Hace pocos días, Cristina Fernández de Kirchner hizo mención, en una carta muy difundida, a la fijación que tiene el empresariado nacional con apoyar gobiernos y políticas que afectan negativamente sus intereses, y concluyó que es muy complicado sostener el desarrollo de un país cuando la burguesía nacional opta sistemáticamente por políticas contrarias al crecimiento de la economía. Me animo a agregar, además, que es difícil convencer a las y los empresarios cuando los supuestos gurúes y consultores que escuchan sostienen visiones falsas de la historia económica del país, señalando al peronismo como la causa de todos sus males, a espaldas de la más básica evidencia histórica. En este artículo reviso algunas de esas evidencias empíricas, usando datos concretos para atacar la madre de todas las falsedades: la supuesta decadencia debida a “setenta años de peronismo”.
El desarrollo de un país se puede medir de varias maneras. Haremos foco aquí en el indicador económico más sintético, el nivel de PBI per cápita, a sabiendas de que se dejan fuera otras variables: desarrollo humano, nivel de salario real, tasa de inversión, etcétera. La elección del indicador se debe a que es una variable que la mayor parte de las y los economistas, de cualquier extracción, reconocerán como válida.Qué datos miraremos
El dato, a su vez, puede mirarse de dos maneras. Pueden compararse distintos períodos de la historia argentina y ver en qué momento se creció más, lo que puede generar la injusta situación de cotejar períodos históricos con potenciales distintos – comparar la depresión mundial de los años ’30 con la época dorada de los años ’60, por ejemplo. Para evitar este sesgo, el balance intertemporal puede ser complementado por una comparación con el marco internacional, es decir, contrastando el desempeño argentino en una época dada con otras economías comparables, o incluso con el promedio mundial. En este artículo usamos ambos métodos.
Las fuentes que hemos usado son: la base de datos de Angus Maddison, la referencia obligada a nivel mundial en materia de crecimiento económico comparado, y datos históricos complementarios extraídos de Dos siglos de economía argentina, compilación a cargo de Orlando Ferreres, insospechable de tener simpatías peronistas.
Qué dicen los datos
Por muy elemental que parezca, lo primero que dicen los datos es que el peronismo sólo gobernó el país durante 36 años. Pero avancemos un poco más para no perder tiempo en obviedades. El promedio de crecimiento del PBI per cápita fue, durante gobiernos peronistas, del 2,2%. Durante los gobiernos radicales o en los que el radicalismo fue parte de la coalición, incluyendo la época dorada de 1916 a 1930, la tasa media de crecimiento fue 0,8%. Pero no son los peores: en gobiernos no democráticos –incluimos aquí a la Década Infame– la tasa de crecimiento del PBI fue de 0,7%. Es decir, el peronismo sistemáticamente ha hecho crecer la economía más que cualquier otro signo político. Si la economía hubiera crecido durante los últimos 75 años al mismo ritmo que lo hizo durante los 36 años peronistas, hoy la Argentina tendría los niveles de ingresos de un país europeo como Portugal, solo ligeramente inferior al de Italia o España.
Algunos comentaristas –e increíblemente, algunos economistas– sostienen, sin embargo, que el peronismo ha tenido siempre “viento de cola”, o condiciones favorables de gobierno. Nuevamente, pasaremos por alto la descripción del contexto del año 2002, el de 1989 o la crisis mundial del petróleo en 1974, y nos referiremos solamente al análisis numérico, estableciendo ahora una comparación con países que pueden haber tenido características económicas similares en distintos momentos históricos. La lógica indicaría que, si la situación mundial favorece a una economía de determinadas peculiaridades, favorecerá entonces a economías similares. Si hay diferencias, se podrían atribuir a particularidades nacionales.
A continuación, mostramos dos cuadros. El primero compara el desempeño argentino con los países de la frontera agrícola de principios de siglo, como Australia, Nueva Zelanda o Canadá, con quienes compartía ser exportadores netos de granos. Lo que se muestra a continuación es la tasa de crecimiento del PBI per cápita en distintos períodos históricos.
El segundo cuadro muestra el desarrollo comparado con países de América Latina, que es otra zona de referencia. De ellos, es posible que Uruguay y Chile sean los más comparables por su desempeño.
¿Qué nos indican estos cuadros? En primer lugar, que hay tres períodos en los que la Argentina crece por encima de las economías comparables: 1870 a 1913, 1945 a 1975, y 1990 a 2011 o 2015. Los períodos de 1913 a 1945 y de 1975 a 1990, en cambio, muestran diferencias de desempeño negativas, en el segundo caso muy marcadas. Es decir, los períodos de decadencia económica argentina son aquellos, justamente, en los que el peronismo no gobernó. De hecho, son más bien períodos signados por gobiernos no democráticos.
Otra conclusión que se puede extraer de los datos es que no es cierto que la Argentina venga de una larga decadencia económica. La Argentina creció por encima que sus pares en la mayor parte de la historia reciente, pero tuvo dos períodos de excepción, ambos marcados por gobiernos no democráticos. Este dato se condice con otro que no se muestra en los cuadros: desde 1913 –fin de la época conservadora– hasta 2015, la Argentina creció en promedio a casi la misma tasa de crecimiento económico mundial, cercana al 1% per cápita por año.
¿Pero no éramos la sexta economía del mundo?
A las falacias se las puede ignorar, con el riesgo de que quien las difundió las termine por imponer, o se las puede revisar en detalle para exponer el engaño. La mayor parte de las y los gerentes y dueños de empresas en la Argentina las repiten incesantemente.
