El caso del dr. Jekyll y el sr. Hyde
A propósito del periodismo militante, siempre es interesante y necesario recordar y refrescar diferentes casos del pasado reciente.
Mariano Hamilton // Jueves 16 de febrero de 2012
Por MosquitoCada domingo me desayuno con un nuevo editorial del periodista Mariano Grondona en el diario La Nación. También, eventualmente, lo veo en el Canal 26, en donde baja su línea política sin medias tintas, desde un lugar muy claro: oposición a ultranza al kirchnerismo y empecinamiento para la reconstrucción de una oposición que, a opinión de Grondona, está fragmentada y hace todo al revés de lo recomendable para luchar contra un poder central despótico (casi dictatorial, según sus propias palabras) que está asolando a la Argentina desde 1983.
Esta situación me remota a mi primera juventud, allá por los 80, cuando un periodista llamado Francesco Guicciardini se convirtió casi en una obsesión. No sólo por las cosas que decía en El Cronista Comercial, sino además porque me intrigaba las razones de la elección de ese seudónimo (no tenía dudas que lo era).
Hay muchas referencias en diferente enciclopedias sobre quién era Francesco Guicciardini. En la enciclopedia Espasa Calpe se dice que fue un historiador y político italiano nacido en Florencia en 1483 y muerto en la misma ciudad en 1540. Que fue contemporáneo de Maquiavelo, quien incluso eventualmente lo fichó como analista y consejero. También llegó a ser asesor de Alejandro de Medici. Uno de los aportes más notables de Guicciardini entre sus diferentes escritos es que la razón del Estado implica el uso de la fuerza para garantizar el orden de la sociedad.
Mucho más a fondo va el historiador catalán Josep Fontana, quien en su libro Historia, análisis del pasado y del proyecto social, cuenta que Francesco Guicciardini era el adversario político e ideológico de Nicolás Maquiavelo cuando los Médicis lograron controlar el gobierno de Florencia. Maquiavelo tuvo a Guicciardini como colaborador y amigo, pero con el tiempo se distanciaron. Discrepaban en sus concepciones políticas. Maquiavelo era un republicano, y Guicciardini, partidario de una libertad moderada, de una apariencia de democracia pero con control oligárquico. Guicciardini le tenía miedo al pueblo, tanto que escribió: “quien dice un pueblo dice verdaderamente un animal loco, lleno de mil errores, de mil confusiones (….), sin estabilidad”.
Maquiavelo fue denostado por los Médicis por su apoyo a la República y su oposición a la aristocracia, fue exiliado y pasó a la historia como la adjetivación de las roscas y las malas artes en la política, en un ejemplo de lo que puede hacer con un individuo y su obra la mala prensa (en este caso, los malos historiadores). Guicciardini, en cambio, fue elogiado desmesuradamente por los académicos, pese a no haber realizado ningún aporte valioso a la teoría de la historia.
¿Qué decía nuestro Francesco Guicciardini, el contemporáneo, en El Cronista Comercial? Sería muy largo extractar todas sus columnas. Pero sí nos vamos a referir al tema Malvinas, tan conversado por estas fechas.
Decía Guicciardini:
“El 10 de abril, en cambio, ‘todo’ del pueblo estuvo representado en la Plaza ‘pese’ a que buena parte de él no se sentía representada políticamente por el gobierno militar que presidió el evento desde el balcón de la Casa Rosada. He aquí una jornada particular, entonces. Lo que vivimos el 10 de abril no fue acto partidista sino un acto nacional. La diferencia es decisiva. Para encontrar un acto similar hay que volver los ojos al Mundial, en 1978. También entonces se vivió a la Argentina sin distinciones. Pero 1978 fue el ensayo general de 1982, pues el deporte es juego y hace como si la lucha fuera de verdad. Sabíamos que la lucha de verdad es el 10 de abril.” (El Cronista Comercial, 14 de abril de 1982).
“En medio del fragor del combate, cuando nuestras energías se concentran en el despliegue de firmeza y valor de los soldados argentinos después de más de un siglo de paz, debe quedar un poco de tiempo para pensar más allá, en dirección a los grandes cambios de perspectiva que genera esta guerra no declarada, pero real, con el Reino Unido.” (5 de mayo de 1982).
