Johnson se va del gabinete opositor en 2004, a raíz de un affair que tiene con una periodista que al principio niega, un modus operandi conocido a esta altura. En 2008 se presenta a la alcaldía de Londres y, para sorpresa de toda la opinión pública, gana. Muestra su cara más liberal y cosmopolita, tolerante con las minorías y cerca del centro. El hartazgo con el laborismo a nivel nacional, ahora en manos de Gordon Brown, opera como viento de cola, y Johnson derrota a Ken Livingstone, que gobernaba la capital desde hacía ocho años. Su mayor legado fue la red de bicicletas y la organización de los Juegos Olímpicos, que le dio notoriedad global. No se destacó, pero estuvo a la altura. En 2012 volvió a reelegir. Y fue desde la alcaldía donde Johnson lanzó su mayor reto y apuesta política, cuando se convirtió en la cara de la campaña del Brexit. Las fechas acá importan. En 2013, como una apuesta para ganar adeptos en el ala derecha del Partido Conservador, David Cameron, primer ministro desde el 2010, plantea la posibilidad de un referéndum para decidir sobre la permanencia en la UE. Un año después, en las elecciones para el Parlamento Europeo, el partido UKIP, cuya única propuesta es retirar a Reino Unido de la Unión, se convierte en el más votado. Su líder, el estridente Nigel Farage, comienza a presionar a Cameron, que por lo demás está confiado en que va a ganar la opción de la permanencia. En 2015 hay elecciones generales donde los tories arrasan, Cameron reelige como primer ministro y el referéndum queda para junio de 2016. Es ahí donde entra Johnson en escena. Su decisión es tardía, lo que revela que estuvo especulando hasta el último momento, pero finalmente anuncia que va a apoyar la salida. Se convierte así en la cara de la campaña Leave, que para entonces no tenía referentes serios y competía contra un campo que tenía a los dos principales líderes nacionales –David Cameron y el laborista Jeremy Corbyn– como exponentes. En Brexit: The Uncivil War, la película de Toby Haines que narra la campaña, Johnson aparece retratado como una marioneta de Dominic Cummings, el cerebro detrás de la victoria al que Boris completa con su carisma. Más allá de la lectura de Haines, la incorporación de Johnson se reveló crucial para la campaña, que prometía volver a tomar el control (take back control). Boris abandona a partir de ahí sus credenciales más liberales y comienza a hablar de seguridad social estatal y en contra de los inmigrantes. Su euroescepticismo, por lo demás, no era impostado. Cuando el Leave se impone en el referéndum, Cameron renuncia y Johnson se convierte en el favorito para reemplazarlo. Pero entonces es traicionado por su mano derecha en el partido, Michael Gove, que declara que Johnson está incapacidato para gobernar el país y convence a decenas de otros parlamentarios. Boris baja entonces su candidatura. Solo tiene que esperar a que la sucesora de Cameron, Theresa May, fracase. 5.Incapaz de conseguir el apoyo suficiente para aprobar su proyecto de Brexit, May renunció a principios de 2019. Johnson la había acompañado como ministro de Exteriores hasta la presentación del proyecto, que fue la excusa para abandonarla. El argumento de Johnson era que May estaba cediendo mucho a Bruselas, una lectura que terminó primando en la bancada conservadora. Johnson arrasó en la elección interna del Partido y se convirtió en primer ministro en julio de 2019. Ese año estuvo a punto de llevar al país a una salida de la Unión Europea sin acuerdo, pero finalmente consiguió un arreglo de manera agónica, que evitó el choque. El precio a pagar es un protocolo que deja a Irlanda del Norte con ciertas regulaciones. Unos años después, ya en su ocaso, Johnson se va a arrepentir y va a buscar cambiar el protocolo por la fuerza. Luego del acuerdo, firmado en octubre, Johnson convoca a elecciones generales. Su relación con el Parlamento, donde los conservadores habían perdido la mayoría por culpa de May, estaba agotada. En diciembre de 2019, Cummings, que había asumido como mano derecha, se ocupa de pensar otro lema, enfocado en terminar de completar el proceso formal de salida de la Unión: Get Brexit Done. Es simple y potente. Y hay otro viento a favor: Jeremy Corbyn, el candidato laborista, se encuentra desgastado y en guerra con su propio partido. En las elecciones Johnson lleva a los tories a la mayoría más holgada desde los años de Thatcher. Pero, por sobre todo, consigue la victoria en distritos tradicionalmente laboristas, que votaban a la izquierda desde hace décadas. Unos meses después, Reino Unido sale de la Unión Europea y Boris Johnson finalmente consigue poner su nombre en la historia. Cummings tenía para entonces planes más ambiciosos: quería remodelar toda la burocracia estatal y convertir a Reino Unido en una potencia tecnológica, además de renovar la infraestructura de todo el país. Pero Cummings rompe con Boris antes del primer año de pandemia, cuando la gestión ya estaba a la deriva. El manejo de la crisis sanitaria fue errático y provocó que Reino Unido sea uno de los más afectados por muertes en todo el mundo. Después de dilatar medidas rápidas, Johnson las terminó tomando cuando él mismo casi muere contagiado, después de un par de noches en terapia intensiva. Un año después de la salida de Cummings, aparecieron reportes de que Johnson y sus colaboradores organizaron fiestas en la residencia del Primer Ministro, mientras el país todavía seguía con restricciones. Johnson repitió su modus operandi, primero lo negó y después dijo que solo había ido a una, pensando que era un evento de trabajo. Luego se comprobó que había mentido. El partido votó para removerlo y Johnson zafó por muy pocos votos. Apenas unas semanas después volvió a meter la pata, cuando dijo que no sabía de la conducta de Chris Pincher, el número 2 de la bancada conservadora que fue denunciado por abuso sexual, cuando lo nombró. Pero era mentira, y sus propios ministros lo empujaron a renunciar. Con su salida, los conservadores se quedan sin el líder carismático que parodió al establishment como nadie, aunque su popularidad ya estaba desinflada. Su sucesor, o posiblemente sucesora, deberá hacerse cargo de un país cuya economía está destinada a seguir sufriendo por los próximos años y su lugar en el escenario internacional, ahora lejos de la Unión Europea, se parece más a un seguidismo de Washington que a un cuarto propio. Muerto el bufón, queda solo la tragedia. Nos leemos pronto. Un abrazo, Juan |
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