viernes, 23 de septiembre de 2016

Jujuy, el Estado del Terror Por Gabriela Cerruti

Cruzar el portón del Penal de Alto Comedero es un pasaje al pasado. O al futuro. Jujuy vive hoy un virtual estado de sitio, sin leyes y sin justicia. Amenazas, persecución, causas armadas, patotas policiales en las casas, el radicalismo transformó esta provincia en un laboratorio de represión social y política. Una visita a Milagro Sala para seguir reclamando su libertad y el regreso de la democracia a Jujuy.

Foto y foto de portada: Sebastian Miquel

-¿Familiar o amiga?
-Compañera.
La oficial suspira, menea la cabeza y escribe “amiga”.
No quiere problemas.

Nadie quiere problemas hoy en Jujuy. Todos temen el castigo. Ese castigo omnipresente que blande como amenaza un estado de terror. Nadie sabe cómo ni por qué, pero está allí. Te pueden echar, allanar la casa, apalear. Una dirigente social se levantó ayer con una Itaka apoyada sobre su cabeza. Otros once están presos sin causa. Ella, que pide por favor que no escriba su nombre, habla bajito y se esconde de la foto: “es muy difícil vivir hoy en Jujuy”.

El portón de la Cárcel de Mujeres de Alto Comedero es un pasaje al pasado. O al futuro. Un listado habilita el paso autorizado por el juez. Vuela el polvo seco del mediodía tórrido. ¿Cuarenta grados? “Póngase la campera, señora”. No se puede entrar sin mangas al penal. Como en las viejas iglesias pre conciliares el reglamento manda: ni calzas, ni hombros al aire. Ya me había sacado el corpiño en la vereda, porque los aros de alambre tampoco están permitidos.

“¡Salaaaaaa!” grita la oficial, aferrada a la reja.
La Flaca se asoma al final del pasillo. Y sonríe. Nunca nadie tan diminuto pudo ser tan enorme.
-La interna Sala.
-La compañera Sala.
-No señora, acá no está permitido usar títulos.
Compañera Milagro Sala. La Flaca. Presa política del gobierno de Mauricio Macri y Gerardo Morales. Líder de la organización social que empoderó a los pobres y los desposeídos de las tierras altas, de la Puna y la precordillera.
Negra, india, mujer y pobre.

Sonríe, me abraza con ferocidad. Y dice “Gracias”. Hay que ser corajuda para decir “Gracias” en el patio de un penal, con nueve meses de prisión encima, con once compañeras y compañeros detenidas, con su marido con prisión domiciliaria, con la persecución, la represión y la difamación a toda su organización.

Es sábado a la tarde, horario de visitas. La conducción nacional de Nuevo Encuentro, con representantes de las 24 provincias, llegamos al penal a acompañar a Milagro. A seguir exigiendo su libertad.

Entramos por grupos. El primero, con Martín Sabbatella, Mónica Macha, José Campagnoli, Andrea Conde, Cecilia Rodríguez, Beto Pianelli. Después Ariel Basteiro, y Adrián Grana, y los referentes de cada provincia. Un abrazo multiplicado. Llevando el abrazo también del compañero Hugo Yasky. Y trayéndonos su abrazo para la compañera Cristina.

Milagro está con su familia, en las pocas horas de visita semanal que le permiten. Le llevaron empanadas, y alfajores, y ella nos invita. Ella a nosotros. Coman algo, qué bueno que vinieron.

La ternura de su mirada dura, la delicadeza de su valentía. “Yo le dije al juez, dígale al gobernador, ¿qué quiere? Ya me tiene presa, ¿eso quería? ¿Quiere que me mate? Que me mande una pistola y me diga dónde y cuándo, y yo lo hago. Pero que deje en libertad a las compañeras, que las están persiguiendo para perseguirme a mí. Que las deje en paz. Si me quiere a mí, y ya me tiene”.

Allí, en el Alto Comedero, están presas con ella Gladys Díaz, Patricia Cabana y Mirta Aizama. Nos saludan desde atrás de las rejas de las ventanas, porque no las dejan salir juntas al patio. Patricia es Pachila, la más joven. Del otro lado del portón, esperan para entrar a verla sus seis hijos. Quedaron viviendo en lo de una vecina cuando la policía se la llevó. Entre los compañeros juntan comida para alimentarlos.

Rosa, Elba y María Eugenia están presas en una comisaría. Durmiendo y comiendo sobre el piso. Iván, Miguel y Alberto en otra comisaría, y la Brigada. Raúl, su compañero, enfermo, con prisión domiciliaria.

