¡Hola! ¿Cómo estás? Estoy viendo una suerte de documental/serie de videos en Youtube de un joven español quien, con su moto cargada con una carpa, una bolsa de dormir y un par de herramientas, se manda a viajar por África. Está muy bien filmado y si bien no cuenta tanto sobre los países que va visitando te re metés en los paisajes y está copado para pensar en otra cosa por un rato. Lo encontrás acá. Además, empecé a ver la última temporada de Borgen, que trata del descubrimiento de un yacimiento de petróleo en Groenlandia y el manejo político al respecto. Recomiendo. Si la viste contame qué te pareció. Hablemos de plataHoy vamos a hablar de plata. Frente a la creciente demanda social por la sostenibilidad, el financiamiento aparece como una dimensión clave, porque al final del día la orientación de las inversiones determina qué tipo de compañías y proyectos son fomentadas y cuáles no, y así direcciona tanto la velocidad como la coherencia de la transición. Por ejemplo, algo que ya hablamos en este espacio — pero que volvió a estar en agenda porque el Parlamento Europeo finalmente dio el visto bueno — es la taxonomía verde del continente. La taxonomía básicamente se trata de determinar qué tipo de proyectos Europa va a considerar verdes y cuáles no, a fin de otorgar diversos beneficios a aquellas inversiones que aceleren la transición a la sostenibilidad. Tal vez te acuerdes de que la gran polémica tenía que ver con la propuesta de considerar verdes al gas natural y la energía nuclear. Sólo dos apuntes breves al respecto. Primero, en ambos casos los proyectos para considerarse efectivamente verdes están atados a ciertas condicionalidades, como la potencialidad de reconversión de las centrales térmicas a renovables o gases bajos en carbono para 2035. Segundo, en un continente donde el carbón todavía cumple un rol muy relevante, y mientras las alternativas de energía primaria se continúan desarrollando, el gas invariablemente es un combustible puente, de la misma manera en la que la energía nuclear es una energía limpia que ha sido clave para la baja intensidad de carbono de la economía francesa y sirve de base para la intermitencia de las renovables. (De todas formas, estas decisiones deben servirnos también para pensar la evolución de nuestra propia matriz energética). Finalmente, esto quedó establecido por el Parlamento Europeo y nos sirve de puntapié para el tema de hoy. Comencemos. Además de las taxonomías, las instituciones financieras han comenzado a utilizar los criterios ESG (según sus siglas en inglés: ambiental, dimensión social y gobernanza) para caracterizar empresas y proyectos y así direccionar las inversiones de sus clientes hacia aquellas con una mejor performance. ¿Qué significa cada uno de estos criterios?La dimensión ambiental se refiere al impacto de la empresa o del proyecto en cuestión sobre la naturaleza. Es decir, la huella de carbono, la huella hídrica, el ciclo de vida de los productos, la generación de residuos, efluentes y emisiones, la presión sobre la biodiversidad y el compromiso con la sostenibilidad de su cadena de valor, entre otros indicadores. En la dimensión social se pregunta por el aporte de la empresa tanto de manera interna como hacia la comunidad y la sociedad en general. Es decir, la generación de empleo, las condiciones laborales, las políticas de contratación y la diversidad en la planta y en los cargos directivos, los programas de responsabilidad social corporativa, etc. Por último, la gobernanza indica las prácticas empresariales como los códigos de conducta para prevenir el soborno y la corrupción, la manera en que se gestionan los riesgos de los negocios y las cadenas de suministro, la planificación de las estrategias a largo plazo y los mecanismos de transparencia y reportes. ¿Cómo funcionan los criterios ESG?Las agencias de calificación utilizan estos criterios para rankear e incluir a las empresas en sus índices que luego sirven a los inversores de orientación para definir hacia dónde dirigir su capital. Es decir, a partir de los datos obtenidos respecto de los indicadores planteados para cada una de las tres dimensiones, se arman índices agregados que permiten ordenar a las empresas en un ranking de sostenibilidad. ¿Cómo lo hacen?Por ejemplo, en Thomson Reuters se analizan los reportes anuales generales y de sostenibilidad social corporativa así como los sitios web de las empresas, páginas de ONGs e informes periodísticos, entre otras fuentes de información para así conformar la base de datos ESG. Esta base luego es procesada para estandarizar y hacer comparables los datos de las diferentes compañías y poder asignar puntajes que permiten la conformación de los índices. De manera similar trabajan otras agencias construyendo métricas propias de ESG para sus clientes. Como no hay un criterio unificado y son varias agencias haciendo este trabajo por separado, los puntajes pueden variar de una organización a otra porque usan métricas o esquemas de ponderación diferentes. Es decir, una misma compañía puede ser considerada sostenible en algunos casos y no sostenible en otros, lo cual constituye un gran problema para la estandarización y comparación generalizada. Otros desafíosSi bien el uso de los criterios ESG se ha ido expandiendo, no está exento de desafíos y cuestiones aún sin resolver. Uno de estos desafíos tiene que ver con la coherencia integral del análisis. Supongamos que tenemos una empresa dedicada al sector Oil&Gas, es decir una actividad que en sí misma es una aportante muy relevante a la crisis climática, pero que produce con los más altos estándares ambientales y sociales. Y por el otro, tenemos otra empresa que produce paneles solares con muy malas prácticas en materia de empleo y gestión ambiental. ¿Cuál caso debería considerarse como bueno en materia de ESG? ¿Ambos? ¿Ninguno? No son cavilaciones teóricas, sino que efectivamente hace algo más de un mes se excluyó a la compañía Tesla (que produce automóviles eléctricos) de la versión ESG del índice S&P 500, mientras que, por ejemplo, General Motors (que produce vehículos tradicionales) sigue dentro del mismo índice. El equilibrio entre el incentivo a las industrias sostenibles y las buenas prácticas ESG y el greenwashing no es sencillo de establecer. Si se incluyen demasiadas empresas en los índices positivos se corre el riesgo de perder rigurosidad, a la vez si los criterios son demasiado exigentes o directamente excluyen determinados sectores pueden terminar desincentivando que las empresas se esfuercen por calificar. |
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