Hay una sensación de agobio analítico, o más bien descriptivo, que ya se hace difícil de tolerar. A los periodistas de opinión también nos pasa, créase.
Uno se cansa como cualquiera de ser repetitivo aunque la percepción pública sobre ciertas profesiones, como la nuestra, es que el vértigo impide los bostezos. Y mucho más si hablamos de la política argentina. Pero el agotador gobierno de Macri obliga a las reiteraciones, con sus riesgos de lugares comunes, como ningún otro que se recuerde.
La última semana fue otra andanada de horribles noticias en la economía, todas previsibles y, de nuevo, con el rasgo definitivamente perverso de que el oficialismo ratifica su camino mediante unas declaraciones incalificables desde todo punto de vista. Es así por más que se trate de un gobierno de derechas como éste, sin mínimos rasgos de sensibilidad social y sin siquiera alguna muestra de cínico pudor.
Prácticamente la mitad de la estructura industrial está parada. El sector automotor opera al 15 por ciento. La caída en las ventas ya pone en dificultades a empresas como Verónica, Eskabe, Zanella, La Campagnola, entre una lista inmensa. Molino Cañuelas tiene pedida la quiebra. La inflación supera el 50 por ciento interanual. Se espera que desaparezcan otros 5 mil kioscos, según fuentes del sector. Sólo en enero y febrero, en Capital y GBA (encuesta mensual económica de Defendamos Buenos Aires), cerraron 3636 negocios.
En Macrilandia, sin embargo, el secretario de Política Económica, Miguel Braun, afirmó que “la recesión terminó en noviembre” y que “el salario real promedio se recuperó en enero”. Su superior inmediato, Nicolás Dujovne, dijo que la inflación está bajando. Guido Sandleris, titular del Banco Central, anunció que se acentuará el rumbo monetario por vía de sacar más pesos de circulación y mantener las tasas de interés estratosféricas.
Imaginemos a casi cualquier mortal que, en medio de semejante mishiadura, escucha que el objetivo es quitar aún más circulante y sin crédito para nadie. Para la ortodoxia, es la viejísima teoría, con fracaso invicto, de que quitando pesos del “mercado” se baja la presión sobre los precios. Pero sin entrarles a esas disquisiciones, ¿cómo puede reaccionar la gente común sin un mango, cada vez más ajustada, al registrar que la solución es que haya menos plata todavía? ¿O será que ya se toma en cuenta entre poco y nada por fuera de los circuitos de entendidos e interesados? ¿O que se perdió la capacidad de asombro? ¿O que se toman las cosas como de quienes vienen? ¿O una conjunción de esos factores?
¿Estará ocurriendo, acaso, que con elecciones presidenciales a la vista se espera mayoritariamente la inminencia del cambio (con perdón de la palabra)? ¿Será que hasta el propio Gobierno se resigna, deleitándose, con afirmaciones desopilantes que después se facturarán como certeras cuando ocurran las terribles dificultades de la próxima gestión? Porque esa sí que será la peor herencia que se haya recibido.
Es más: Macri advertiría en la intimidad, enojado con el círculo rojo, sobre las empresas que no valdrán nada si gana Cristina. “Yo soy el único que puede evitar una crisis externa en el 2020”, ahora dicen que dijo. La frase es completamente verosímil. Tanto, como lo primario de interrogarse quién habrá generado esa crisis financiera monumental. ¿Cristina?
Si alguna de las preguntas anteriores parece afiebrada, ¿qué pensar de Dujovne cuando asegura que la inflación tiende a una clara baja mientras el índice de febrero tocó un 4 por ciento, sin apenas considerar que para quienes viven de la canasta básica –alimentos, bebidas, gastos en vivienda– está muy por encima de ese número de por sí impactante?
Desde el fondo del pozo, tener la sensación de subir al subsuelo. Es la resignación mejorada. Esa es la apuesta, como ya se anticipó.
El Gobierno no puede hacer nada que el FMI no le permita, y ahora consiguió que el organismo le autorice unas ventas diarias de divisas para contener la salida de capitales. Son unos 9600 millones de dólares a usar durante la campaña a fin de evitar la fuga. Es decir, para financiarla. Carlos Heller hace una pregunta arrolladora que no podrían retrucar: si el déficit primario (antes de pagar intereses) está tan equilibrado, ¿para qué necesitan los pesos de la venta de dólares que van a subastar?
Les fue mal, pero resuelven insistir. En su esquema ideológico y de negociados, no tienen salida.
Como sintetizó el colega Raúl Dellatorre, no pueden esperarse soluciones de quienes creen que ya no existe el problema. “Suponían que, si la causa de la inflación era la emisión, se resolvía con un brutal torniquete monetario. Pero no resultó. Había entonces que reducir el déficit fiscal, porque la culpa era del gasto público. Pero con un desequilibrio en 2018 muy inferior al de años anteriores, la inflación se disparó a un nivel sin precedentes en décadas. También creyeron encontrar la responsabilidad en una excesiva demanda, o en los salarios. Redujeron la primera y retrasaron los últimos, y la inflación siguió subiendo. Entonces se creyó que toda la culpa debía ser del dólar, por la brutal devaluación de mediados del año pasado. Pero el dólar se detuvo a partir de octubre y la inflación siguió su curso”.
Dellatorre advierte, claro, que más convendría empezar a poner un ojo en los mercados oligopólicos y en el andamiaje comercial concentrado que provee los productos. Pero un gobierno cambiemita jamás podría hacer eso, ni con el riesgo de perder las elecciones. Su único plan macro es eludir otra corrida cambiaria.
No hay más, visto técnicamente. Sí hay, además de que el peronismo no pudiera concretar su unidad, el humo de las fotocopias y Cristina por tribunales. La salvaje agresión mediática sufrida por la ex presidenta a raíz de los problemas de salud de su hija Florencia, más allá de la pésima forma de comunicación política escogida para informarlo, fue otro botón de muestra de lo que le espera. Pero no está claro, como admiten en el macrismo, que la matraca de la corrupción K vuelva a ser decisiva. Y con el Extornelligate o como desee llamárselo en pleno desarrollo, menos claro todavía.
La presentación del juez Alejo Ramos Padilla en Diputados fue documentariamente abrumadora, a la par de mostrar una tranquilidad expositiva admirable. El macrismo se ausentó bajo la excusa de que era una puesta en escena, como si eso justificase no escuchar nada menos que a un magistrado que investiga la red de espionaje ilegal probablemente más escalofriante de nuestra historia democrática. El Gobierno intenta como puede atajar el escándalo desatado por las grabaciones, filmaciones, testimonios, mensajes de WhatsApp, probanzas e indicios de toda naturaleza que, desde el falso abogado Marcelo D’Alessio en adelante, amenazan a la podredumbre judicial, mediática y de inteligencia.
En opinión muy personal, es dudoso que el tema sea de interés masivo. El embarre de nombres y datos lleva a otra sensación de agobio que, sumada a la económica, permitirían inferir una atracción centrada en sectores precisos.
Como fuere y si, como dijo Heidi, la gente no votará economía sino honestidad y valores republicanos, vaya por dónde descubrirlos en el macrismo.
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