“Yo me saqué los anteojos negros y me paré así”, cuenta Elisa Carrió. Cruza los brazos, abre ligeramente las piernas y eleva el mentón, en posición desafiante. Dice que Ricardo Lorenzetti sentía su mirada, pero que se mantenía sin pestañear: “Se puso nervioso. Yo no le sacaba los ojos de encima y a él no se le movía ni un músculo de la cara. Nada. Creo que es porque se pone bótox”. La escena ocurrió frente al féretro de Carlos Fayt, hace poco más de un mes. Todavía hoy se habla en ámbitos políticos y judiciales de aquella intimidación silenciosa, a la vista de los principales actores del Poder Judicial que asistían al último adiós a Fayt. Fue, para muchos, el dato que faltaba para constatar que Carrió no cesará en el embate contra el Presidente de la Corte Suprema.
La diputada lo denunció hace casi un año por enriquecimiento ilícito y prepara el pedido de juicio político para mediados de marzo o principios de abril. “No va a parar. Lo va a seguir a fondo. Del Presidente de la Nación para abajo lo saben todos. Está convencida”, dicen en el entorno de la aliada más temida de Cambiemos. Carrió bucea sobre el pasado del magistrado en Santa Fe pero también habría hecho algunas averiguaciones en el exterior, más precisamente en Estados Unidos, donde estuvo hace dos semanas. “Hoy pasó a ser el enemigo número uno de la doctora”, asumen quienes trabajan a su lado en el caso. Esa es otra mala noticia para Lorenzetti. Al menos momentáneamente, habría dejado de interesarse por Daniel Angelici, el presidente de Boca y amigo de Macri, a quien acusa de operar sobre los fallos judiciales.
¿Cuánto afectan los movimientos de Carrió al funcionamiento del máximo Tribunal? Una alta fuente de la Justicia arriesga que “ella ejerce sobre Lorenzetti una suerte de dominio psicológico: le afecta cualquier cosa que diga o haga”. En el Ejecutivo cambia la percepción del conflicto según a quién se consulte: los sectores más institucionales afirman que el acoso entorpece la relación de Macri con Lorenzetti -al que en privado el primer mandatario elogia-, pero el ala política de la administración macrista advierte que el daño sobre la figura del presidente del Tribunal podría garantizar cierta flexibilidad en el modo de vincularse.
Macri y el presidente de la Corte Suprema, Ricardo Lorenzetti, en octubre. Foto: Maxi Failla.
En medio de las especulaciones, no habría sido una sorpresa para Carrió la jugada de la semana pasada del administrador del Consejo Nacional de la Magistratura de la Nación, Juan Carlos Cubría. El hijo de la jueza federal María Servini de Cubría, afirmó que Lorenzetti busca desplazarlo para controlar la administración del Consejo y “diluir” erogaciones de un plazo fijo de 11 mil millones de pesos de la Corte que, dijo, estarían depositados en el exterior. Claro que el presidente saliente de ese organismo, Miguel Piedecasas, y el representantes de los jueces, Luis Cabral, salieron al cruce de Cubría y afirmaron que él “no es la voz institucional” del Consejo de la Magistratura.
En la Casa Rosada insisten con que ninguna de las denuncias “deberían afectar la dinámica de la Corte”, aunque reconocen que los dardos de Carrió representan un tema “irresuelto y dificil de encauzar” que podría traer consecuencias en el juego de poder que se dará en el Tribunal el próximo año, cuando haya que volver a elegir a su presidente.
La preocupación crece cada vez que trasciende que Carrió piensa en nuevas presentaciones judiciales. A veces, incluso, no hace falta tanto: una declaración en TV alcanza para alterar los ánimos. La última vez que fue invitada a la mesa de Mirtha Legrand, calificó de “siniestro” a Lorenzetti y dijo que iba a ampliar el tema en su diálogo a solas con Macri. Para el Presidente fue un dolor de cabeza. Marcos Peña, el jefe de Gabinete, ha marcado siempre diferencias con el estilo de la diputada. “Sus denuncias no reflejan las posturas del Gobierno”, ha aclarado.
Sin embargo, Lorenzetti viene fracasando en sus reclamos a Macri y al ministro Germán Garavano, para que intercedan ante Carrió. La respuesta siempre es la misma:“Lilita es inmanejable”. Para Elena Highton de Nolasco, Carlos Maqueda, Horacio Rosatti y Carlos Rosenkrantz esos diálogos comienzan a generar inquietud. Una cosa es hablar con el jefe de Estado por causas sensibles y otra por cuestiones personales. De ahí, tal vez, que ninguno de ellos se haya mostrado permeable a la firma de un documento público que pudiera aliviar el malestar de su colega.
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