El pueblo que encontrando sus líderes naturales u ocasionales, defiende su patria, su integridad, su patrimonio, su identidad, en una palabra: su honor.
Internamente, personalidades, grupos minúsculos pero con poder, que acepta la interferencia, agresión, intromisión y más aún, actúa como aliado, como auxiliar o cómplice de esa agresión, o intervención de espaldas al pueblo argentino y comprometiendo el destino soberano y la dignidad de la Nación.
En la antigua Grecia, el maestro Sócrates se enfrentaba con los sofistas por causas similares. Calicles, Protágoras o Hipias subalternizaban el lugar de la polis ante un vago cosmopolitismo. A su vez, Antifón, proclamaba una extraña cosmopoliteia y adelantándose a ciertos voceros de la intelligentzia vernácula, coincidía en que sacrificarlo todo por la ciudad era un absurdo y una forma de injusticia. Para estos hombres que habían secularizado su mirada, el vínculo sagrado que enlazaba la existencia del solar patrio y las normas y leyes divinas en que se sostenía, carecía de sentido y se había quebrado para siempre. Sólo quedaban los intereses individuales bajo el amparo de una fraternidad abstracta y de un igualitarismo ecuménico que nunca dejaba de ser un discurso vacío. En cierta forma, esta era la forma de pensar del Rivadavia que se niega a San Martín afirmando “lo que le conviene a Buenos Aires es replegarse sobre sí misma”; el Sarmiento de “el mal que aqueja a la Argentina es la extensión” o de los artículos en “El Progreso” de Santiago de Chile, o el Echeverría de “la patria no se vincula con la tierra natal”. Es decir, al igual que en Malvinas, no cabe ya pensar en combatir sino en aliarse con los poderosos para prosperar, y si algún conflicto aún quedara, siempre podrá apelarse a los mercenarios o a una justificada rendición. Alceo y Anquíleco, abandonando sus escudos en el campo de batalla y ufanándose de ello, son las figuras emblemáticas de esta modalidad apátrida ahora revestida de “racionalidad” y respeto a la “autodeterminación de sujetos de derecho”.
Sócrates, que había sido guerrero y en grado heroico, les responde duramente enseñándoles el valor trascendente de la patria soberana: “La Patria - le dice a Critón - es digna de más respeto y más veneración delante de los dioses y de los hombres, que un padre, una madre y todos los parientes juntos. Es preciso respetar la patria en su cólera, tener con ella la sumisión y miramientos que se tiene a un padre, atraerla por la persuasión u obedecer sus órdenes, sufrir sin murmurar todo lo que quiera que se sufra, aún cuando ésta sea verse azotado o cargado de cadenas, y que si nos envía a la guerra para ser allí heridos o muertos, es preciso marchar allá porque allí está el deber, y no es permitido ni retroceder, ni echar pie atrás, ni abandonar el puesto, y que lo mismo en los campos de batalla, que ante los tribunales, que en todas las situaciones, es preciso obedecer lo que quiere la República, o emplear con ella los medios de persuasión que la ley concede; y, en fin, que si es una impiedad hacer violencia a un padre o una madre, es mucho mayor hacerla a la patria”.
Sin embargo, nuestro país ha sido pródigo en engendrar personajes como Cirsilo, el personaje del capítulo once del libro tercero de Los Oficios de Cicerón, que aconsejaba entregar Atenas a Jerjes victorioso y someterse a los “beneficios” de su dominación omnímoda antes que batallar en su contra, para enseñarnos que “nunca se ha de pecar por la República”. Así lo entendieron aquellos atenienses y corrieron a pedradas a Cirsilo hasta las puertas de la ciudad. Hoy se le daría espacio en todos los medios en todos los medios de difusión.
Este tipo de manifiestos, como otros, que proclaman tímidamente nuestra soberanía sobre los territorios australes, pero sin soldados, son falaces, pero transparentes. Expresan con tosca simpleza el odio visceral que la causa del orden substantivo, abroquelado en la fe y el patriotismo, suscita en los propugnadores del “realismo periférico”
“Una Nación no debe sufrir por una batalla perdida más que un hombre robusto por un arañazo recibido en un duelo de espada - solía decir el escritor Anatole France - Es suficiente para remediarlo un poco de espíritu, de destreza y de sentido político. La primera habilidad, la más necesaria y ciertamente la más fácil, es extraer de la derrota todo el honor militar que se pueda dar.
