Lo que nos lleva al otro protagonista. ¿Es posible leer la visita de Pelosi como otra cosa que no sea una provocación? Veamos. Seguramente el aterrizaje de la dirigente demócrata en Taiwán, en el marco de su gira por Asia, responda a factores domésticos. Pelosi, cuya mirada negativa sobre China ha sido una constante en su larga carrera política (tiene 82 años), está buscando su reelección como congresista y una nueva dirección, dado que existen buenas chances de que sea desplazada como presidenta de la Cámara ante una victoria de los republicanos en las elecciones de medio término, en noviembre. Pero el viaje, aunque desaconsejado por Biden y la Casa Blanca, refleja un movimiento mayor: la decisión de la dirigencia norteamericana de dejar clara su eventual posición en una invasión de Taiwán. Biden ya dijo en tres oportunidades que Estados Unidos defendería de manera directa a Taiwán en el caso de una invasión. Es cada vez más difícil pensar estas intervenciones como gaffes, que es básicamente lo que salen a decir después sus funcionarios. Esto pone en jaque a la vigente posición de Washington en el conflicto de Beijing con Taiwán, conocida como ambigüedad estratégica. Implica que Estados Unidos adhiere formalmente a la política de Una sola China pero envía armas y apoyo constante a Taiwán, mientras deja abierta la posibilidad de un involucramiento directo en un conflicto. Hace tiempo que distintas voces con llegada al establishment demócrata argumentan que Washington debe romper con esa política y reemplazarla por una de claridad estratégica. Aunque lo niegue, en los hechos la Administración Biden está cada vez más cerca de esta posición. Esta subida de apuesta en Taiwán es, por cierto, una de las pocas agendas que comparten los demócratas y republicanos hoy. Las dirigencias coinciden en que el control de la isla va a definir el balance militar en la región. No es una idea descabellada: Taiwán, además de ser un territorio al que China aspira por cuestiones simbólicas y de interés nacional, tiene una ubicación estratégica en el Asia Pacifico. Desplazar a Estados Unidos de la isla le daría una posición privilegiada para asentarse como el poder dominante en la zona. La dirigencia norteamericana defiende la postura dura como la única posible para lidiar con China, pero es importante recordar que esto es una decisión antes que un destino manifiesto. Estados Unidos podría optar por una estrategia de contención diferente, en la que China tenga su propio espacio de influencia y de seguridad en su región, que incluye a Taiwán (recomiendo leer esta entrevista de la bodega de Mundo Propio). Esto implicaría un esquema de poder global compartido, donde Estados Unidos se asegure influencia en otras zonas. Pero no parece ser una alternativa viable para las élites actuales, donde la guerra emerge como un escenario inevitable. China, por otro lado, parece actuar bajo la misma lógica. Tres apuntes random sobre lo que vieneAlgunas cositas antes de despedirnos. Las proyecciones sobre la guerra tienen un punto ciego: el error de cálculo. Difícilmente la presencia militar china en el estrecho vuelva al punto anterior a la visita, y Taiwán y Estados Unidos no se quedarán de brazos cruzados. La creciente tensión aumenta las posibilidades de un conflicto derivado de un error de cálculo, de roces que se transforman en movimientos más grandes y desembocan en un enfrentamiento abierto. La historia está repleta de casos así. A ese cuadro se le agrega el hecho de que hoy Washington y Beijing tienen menos canales para evitar una escalada, luego de que China decidiera suspender la cooperación en seguridad marítima y de altos mandos militares como represalia por la visita de Pelosi. Y también está la cuestión doméstica, que puede llevar a uno de los liderazgos a acelerar el conflicto. En Estados Unidos especulan con que Xi Jinping, que se encamina a un tercer mandato, podría estar tentado a resolver la cuestión Taiwán dentro de su periodo como presidente; del otro lado tampoco ven a los norteamericanos como moderados. Lo segundo es que este escenario próximo de mayor tensión en la zona va a tener impacto en la economía global por dos motivos. Como el estrecho es una de las rutas comerciales del este de Asia, si hay interferencia en la circulación habrá consecuencias en las cadenas de suministro –que ya vienen golpeadas desde hace un par de años– y por ende en la inflación. En segundo lugar, el rol central que ocupa Taiwán y su principal empresa –TSMC– en la producción global de semiconductores, vitales para celulares, autos, computadores, drones y todo tipo de electrodomésticos, va a ser un dolor de cabeza mayúsculo. Según la consultora TrendForce, la isla produce el 64% de los chips globales, una cifra que es superior en algunos modelos de alta capacidad tecnológica. Es posible que ahora empieces a escuchar más sobre cómo reemplazar o trasladar esa producción a Occidente (el Congreso yanqui aprobó una ley de inversión al sector la semana pasada). Pero ese traslado va a llevar tiempo y va a ser costoso, en parte por la alta capacidad tecnológica y know-how que tiene Taiwán. La paradoja de esto es que el primer país que empezó a invertir fuerte en su propia industria para no depender de la isla fue precisamente China, a la que se le bloqueó el acceso a la empresa taiwanesa con la guerra tecnológica sobre Huawei, en tiempos de Trump. Involuntariamente, Beijing se anticipó. Por último, para seguir el desenlace de esta disputa hay que mirar más a los costados: Japón, Corea del Sur y Australia, pero también India, Rusia, Francia y Reino Unido. Las señales de estos países respecto a un posible conflicto en Taiwán son más importantes que antes. Pelosi, por ejemplo, fue mucho mejor recibida en Tokio que en Seúl, que no comparte el viraje belicista que sí respalda Japón. Por otro lado, ¿asumirá Rusia un mayor compromiso con la causa de la reunificación a cambio del apoyo que le viene prestando China en Ucrania? ¿Cómo se va a materializar? El caso más relevante quizás sea el de India, pieza clave de la estrategia norteamericana en el Indo-Pacífico que ha chocado bastante con China en los últimos años. Pero India es también un aliado militar de Rusia, y no se acopló al coro de sanciones por la guerra. A propósito de la guerra en Ucrania, Mariana se pregunta si no se trata del primer conflicto en un nuevo tablero pos-occidental. Lo dice así: “Rusia no se hubiera movido sin tener el aval de China. Y mientras Occidente clausura a Rusia, los grandes estados euroasiáticos, que concentran la mayor parte de la población mundial –Rusia, China e India– están haciendo una lectura de esta situación muy diferente. El movimiento de Rusia, ¿no tendrá que ver con sentar una posición en la reorganización del mapa que se viene?”. |
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