“La Argentina luchó desde el principio con el vigor de una Nación que aspira a su propio territorio. Nuestra motivación es integrar el territorio contra la presión extranjera. No hay mayor motivación que esta en la historia, ya sea Vietnam, en la Rusia que se defendía contra Napoleón o contra Hitler o en la Finlandia que se defendía contra los rusos. Por es los defensores de la propia tierra tienden a ganar aún en condiciones de inferioridad militar. Las motivaciones inglesas parecían, desde el comienzo, superficiales. Una, el orgullo herido, esa arrogancia que no se apaga pese a que el Imperio ya no está. Pero el orgullo herido a 9.000 millas de distancia no es un motor suficiente para una tropa enganchada, a sueldo, que se enroló para combatir al desocupación.” (12 de mayo de 1982).
“Ni Londres ni Buenos Aires han llegado todavía al límite de privar al otro de lo que tampoco se obtiene; por eso, mientras tanto, un proceso paralelo, sigue su ritmo de presiones. Nos referimos al proceso militar. Es posible que algunos de los gobiernos llegue a aceptar la hipótesis diplomática mínima de Pérez del Cuellar (el empate, ni mías ni tuyas) si, en lo militar, temiera secretamente una derrota importante. Pero ambos países, por ahora, creen en la posibilidad de buenos resultados militares. ¿Por qué habrían de ceder? Los ingleses confían en el bloqueo y en forzar una invasión que les deje al menos una porción insultar. Los argentinos confiamos en la fortaleza que hemos levantado en las Malvinas…” (19 de mayo de 1982).
“Lo aconsejable habría sido enfrentar la caída de Puerto Argentino con ánimo sereno, en unidad -sin cargar culpas que ya habría tiempo de asignar-, en busca de una recomposición y una minimización de las pérdidas, para no dar al enemigo, además, la sensación de una victoria total. Éste ha de pensar, en cambio, después de la crisis que ha suscitado la derrota, que no sólo ha vencido a la guarnición de Puerto Argentino. Que ha vencido a la Argentina como tal. No creemos que esto sea verdad. Pero es verdad, en cambio, que nuestro comportamiento colectivo ha dado margen para que así se crea.” (23 de junio de 1982).
“El nuevo presidente, general Bignone, produjo excelente impresión entre dirigentes a través de su primer contacto. La opinión unánime fue que Bignone había empleado ante los políticos un lenguaje desacostumbrado desde el pronunciamiento militar de 1976. Un lenguaje ‘humilde’ (…)
Se dirá: ¿en qué podría consistir ahora la ‘humildad’ de los políticos? En acordar con los militares las bases y puntos de partida de la institucionalización. En no dejarlos afuera. En lograr, a través de su comportamiento, que podamos tener la sensación de que el naciente sistema democrático habrá de ser, a la vez, un sistema de concordia cívico-militar. Un sistema englobante, de modo tal que, sea quien fuere el vencedor en los comicios del futuro, no quede solo al día siguiente frente a la sospecha y la impugnación de sus vencidos; que quede en todo caso al lado del control, la vigilancia y la crítica razonable, interior al sistema, de sus asociados civiles y militares. Si nadie queda afuera del nuevo sistema, nadie tendrá títulos, el día de mañana, para interrumpir su evolución.” (30 de junio).
Como muestra hace falta un botón. Está más o menos claro el espíritu colaboracionista de Francesco Guicciardini durante la guerra y las piruetas que hacía para salvar a sus amigos militares de la democracia que se venía al galope. Hay otras perlas, claro, que preferimos guardar para otro momento.
Se habla mucho del periodismo K, de las nuevas camadas que llegan. Incluso Luis Majul, en La Nación de 16 de febrero de 2012, defendió el tipo de periodismo de denuncias que él representa junto a otros personajes como Jorge Lanata.
Es discutible, claro. A algunos les gusta denunciar casos aislados de corrupción y los extienden a una administración, otros apuntan a cuestiones más estructurales y otros se alinean con mayor o menor distancia con el oficialismo. Son formas de entender el momento histórico que estamos atravesando. Y todos son respetables. Más aún después de ver como se manejaban las cosas o las columnas que se escribían durante la dictadura.
Aquel periodismo es el inadmisible. El que ocultaba crímenes de lesa humanidad, el que respaldaba acciones bélicas sin sentido o el que amenazaba a una democracia naciente para que pactara con los militares asesinos. No hay que olvidarse de Francesco Guicciardini.
Como tampoco hay que dejar de decir que era el seudónimo con el que escribía sus columnas el doctor Mariano Grondona.
http://www.diarioregistrado.com/politica/57857-el-caso-del-dr-jekyll-y-el-sr-hyde.html
Prof GB
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