calle o que se siente en la diversidad de barriadas de nuestro país. La multiplicidad de historias, geografías, cosmovisiones y necesidades lo convierte en una tarea apasionante y a la vez casi siempre incompleta.
Vivimos un escenario político y social novedoso. La alianza gobernante expresa las tradiciones políticas conservadoras y extranjerizantes de nuestra historia pero contiene componentes nuevos que nos obliga a cierta reflexión y freno a los reflejos fáciles de comparación con otros sucesos cercanos o viejos del pasado. Es probable que estemos viviendo un autoritarismo de tintes desconocidos y con gran capacidad de generar infinidad de hechos de violencia política de baja intensidad. En el transcurso de 2016 se registra un hecho cada 10 días (o menos) entre represiones, agresiones a locales opositores, encarcelamiento y diversas acciones intimidatorias. No es poco para un país que no vivía estas condiciones desde la última dictadura. La cantidad de hechos nos hace preguntar si se deben simplemente a un puñado de trasnochados aislados o prácticas regulares que de llevan adelante desde espacios estatales o para estatales.
Pero a la vez que la afirmación sobre que Macri es la dictadura puede ser conceptualmente acertada, es limitada. No explica el arraigo que tiene la política gobernante y la llegada a actores sociales con diversas características, que no necesariamente son los viejos fachos o los indiferentes de nuestra sociedad. Tan cierto puede ser que el gobierno expresa el regreso al peor neroliberalismo y el régimen de los CEOS, cómo que mucho de sus seguidores o votantes tienen prácticas sociales que tiempo atrás podrían haber sido consideradas rebeldes o de tintes progresistas (defensores del cultivo de marihuana, el naturismo, la libertad sexual, el derecho al aborto o seguidores de bandas de rock contestatarias pueden ser votantes potenciales de la alianza gobernante, por poner ejemplos rápidos y al pasar). Estas circunstancias ponen sobre la mesa nuevas preguntas e incertidumbres, obligan a repensar estrategias y volver a observar el territorio.
Sin caer en dramatismos dicotómicos, porque la vida política tiene constantemente componentes que parecen trascendentales para el curso de la vida y luego los escenarios cambian y las perspectivas se modifican, lo que parece estar en juego en este 2017 es la posibilidad de torcer un rumbo negativo para las mayorías de este país, fundamentalmente de cara a la ratificación o no del modelo económico, social y cultural que propone el gobierno. Los sectores del poder real van a intentar lograr la mayor fragmentación posible con sus operaciones y campañas, pero eso no sorprende porque es su esencia. Lo preocupante es que muchos sectores políticos de acá y allá sean funcionales a esas estrategias.
Sobre finales de la campaña electoral del año 2015 se realizaron infinidad de iniciativas colectivas e individuales apoyando al entonces candidato oficialista, con el objetivo de frenar la posibilidad de un gobierno de derecha. Esta acción se observo conmovedoramente en las semanas previas al ballotage y -si bien el resultadista puede reforzar la idea de que no sirvió para nada- la realidad nos ha demostrado de manera dramática que los miedos estaban firmemente sustentados. Hay un aprendizaje importante de esas semanas: las movilizaciones populares pueden superar las miserias y rencillas de la politiquería e infinidad de sujetos lograron diferenciar lo importante de lo secundario.
Entonces, quizás este 2017 tenga –nuevamente- una disyuntiva que compromete en sus acciones no solamente a las organizaciones políticas, sindicales, sociales o culturales, sino a gran parte de la sociedad. Son necesarias actitudes maduras, porque son tiempos de necesidades y de recomposición, de cuidados y de contención, tratando de correrse de la chiquita del día a día y de cobrar cuentas con el pasado. Hay que poder levantar la vista y tratar de mirar un poco más lejos. Y me atrevo a afirmar que las responsabilidades de ampliar alianzas, sumar actores y combatir las operaciones de fragmentación recaen principalmente en el sector que –paradójicamente- contiene el apoyo más consolidado y tiene la líder política más importante de la democracia. Esta vez, el que más votos puede obtener no puede jugar el partido desde la lógica del poroteo permanente. Porque no se trata solamente de volver ni transitar la cotidianeidad añorando, se necesitan acciones que definan una actitud ético-político para el presente y el futuro, estableciendo el sentido claro que le damos a nuestra democracia y los límites que no vamos a cruzar.
RELAMPAGOS. Ensayos crónicos en un instante de peligro. Selección y producción de textos: Negra Mala Testa Fotografías: M.A.F.I.A. (Movimiento Argentino de Fotógrafxs Independientes
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