Por Martín Granovsky
El anuncio de que Martín Lousteau será embajador en Washington del futuro presidente revela tres cosas.
Una es de política interna. La embajada en los Estados Unidos no es el mejor lugar desde donde desarrollar una fuerza política propia. Exige por lo menos dos años, si no cuatro, de dedicación intensa. Y por definición es un puesto donde el embajador representa al presidente. O sea que Mauricio Macri parece decidido a avanzar, también con la designación de Lousteau, en una alianza con el radicalismo y el pan-radicalismo mientras trata de comerse sus votos y sus bases para que remitan al PRO sin intermediaciones.
La segunda conclusión es diplomática. Lousteau no formó parte de los economistas que en los últimos años propusieron arreglar con los buitres a cualquier precio. Incluso como diputado de Unen integró una comitiva multipartidaria junto con el Gobierno cuando faltaba poco tiempo para saber si la Corte Suprema tomaría o no el caso argentino a mediados de 2014. Al final, como se sabe, no lo tomó y los buitres aumentaron su poder de fuego. Por ese entonces Lousteau criticaba al Gobierno por lo que juzgaba como un tono desafiante y proponía buscar el modo de que alguien comprara el juicio y lo metiera dentro del canje. Lo decía en público y lo repetía ante funcionarios del Ejecutivo y del Congreso. El ex técnico de la Fundación Sophia que dirigió Horacio Rodríguez Larreta tejió buenas relaciones con los Estados Unidos, las mantuvo mientras fue ministro de Economía de Cristina Fernández de Kirchner, hasta el 2008, y las continuó después.
La tercera conclusión sobre Lousteau es una paradoja histórica. La conflictiva resolución 125 sobre retenciones móviles fue una causa y un instrumento de polarización tanto para el oficialismo como para los opositores pero no calcinó a su autor, Lousteau, que sigue en carrera.
La designación de Lousteau no cambiará por sí sola la realidad pero puede completar lo que por el momento es una estrategia de mensaje múltiple por parte del presidente electo. El mensaje podría leerse así: “Soy pro-mercado, soy la primera esperanza no populista en los últimos 12 años de Sudamérica, me gusta la oposición venezolana, el Memorándum de Entendimiento con Irán es una catástrofe y quiero mejores relaciones con los Estados Unidos y con Israel”.
Ayer la canciller designada, Susana Malcorra, completó ese mensaje con un ajuste fino, ya se verá si definitivo o con vistas a mejorar el entorno para la reunión entre Macri y la presidenta Dilma Rousseff mañana mismo. Malcorra no insistió en el anuncio del presidente electo de que en la próxima cumbre del Mercosur pedirá el retiro de Venezuela sino que puso la lupa más cerca, en las elecciones parlamentarias venezolanas de este domingo.
“Desde una posición de principios firme, hay que encontrar mecanismos de diálogo con Brasil pero sobre todo alentar a Venezuela a que lo que viene se maneje en un marco democrático”, dijo en el Botánico porteño. Sobre las elecciones afirmó: “Queremos ver cómo se reacciona ante el resultado de las elecciones y como se instaura, si la hubiera, una transición de manera democrática”.
El domingo 19 millones de electores protagonizarán el comicio número 20 desde que Hugo Chávez asumió el mando en 1999.
Tanto Brasil como Uruguay pidieron a Venezuela respeto por los resultados electorales, aun si llegasen a mostrar una ventaja neta de la oposición, pero no se enrolaron junto con la oposición a Nicolás Maduro. El mensaje explícito y tácito de los socios del Mercosur es distinto al de Macri, lo cual no significa en absoluto que desprecien la convivencia con un vecino diferente. Por eso el boliviano Evo Morales, presidente de un país que ya fue aceptado para ser miembro del bloque, anunció que vendrá al traspaso del mando.
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