POSTEMILLAS/LA PLASTICIDAD DEL FASCISMO
Imagen: Jóvenes Republicanos, ala juvenil de Unión Republicana, agrupación liderada por el diputado Francisco Sánchez.
El capitalismo cyber-financiero actualiza al fascismo en su núcleo más criminal. Un puro negativismo para acelerar la concentración de la riqueza y prohijar humanos descartables.
Por Vicente Muleiro*
Postemilla. 1: Absceso que supura. 2. Punta visible de un tumor.
Facho argento. Los liberales-autoritarios quisieron ver fascismo puro en las más –para ellos- inquietantes marcas del peronismo de los años ‘40. Tras el atentado a CFK el pasado jueves 1, otra figura fue escrita – y no por primera vez- en las crónicas periodísticas para definir al magnicida, su pareja y su grupo fantasmal: nazi-antiperonista o neonazismo antikirchnerista, por ahí. El sentido inicial aparece invertido con exactitud.
Plasticidad facha. Las motes fascista y nazi son, a esta altura, calificativos plásticos y polisémicos. Se cargó, como metáfora, alegoría y/o símbolo del mal con los discursos, imágenes y memorias del Holocausto. En sus acepciones más generales y populares, el nazi/fascismo hoy sirve para mentar al militarismo, a la política estatal basada en la represión y a todas las variantes de la intolerancia ideológica que, como se sabe, jamás se priva de amenazar y/o destrozar a los cuerpos.
¿Liberfascismo? Por aquí al anti/nazi/fascismo le crecieron los pelos durante la Segunda Guerra Mundial. Con antigua y reforzada anglofilia y lógica occidental –más que democrática- apoyaron a los aliados y acusaron a la neutralidad argentina ¿de qué? de nazi/fascismo, cómo no. A la ensalada política le untaron, para destrozarla con ganas, la palabra Libertad, así con mayúscula. Fue por eso que a la contrarrevolución antiperonista, plagada de choreos, prevaricato, deuda externa, asesinatos y proscripción, entre otras lindezas del “fascismo real”, se llamó “Libertadora”. Algunos sectores ultramontanos y grupos nacionalistas que se decían peronistas no colaboraron para despejar el malentendido. Pero darles un papel central o teñir con su solo trazo a todo un movimiento político es mentir a sabiendas.
Urbi et orbi. Muy latinoamericano, aunque en su faz colonial/bananera, el catolicismo institucional que había cambiado algo más que guiños amables con el mismísimo Adolph Hitler, se autobendijo antinazi. Eso combinó con el clericalismo de zarzuela y pandereta que ya había inficionado a los nacionalistas argentinos del 30. Franca/mente y de cara al sol.
Cemento colonial. La reacción a la marea rebelde de los años ’60 y 70’ y las luchas antiimperialistas alinearon a los ejércitos latinoamericanos detrás del adoctrinamiento de la lavadora de cabezas y los centros de entrenamiento en torturas de la Escuela de las Américas prohijada desde Estados Unidos con sedes en Panamá y luego en Georgia. Las dictaduras del continente, en su bestial anticomunismo de kindergarden, no disimularon ya sus gustos por el bigote corto y la mano derecha en alto. En técnicas de crueldad se comprobaron refinamientos y brutalidades como para que los antecedentes europeos se sintieran orgullosos de sus sucesores americanos.
Si solo fuera un chiste… La derecha pastosa hace reaparecer en ocasiones viejos conejos de la galera para revitalizar aquellas figuras condenatorias. Ejerce cierto humorismo involuntario al comparar las formaciones juveniles del nazismo, las Hitlerjugend, creadas para entrenar militar y físicamente a los adolescentes, pensando en futuros relevos generacionales del III Reich, con les muchaches –ya no tan muchaches- de La Cámpora. Si en esas calificaciones no se bosquejara la tragedia todo sería simplemente caricaturesco.
Los usos del pasado. Ante la imposibilidad de encontrar y/o inventar grupos violentos desde el campo nacional y democrático, hoy la derecha hiperbólica raspa la olla de la historia y trae a la organización político-militar Montoneros y repasa sus atentados más tremendos con una redacción y edición que trata de convertir el pasado en un futuro amenazador. Mario Firmenich, reaparece desde España y, a sabiendas o no, se convierte en un instrumento para subrayar una acometida espectral.
A la basura. Más que una descripción de su exterioridad rabiosa y de su pulsión fúnebre, Walter Benjamin arrimó sobre el fascismo una definición de fondo: el fascismo era la consecuencia de un desajuste entre la evolución productiva y la capacidad social para absorberla. Así fue y ahora el desacople entre la cyberdictadura y la demanda social es exponencialmente más grave. El matrimonio entre el tifón tecnológico y el capitalismo financiero genera a toda velocidad humanos y comunidades descartables. La necesidad de deshacerse del sobrante es el quid de la necropolítica. En el lenguaje comercial el que queda afuera de la clientela ya tiene sus motes: basura o desperdicio.
Necropolítica. Y no solo hay que aniquilar a ese sobrante. También a quien tenga una visión política, moral o religiosa de defensa de los que ya están a la vera del camino. En este punto el capitalismo se abraza a la necropolítica, a la muerte como bandera. El fascismo ya no es, como definía la izquierda clásica, una variante del capitalismo en peligro. Cada vez más el capitalismo cyber-financiero de hoy es en-sí y para-sí, fascismo.
Buenos Aires, 17 de septiembre de 2022.
*Escritor, dramaturgo, poeta y periodista.
La Tecl@ Eñe. Revista Digital de Cultura y Política
http://lateclaenerevista.com
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