¿Cuál es la falacia? El viejo latiguillo de que “la Argentina fue la sexta economía del mundo y hoy con suerte es la número treinta”. Veamos.
¿En qué se basan quienes repiten esta verdad instalada? La misma base de datos de Maddison da una pista: es la que han usado autores como Juan José Llach o Sturzenegger, así que iremos a la fuente. Según esa base, la Argentina tuvo las siguientes “posiciones” en el ranking mundial del PBI per cápita: 14° en 1870, 11° en 1930 y en 1945, 27° en 1975, 48° en 1990 y 47° en 2015. Transitoriamente, durante la Segunda Guerra Mundial, en medio de la destrucción de las principales economías del mundo, ocupó el puesto 7. También transitoriamente ocupó el puesto 5 a comienzos del siglo XX.
¿Por qué decimos entonces que no es cierto que venimos cayendo desde 1945? Primera respuesta: porque estamos comparando bases de países distintos. En el año 1900, la base de Maddison cuenta con menos de 50 países medidos; en el año 2015 son cerca de 200. En todo caso, lo que se puede decir es que en 1945, la Argentina estaba en el percentil 20 de países de más altos ingresos, y que en 1975 estaba en un lugar comparable. Es decir, su lugar mundial se había mantenido. Sin duda cayó hasta 1990, y sin duda mejoró ligeramente hasta 2015.
Segunda respuesta: miremos más de cerca la muestra y vamos a entender la manipulación. De los 16 países que “pasaron” a la Argentina entre 1945 y 1975, la mitad no existían o no eran medidos en 1945: Austria, Trinidad y Tobago, Gabón, Qatar, Emiratos Árabes, Arabia Saudita, Kuwait e Israel. La mayoría eran productores de petróleo. Otros países que superaron a la Argentina entre 1945 y 1975 fueron Francia, Holanda, Bélgica y Noruega, que son economías que en 1939 ya estaban por encima de la Argentina, pero a raíz de la guerra retrocedieron: si la comparación se hace entre 1939 y 1945, los puestos perdidos no son tales. Es decir, de los 16 puestos supuestamente perdidos, 5 eran países que estaban en guerra o fueron anexados en 1945, y 7 no existían en 1945.
Resumiendo, sólo cuatro países pasaron a la Argentina por primera vez en 1975: Italia, España, Finlandia y Japón. Todos ellos, valga aclarar, estaban sufriendo el impacto de la Segunda Guerra Mundial en 1945 y tres de ellos venían creciendo más que la Argentina desde mucho antes de 1939.
En cambio, si comparamos la posición de 1990 (48° en el mundo) versus la de 1975 (27°), veremos que solo 8 de los 21 países que pasaron a la Argentina eran nuevos, y ninguno de los 13 restantes estuvo en guerra.
Si miramos de 1990 a 2015, el puesto en el ranking mejoró ligeramente, a pesar de que se incorporó una gran cantidad de nuevos países: ex repúblicas soviéticas, nuevos países petroleros, Hong Kong. De no haber existido estos nuevos países, la Argentina habría avanzado varios puestos.
¿Es verdad entonces que hemos caído sistemáticamente en el ranking mundial? La respuesta es un rotundo no. Ni la base de países es comparable, ni los cambios han sido en una única dirección. El único período que no deja dudas sobre el retraso relativo es el comprendido entre 1975 y 1990. Atribuirle ese retraso al peronismo es, como mínimo, maniqueo.
Coincidencias
Los distintos métodos de evaluación de desempeño económico enumerados más arriba arrojan algunas coincidencias muy marcadas:
- la Argentina creció mucho más fuertemente y recuperó posiciones internacionales durante los gobiernos peronistas que bajo cualquier otro signo político;
- el factor singular que más explica el retraso argentino es el período comprendido entre 1975 y 1990, con la dictadura militar y sus consecuencias;
- los gobiernos democráticos crecen más que los no surgidos del voto popular;
- hubo un ligero retraso en el período de entreguerras;
- el desempeño económico es similar al promedio mundial, pero dicho promedio esconde una mayoría del siglo XX y XXI creciendo por encima de la media, y una cortísima pero dramática disrupción a partir de 1975.
Está claro que las conclusiones pueden variar si se toma como base de análisis la evolución de los salarios reales o de la pobreza. Ese análisis también lo hemos hecho y por ahora solo pido al lector o lectora que me crean y esperen los próximos artículos: si bien algunas conclusiones varían –sobre todo en la década de 1990– son más las coincidencias que las diferencias. O, dicho de otro modo: cuando la economía crece, salvo pocas excepciones, todos ganan. Y cuando la pobreza disminuye y los salarios reales aumentan, la economía crece.
Conclusiones
Si hay un movimiento político que ha hecho crecer la economía argentina, ha sido el peronismo. No es cuestión de gustos políticos, sino de consistencia: solo una política económica inclusiva, socialmente sustentable y que da participación a los trabajadores y las trabajadoras puede garantizar el crecimiento económico de mediano y largo plazo. La justicia social tiene efectos económicos positivos.
Nos queda, entonces, la ardua tarea de convencer a quienes creen otra cosa. El desarrollo económico del país requiere, entre otras cosas, que las y los principales tomadores de decisiones en materia de inversión y empleo eviten basarse en supuestos errados y concepciones incorrectas de cómo funcionó históricamente nuestro país.
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