“Que sigan buscando nomás, no van a encontrar nada. ¿Qué plata buscan? Si la plata llegaba y al día siguiente se pagaban los sueldos.” Le inventan alguna nueva causa todo el tiempo, para ir sosteniendo una prisión “preventiva” que no tiene ningún asidero legal. Por eso ella decidió ya no aceptar más ninguna de las denuncias.

La última vez, cuenta, le advirtió al juez: no voy a escuchar nada. El secretario del juez comenzó a leer la acusación, y Milagro se ríe cuando lo cuenta. “¿Saben lo que hice? Me paré, así”. Y se da vuelta, y tapa sus oídos.

Milagro Sala fue detenida el 16 de enero, y en algunas semanas se libraron cuatro órdenes de detención diferentes. Se la acusó primero por un acampe en la Plaza central, que había sido decidido y votado en Asamblea. Se nombró un fiscal ad hoc, Liliana Fernández, fiscal de menores, para que se hiciera cargo de todas las causas. Se habilitó la feria, se presionó dirigentes para que declararan en su contra, se persiguió y amenazó testigos. Recién a los cien días se dictó por primera vez la prisión preventiva.

Cuando ninguna de las causas abiertas prosperaban judicialmente, se resolvió reabrir dos que ya estaban cerradas. En una, de junio del 2006, por lesiones leves, se había dictado la prescripción en el año 2009. En abril pasado, una de las víctimas de lesiones, preso ahora por otra causa, se presentó en la fiscalía para “preguntar” por la causa prescripta. La fiscal declara de oficio nula la prescripción, cambia la calificación de lesiones leves a graves e imputa a Milagro Sala como coautora de ellas.

Unos días después, en una causa del 2007, en el que ya existía el procesamiento confirmado por la Cámara en contra de dos personas por tentativa de homicidio se resuelve tomar declaración testimonial a la hija de uno de los procesados, prófugo. Con ese testimonio, resuelven dictar el sobreseimiento y liberar al que estaba preso, y acusar de todo a Milagro. “El culpable está libre, y la víctima y yo presos”, susurra la Flaca, casi sin creerlo.

El desaguisado judicial sólo es posible en el virtual Estado de no Derecho que se vive hoy en Jujuy. Gerardo Morales reformó la corte provincial a poco de asumir nombrando a todos integrantes de la Unión Cívica Radical, algunos directamente amigos y parientes. Los funcionarios judiciales que no fueron removidos de su cargo son presionados y perseguidos.

Palpalá

El cielo azul y las nubes bajas en el patio del Penal del Alto Comedero llevan y traen sensaciones. Ese aire crocante que huele el aroma que olía cuando llegué como cronista de Página 12 hace 25 años.

De Jujuy a Palpalá. La ruta que seguimos en aquella primavera de 1991 cuando marchaban los trabajadores contra la privatización de Altos Hornos Zapla.

Jujuy fue entonces también laboratorio de lo que vendría luego para el país. Palpalá era una ciudad obrera desde que, en 1945, se levantó la fábrica de acero. En algunos meses, Carlos Menem firmó el decreto de privatización y la venta de la Mina 9 de octubre. De los ocho mil empleados, quedaron 250. Los hijos emigraron, las casas se cerraron y Palpalá se convirtió en un pueblo fantasma a la vera de Acero Zapla, el emporio francés.

Jujuy, siempre. Como antes el Ingenio Ledesma había sido laboratorio de la complicidad cívico militar. Como ahora, el estado de terror que se vive a partir de la detención ilegal de Milagro Sala es el ensayo de lo que puede ocurrir en el resto del país si terminada la cobertura mediático judicial no se logra detener la protesta social.

Es grande, y es chico. La prisión ilegal a Milagro es el laboratorio del proyecto de la derecha en la Argentina y Latinoamérica, y es también la competencia de Walter Morales, hermano del gobernador, para quedarse con el negocio de la construcción de viviendas. La masiva construcción de Viviendas populares que llevó adelante la Tupac Amaru en Jujuy dejó fuera del negocio a los contratistas del Instituto de la Vivienda provincial, amigos del gobernador y su familia.

La Flaca repasa las causas judiciales, y sabe perfectamente qué está pasando en cada uno de los Comités por la libertad de Milagro que se forman en todo el país. Va contando la confrontación con el juez, mientras le sonríe a los nietos. A los hijos de esos doce hijos que adoptó de la calle.

-Yo le dije. Mirá juez, un día yo voy a ser gobernadora. Y vos vas a estar acá. Y yo voy a acordarme de todo. Yo voy a ser gobernadora. Y todos ustedes van a estar acá.
Jalalla, compañera Milagro.

@gabicerru

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