Martes 26 de Junio de 2012
Hoy se cumplen diez años de la Masacre de Avellaneda. El 26 de junio de 2002 caían asesinados Maximiliano Kosteki y Darío Santillán víctimas de la represión organizada por el entonces presidente Eduardo Duhalde. Una década después encuentra a uno de los dos condenados con cadena perpetua, el ex comisario Alfredo Fanchiotti gozando de un régimen de penal abierto en la cárcel de Baradero. A su vez en el Congreso se discute un proyecto de ley para denominar a la estación de Avellaneda Darío y Maxi. De aprobarse se ratificaría en el plano legal lo que las organizaciones populares han implementado de hecho.
Más allá de estos aspectos no menores cabe una reflexión sobre el significado histórico de aquel suceso. El asesinato de Kosteki y Santillán y su posterior repudio en las movilizaciones del 27 de junio y del 3 de julio fueron un punto de inflexión en la política argentina. A partir de entonces el fuerte protagonismo popular potenciado por las jornadas del 19 y 20 de diciembre modificó la correlación de fuerza hacia los sectores populares.
El gobierno de Duhalde se debatía entre líneas contradictorias. Su programa devaluacionista apoyado por la UIA y repudiado por el gran capital extranjero implicó un retroceso del proyecto dolarizador. Si bien la retórica gubernamental culpaba a los bancos por el desastre económico y proponía un modelo basado en la producción, la devaluación significó un duro ajuste para el conjunto del pueblo. La puja por arriba entre quienes propugnaban reactivar el aparato productivo y los que buscaban hacer del país un country financiero se había resuelto a favor del primer grupo.
El proyecto de Duhalde implicaba una línea industrialista pero también la subordinación a los dictados del FMI. Para lograr un acuerdo con el organismo multilateral de crédito el gobierno necesitaba poner coto a las protestas que se desarrollaban a lo largo y ancho del país. En especial debía terminarse con los cortes de ruta de los piqueteros, el principal bastión de resistencia al proyecto duhaldista. Según datos del Programa de Investigación sobre el Movimiento de la Sociedad Argentina (PIMSA) en 2002 por primera vez la cantidad de protestas de desocupados superaron a las convocadas por otro actor social.
La represión realizada por el gobierno no pudo acallar las protestas del movimiento piquetero. El repudio popular al hecho obligó a Duhalde a adelantar las elecciones sin que el problema pudiese resolverse. Los debates previos a las elecciones del 27 de abril de 2003 mostraron a los candidatos Carlos Menem y Ricardo López Murphy proponiendo una salida represiva más intensa para garantizar el regreso del país al mercado financiero global.
Por su parte el proyecto de Néstor Kirchner planteaba otra alternativa. Su programa era una bandera de la no-represión de la protesta social. La solución para el problema de los cortes de ruta no provendría de la represión sino de la creación de fuentes de trabajo. Para lograrlo el país debía implementar una política a contramano de las recetas del FMI que aunase el crecimiento económico con la caída en los índices de desocupación. Ese proyecto fue finalmente el implementado.
¿Qué rol jugaron Kosteki y Santillán para que ese cambio fuese posible? El MTD de Guernica y el MTD de Lanús a la que ambos respectivamente pertenecían formaban parte de la Coordinadora Aníbal Verón, luego MTD Aníbal Verón. Políticamente estaban organizados bajo los principios del autonomismo. Desde esa perspectiva el Estado era percibido llanamente como un aparato de opresión. Esa mirada tenía asidero en un país donde los gobiernos neoliberales garantizaban el retiro del Estado en salud, educación y otras áreas esenciales a través de la represión estatal.
Paradójicamente muchos de los reclamos de los MTD fueron satisfechos por el Estado bajo el gobierno de Kirchner. Probablemente la consigna de “trabajo, dignidad y cambio social” sostenida por la Verón fue vivenciada por amplias franjas de la probación como una realización del kirchnerismo. No es casualidad que en 2004, según datos del PIMSA y del Instituto de Investigaciones Gino Germani, cayeran abruptamente las protestas de desocupados. El objetivo se logró casi sin represión y gracias a un programa que hizo de la creación de empleo uno de sus pilares más importantes.
Nunca sabremos que opción política hubieran elegido Darío y Maxi ante este panorama. Tal vez hubieran sido parte del kirchnerismo o quizá habrían integrado alguna de las organizaciones que hoy reivindican su herencia y mantienen duras críticas al gobierno nacional. Este artículo no pretende arrogarse la representación de ninguno de los dos. Sólo busca afirmar que la lucha de Darío y Maxi fue una condición necesaria para que el proyecto nacional y popular surgido en 2003 pudiese nacer. El kirchnerismo nunca hubiera existido sin la fuerza, protagonismo y entrega de aquellos dos heroicos luchadores.
AGENCIA PACO URONDO.
GB