Tomadas así las cosas, la gloria de los vencidos iguala a la de los vencedores y es más tocante. Es conveniente, para hacer que ese desastre sea admirable, celebrar al Ejército que ha estado en la guerra y publicar los bellos episodios que destacan la superioridad militar del infortunio. Los vencidos deben empezar por adornar, hacer lucir y dorar su derrota, engalanándola con signos relevantes de grandeza. Leyendo a Tito Livio, se ve que los romanos no erraron en esto y suspendieron palmas y guirnaldas en las espadas rotas de Trebia, Trasimeno y Cannas.”
El Premio Nobel pertenecía a la Nación que se reponía de los estragos de la Primera Gran Guerra, que había conocido las glorias Napoleónicas y la amargura de la derrota en la guerra franco-prusiana. Sin embargo, contrariamente a ciertas plumas de esta orilla del océano, que se han manifestado en los últimos días por la autodeterminación de los ocupantes ilegítimos, este “genuino” intelectual genuino no se avergonzaba de la suerte de sus armas ni se cuestionaba los reclamos sobre Alsacia y Lorena. Lo sorprendente es que estos mismos voceros del llamado “realismo periférico”, que definen a la recuperación de las Malvinas como un acto criminal y descabellado, fueron durante décadas los principales impugnadores de la neutralidad argentina en las dos guerras mundiales del pasado siglo. “La victoria tiene muchos padres, la derrota solo uno” y en este caso en particular el responsable no es una camarilla de pretorianos, sino el propio pueblo argentino que acompañó la decisión soberana y aún hoy pese al resultado adverso de lo que en el futuro sólo será una gran batalla, se enorgullece de sus combatientes.
La estrategia de desmalvinización, que no es otra que la de imponer en el inconsciente colectivo el fatalismo de la impotencia nacional frente a las agresiones coloniales, responde a la necesidad de que los Acuerdos de Madrid, suerte de Tratado de Versalles de similares condiciones vejatorias, sean aceptados como un fatalismo bíblico. Así, nuestros recursos naturales serán una nueva Cuenca del Ruhr y nuestro sistema de defensa desmantelado (Proyecto Cóndor, Fábrica de Aviones, Centros de investigación, etc.) con el argumento enlatado de que la globalización ha hecho obsoletas las naciones. No parece considerarlo así nuestro vecino Brasil que desarrolla una formidable capacidad disuasiva ante los apetitos que genera su Amazonia y los yacimientos energéticos de su litoral marítimo.
Con este objeto se ha implementado una banalización suicida de nuestra historia, contrariamente a países como Francia e Inglaterra, paradigmas de cómo construir historias gloriosas para consumo mundial, aun a partir de crímenes notorios. Hoy nos intoxican con películas de soldados llorones y capitanes sádicos, para que no nos percatemos que perdimos no solo contra Inglaterra, sino también contra Europa y los Estados Unidos que desarrolló la más formidable movilización bélica desde la Segunda Guerra Mundial: la “Task Force”, formada por casi 200 navíos, entre transportes y buques de guerra, y perdió en menos de 60 días de combate en el atlántico sur el 40% de sus unidades, hundidas, averiadas, fuera de combate, blancos de los muy bien coordinados y ejecutados ataques de la aviación naval y la Fuerza Aérea. El año pasado, el príncipe Andrés de York, en un lapsus memorable ante las cámaras de la televisión británica, reconoció que siendo él tripulante del portaaviones “Invencible”, nave insignia de la fuerza invasora, debieron de soportar un serio ataque de la aviación argentina, el cual dañó el buque; textualmente, él tuvo temor de ser encontrado cuerpo tierra, carbonizado sobre la cubierta del buque, con el cubo mágico que intentaba armar entonces con otro tripulante.
