Un lejano y gráfico recuerdo personal a modo de introducción. En tiempos de estudiante los peores profesores, los que menos ideas tenían para transmitir, los más estériles eran, digamos que no casualmente, los que llenaban pizarrones con ecuaciones. No hablamos de clases de análisis matemático, sino de “teoría” económica. El dato notable, el éxito de partida de esta deformación teórica, era que muchos alumnos decían “¡como sabe!”, “¡que mente brillante!”.
En estas clases no se desarrollaban ideas. No había nada que pensar ni debatir. Se trataba de copiar, uno tras otro, los formalismos matemáticos con el secreto objetivo de máxima de poder reproducirlos en el examen. Los problemas fundamentales de la economía estaban ruidosamente ausentes. El instrumental formal solo funcionaba como un “aparato” para confirmar axiomas previos. Las conclusiones “teóricas” y las recomendaciones de política eran siempre las mismas si se usaban cien ecuaciones diferenciales que si se usaban dos. Eran las mismas si se trabajaba en dos dimensiones que en un espacio multidimensional. Lo que se quería demostrar, el ansiado corolario “cqd”, siempre era bajar impuestos y salarios y reducir interferencias en los mercados, sean del Estado o de los sindicatos, grandes alteradores de los equilibrios ansiados. Las conclusiones ex post coincidían siempre con la ideología ex ante.
¿Cómo decirlo sin que se mal interprete? Digámoslo sin rodeos aunque le disgustará a la mayoría de los economistas: la esterilidad teórica de un discurso económico es directamente proporcional a la cantidad de ecuaciones. Y la cantidad de ecuaciones es a su vez directamente proporcional a la ideología mainstream. Contrarreferencia: los grandes textos de los clásicos de la economía política.
No debe sorprender, entonces, que con semejante (de)formación profesional las conclusiones cotidianas de quienes trabajan dentro de este universo sean “cualquier cosa”. Es de esto de lo que hablamos. Un resultado es, por ejemplo, que se festejen tragedias. Y aun peor, que se lamente hasta la democracia, esa forma de interferencia de “la política” en el mundo áulico de los equilibrios técnicos en los mercados.
Volvió a suceder esta semana en el foro mundial de Davos. La economía argentina atraviesa un derrumbe histórico de la actividad, con destrucción de sectores productivos y aumentos generalizados de precios que rozan la hiperinflación, con inmensas transferencias de recursos entre clases sociales, consecuente deterioro de los indicadores sociales y resubordinación a largo plazo al poder financiero global. El escenario es de real desastre, lo que no interfirió en que el FMI felicitara a los funcionarios argentinos por el logro de una presunta estabilidad macroeconómica, entendiendo por tal a la contención transitoria del precio del dólar, un prodigio a su vez logrado gracias a dos factores: la mega recesión inducida y los fondos aportados por el... FMI.
Dicho de otra manera, el Fondo felicitó a un gobierno que llevó a la economía al default técnico, una economía a la que “los mercados” ya no le prestan y que solo se sostiene gracias a los dólares aportados por el mismo organismo. Nadie como el FMI sabe que la estabilidad durará, en el más afortunado de los casos, mientras se mantengan sus desembolsos. Luego, mantener moderadamente a raya el déficit de cuenta corriente supone sostener la contracción de la economía, ya que el crecimiento entraña el aumento de la demanda de dólares. Difícil imaginar un equilibrio más inestable, como le gusta decir a los marginalistas.
El punto crítico es que sostener la recesión abre las puertas a la inestabilidad política, como lo demuestra el derrumbe de la imagen de los principales actores del oficialismo. En 2018 el Fondo se jactó de la falta de resistencia social a las políticas de ajuste draconianas, pero no fue un año electoral y no había mayor espacio para la catalización del descontento. El tono para 2019 es el del “riesgo electoral” y el consiguiente temor al “regreso del populismo”. Vale reconocer que, visto desde el poder financiero, el temor es fundado. Un cambio de signo de gobierno alteraría el normal desarrollo de los negocios. Se descarta que la deuda en divisas suma plazos y montos insostenibles y que será necesario reestructurarla. Sin embargo, la continuidad del macrismo supone una reestructuración amistosa que hasta podría ser un buen negocio para los acreedores. Otro gobierno en cambio, entraña el riesgo de rupturas como la de 2002, es decir años de no cobrar nada y quitas como en 2005.
El detalle es que la alternancia democrática aparezca como un escollo y que se la presente como una amenaza. La realidad es que si es una amenaza, ello se debe a las debilidades estructurales generadas por el propio macrismo, cuyo modelo necesita desesperadamente mantener la estabilidad cambiaria para evitar el definitivo descalabro macroeconómico. A su vez, la estabilidad cambiaria confronta con la cíclica profundización de la dolarización de excedentes que, a juzgar por las regularidades históricas, es propia de todos los períodos preelectorales. A pesar de las absurdas felicitaciones del FMI y de la calma aparente, 2019 no será precisamente un año económico tranquilo.
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