Los liberales de Mussolini y el diario La Nación
Pareto fue el creador de la llamada economía del bienestar. El concepto fundamental de esta última es un punto de equilibrio que luego fuera bautizado como óptimo de Pareto. Definido por el autor como el lugar que ofrece el más alto grado de bienestar porque ningún miembro de la sociedad puede mejorar sin que otro empeore. O sea, que para Pareto la distribución del ingreso no mejora el bienestar porque alguno cede. En cambio el crecimiento que derrama es el camino adecuado. Una manera refinada de plantear el tortazo, la torta se agranda, entonces las porciones son más abundantes y todos felices. Pareto fue así un enemigo del salario mínimo, en su lugar, para aliviar situaciones extremas promovía las entregas de dinero a los sectores vulnerables, pero siempre manteniendo precios libres para llegar a un nuevo equilibrio sin supuestos perdedores. En cambio con los salarios mínimos perderían los empresarios. Quien fuera el exponente destacado del marginalismo de la economía pura también practicaba la sociología, sin permitir que contaminara a la economía. En política adhirió al partido fascista italiano y fue admirador y colaborador de Mussolini. La coincidencia entre fascismo y liberalismo no termina en la posición intelectual y militante de Pareto. El diario La Nación, tradicional tribuna de doctrina liberal, lo tuvo como columnista. En febrero de 1923 Wilfredo Pareto escribía el artículo El fenómeno del fascismo, donde decía: “El fascismo no se enreda en teorías; muchos de sus adeptos proclaman que es una acción y no una ideología. Bajo este aspecto su formación entra en un orden de hechos muy conocidos. Uno de los fines principales de todo gobierno es el de proteger las personas y los bienes; si los descuida, de la población misma surgen fuerzas que suplen sus desfallecimientos”. Tan liberal y defensor de la justicia por mano propia como Milei y Bullrich. El economista liberal completaba el folclore ultraderechista con el toque de oscurantismo místico: “Los hombres interpretan la voluntad de los dioses; esa interpretación no es todavía muy explícita para la divinidad fascista, y eso es lo que ha contribuido a acusar a ese partido de falta de programa… El fascismo no oculta ser una reacción antidemocrática; por eso mismo es también antiparlamentario” (Los partidos políticos, La Nación, mayo de 1923).
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