De la misma forma, en una sola jornada de combate, el BIM 5 había diezmando un batallón de paracaidistas escoceses, más de 800 hombres, aniquilando unos 300 gurcas, todos estos acontecimientos relatados por los protagonistas británicos y subidos a “youtube”. Se cuentan por centenares episodios de una épica homérica.
El Ejército tuvo más de 1.200 bajas entre muertos y heridos en Malvinas. De ellas 61 fueron oficiales y 199 suboficiales, lo cual significa un elevado porcentajes en relación con la cantidad que integraba el contingente y, sobre todo, teniendo en cuenta la distribución de los hombres en el terreno y el hecho de que las acciones principales no afectaron a todas las guarniciones y unidades, esas bajas se concentraron en algunas que sufrieron pérdidas realmente severas.
Así el Regimiento de Infantería 7 que defendió el cerro Logdon y Wireless Ridge, tuvo un total de 188 bajas, el Regimiento de Infantería 4 que defendió los cerros Harriet y Dos Hermanas tuvo 140 bajas, el regimiento de Infantería 12 que luchó en Darwin y Pradera del Ganso tuvo 107 bajas y la Compañía C del Regimiento de Infantería 25 que peleó en el mismo lugar sumó 31 bajas más.
En determinadas posiciones, el 50% o más de los jefes de las fracciones de primera línea, resultaron muertos o heridos: en el cerro Dos Hermanas 5 sobre 6 oficiales que iniciaron la lucha y en el cerro Logdon 3 sobre 5 fueron muertos o heridos, pudiendo agregar en el último caso un suboficial que se desempeñaba como jefe de sección y también resultó herido. El 50% de los oficiales del Grupo de Artillería 3 también fue muerto o herido. Sería del caso preguntar a los ingleses cuántos de sus oficiales corrieron la misma suerte, aunque alguien podrá argumentar entonces que si no tuvieron la misma proporción es porque saben combatir mejor.
Es por todos conocida, y más en el exterior, la magnífica actuación de la Fuerza Aérea Argentina, y quien nos obsequia estas páginas fue integrante de la misma. Con una prosa ascética pero no exenta de cierta poesía, mi compañero de estudios secundarios, que durante todo el conflicto sirvió en la Base Militar Malvinas, desarrolla un verdadero diario de guerra con un estilo que nos remite a las crónicas de Jean Lartéguy o las memorias de Ernst Junger en sus “Tempestades de acero”. No es para menos, durante el conflicto la Base Militar Malvinas concretó 1.533 operaciones aéreas durante las que se descargaron 6.500 toneladas de suministros y equipos, se trasladaron 9.800 pasajeros y se evacuaron 264 heridos. Durante los 45 días de combate sufrió el impacto de 51 bombas de 500 kg., 140 de 250 kg y 16 del tipo “rompepistas”, además de 1.200 proyectiles de artillería naval.
Los días y las terribles noches, “donde nada se ve donde solo hay latidos”, son relatados minuciosamente y tiene la honestidad de no ahorrar menciones a las pequeñas miserias humanas que se expresan en las situaciones límites, como también destacar, con la modestia del soldado cabal, las heroicidades que durante el conflicto fueron cotidianas. Tal vez el espíritu que animó a los hombres de uniforme azul, se exprese en las estrofas de un piloto, escritas durante el conflicto:
No permitas Señor que en el olvido
Caiga nunca lo que hicieron en la guerra
los halcones que unieron en la paz
con su vuelo, los rincones de mi patria.
Nunca dejes que sus alas se fatiguen,
porque aún, más allá de la contienda,
representan con su vuelo la esperanza,
el orgullo, la entereza…
el respeto hacia un pueblo que nutrió
con su esencia
el espíritu mismo de esas alas abiertas
Más, no dejes Señor que con sus nombres
Se dispersen tales actos de grandeza
Que si bien cada uno ha dado todo,
Todos juntos constituyen una fuerza.
Tal, el espíritu que se desprende de las páginas de este libro. Teniente Jorge Luis Reyes, nuestro querido “Negro”, ¡Me siento orgulloso de ser tu amigo!José Luis Muñoz Azpiri (h)Miembro de Número del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas ”Juan Manuel de Rosas”.
Fuente Agenda de Reflexió.
Prof GB
No hay comentarios:
Publicar un comentario