El intento de asesinato, o cuando menos, el atentado con riesgo de muerte de la vicepresidenta CFK, perpetrado por un loco, un lunático, un “lobo solitario”, sin vínculos (aparentes) con estamentos o grupos o sectores concretos, se inscribe, con obvias salvedades de tiempo y espacio, en la lógica que habita la novela de Delillo. Los factores de poder, centrales o marginales, generan su propio Oswald. Aquí, allá y en todas partes.
Resulta raro o decepcionante que ningún/a intelectual de los/as que pregonan en ciertos cenáculos ni siquiera haya reparado en los paralelismos. Más raro sería que no hayan leído a un autor como Don Delillo, al que seguramente admiran y no muy improbablemente, le envidian a las letras estadounidenses, porque acá “no se consigue”, al revés de los botines Fulvence del Ratón Ayala, promediando los años 70.
En cambio, resulta tan conveniente como falsario interpretar lo sucedido esa noche templada de principios de septiembre en las puertas mismas del concurrido edificio de Recoleta como obra imperfecta de un simple desquiciado. Hasta en eso somos tan inferiores los americanos del sur respecto de nuestros primos angloparlantes, podrían apostrofar con ironía. Tenemos magnicidas aficionados y con mala puntería.
No fue eso lo que pensaron las personas que construyeron multitudes al día siguiente en calles y plazas de todo el país, con la centralidad mediática recurrente en una ciudad hostil, en los hechos y en los votos, al discurso político e ideológico de la ex presidenta. |
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