Hola, ¿cómo estás? Espero que muy bien. Como te conté en muchas entregas, la última dictadura cívico-militar tuvo implicancias urbanas de distinta índole. Ayer se cumplieron 46 años de su inicio así que decidí que esta Trama esté dedicada a ejercitar la memoria. En términos macro creo que la última dictadura dejó herencias duraderas al punto tal que sus consecuencias se ven hasta la actualidad. La dolarización del mercado inmobiliario y la liberalización total de los contratos de alquileres podrían ser dos ejemplos en materia de vivienda, así como también el plan de erradicación de villas. En esta nota de Delfina Torres se hace un buen recorrido de varias de estas cuestiones. En materia de movilidad, el plan de autopistas urbanas pergeñado por Guillermo Laura en el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) puso al auto como vehículo individual en el centro de la escena al tiempo que modificó la fisonomía de la ciudad e invitó a las clases acomodadas a buscar el bienestar en los barrios cerrados. Los delitos económicos de la dictadura siempre fueron más difíciles de juzgar y de recordar. Los secuestros y las desapariciones también fueron acompañados por robos de bienes materiales de sus víctimas. En el plano de lo urbano el robo de inmuebles. La Cámara Federal porteña comprobó el año pasado que funcionaban a cargo de distintos mandos militares vinculados a las torturas en la ESMA varias inmobiliarias encargadas de quedarse con casas y departamentos de personas detenidas-desaparecidas, luego de lavar su origen. Se calcula que sólo de quienes pasaron por la ESMA, la dictadura robó bienes por alrededor de 70 millones de dólares. Según una investigación de 1998, en muchos casos los represores obligaban a sus víctimas a firmar poderes que les delegaba el manejo de sus bienes en medio de sesiones de torturas. Pueblos de paz y pueblos de guerraLas consecuencias urbanas del autoritarismo en Argentina trascendieron largamente a Buenos Aires y sus alrededores. En la provincia de Tucumán, donde se llevó adelante el Operativo Independencia desde 1975, la dictadura construyó cuatro pueblos con el fin de reprimir al movimiento guerrillero surgido años antes. Pueblos de la «guerra». Pueblos de la «paz». Los pueblos rurales del Operativo Independencia (Tucumán, 1976–1977) es un libro que escribió Diego Nemec, profesor de Historia y magíster en Estudios Latinoamericanos que recorre la construcción de esos pueblos y cómo su diseño urbano estaba al servicio del control y la represión. Acá una muy buena reseña y acá podés comprar el libro. Esos pueblos son Capitán Cáceres, Sargento Moya, Teniente Berdina y Soldado Maldonado, creados por decreto entre el 16 de agosto de 1976 y el 6 de diciembre de 1977 en el sudoeste de Tucumán. Al mismo tiempo, para conectarlos fue construida la Ruta Interpueblos, la provincial 324. Le hice algunas preguntas a Diego donde cuenta más datos sobre este hecho que yo no conocía. –¿Por qué la dictadura decidió construir cuatro pueblos en Tucumán? –La construcción de los cuatro pueblos tiene que ser entendida como parte de las tareas castrenses que se venían desplegando en Tucumán desde 1975 en el marco del Operativo Independencia. Estas urbanizaciones rurales -construidas a partir de 1976 e inauguradas en 1977 durante el gobierno de Bussi (interventor de Tucumán)- fueron fundadas en el epicentro de la “zona de operaciones” montada inicialmente durante aquel operativo. Era una zona con una profunda tradición de conflictividad social, sindical y política que no se limitaba a la circulación de la pequeña y mal preparada guerrilla del ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo), sino que se centraba -ante todo- en una conflictividad sindical y social mucho más larga relacionada con el mundo laboral azucarero que era considerada como parte del problema “subversivo” que se debía “aniquilar” en Tucumán. En la mirada castrense, los pobladores reubicados debían ser desvinculados de esa tradición de conflictividad previa y para ello se aplicaron en los pueblos algunos de los elementos programáticos de la “doctrina contrainsurgente” que el Ejército venía elaborando desde finales de la década de 1950. Estos elementos combinaban “acciones represivas” y de control poblacional junto con tareas de “acción cívica” y “psicológica”. Estas dos últimas eran -de manera muy simplificada- acciones destinadas a lograr el apoyo y el consenso de la población local a partir de mejoras en las condiciones de vida y de acciones de difusión y propaganda destinadas a promover los valores que para la mirada castrense conformaban el “estilo de vida argentino”. –¿Cómo describirías cada uno de estos pueblos en términos de espacio público, vivienda y servicios? –Podrían describirse en función de los objetivos fundacionales que habían planificado los militares al construirlos. Como lugares pensados para realizar tareas de control poblacional, se puede poner como ejemplo la omnipresencia de los tanques de agua erigidos en las cimas de torres construidas en sus centros cívicos, en cuyos vértices se montaron puestos de observación que permitían vigilar las casas y las áreas rurales circundantes. En las crónicas de época se menciona explícitamente que su construcción se inspiró en los “mangrullos fortineros” realizados por el Ejército en el pasado. Las calles en damero también pueden ser pensadas como un elemento destinado a controlar a la población reubicada, que antes vivía entre los cañaverales o en la zona selvática que está al pie de las Sierras del Aconquija. En el discurso militar el paso del “monte” a los pueblos era también presentado como una forma de abandonar el lugar del desorden y la “subversión” para ingresar a un espacio público marcado por el “progreso”, el “orden” y la “civilización” que -en su visión- asegurarían la paz y la “seguridad nacional”. –¿Qué características de los pueblos reflejan el autoritarismo o el modelo de sociedad que se quería imponer? –Lo primero que quiero resaltar es que los lugares en donde fueron edificados estuvieron fuertemente atravesados por la lógica del terrorismo de Estado y por una alta intensidad represiva. No solo porque fueron parte del Operativo Independencia y porque la reubicación de la población fue realizada en ese marco, sino, además, porque fueron construidos en parajes rurales en donde previamente habían funcionado bases militares montadas durante el primer año de aquel operativo. Gracias a los avances que tuvieron las causas judiciales en Tucumán se pudo difundir el testimonio de la familia propietaria de las tierras en donde se levantó el pueblo Capitán Cáceres, dando cuenta de los métodos coactivos e ilegales que utilizó el gobierno de Bussi para obligar a la propietaria a firmar la donación de esos terrenos en el año 1977. Los pueblos también son un buen lugar para observar la voluntad castrense de producir sujetos y subjetividades alineados con los valores que los militares decían encarnar y que se resumían en los conceptos DIOS, PATRIA y FAMILIA propios del universo ideológico del integrismo católico que permeaba por entonces el mundo castrense. En el libro doy ejemplos de cómo los pueblos y algunas áreas del sudoeste rural tucumano fueron pensadas por el poder militar como lugares de resguardo y de fomento de esos valores propios de una cruzada cristiana. –¿Por qué los dividís en “pueblos de la guerra” y “pueblos de la paz”? –La división del libro en dos partes es meramente analítica y me permite explicar a partir de la contraposición de ambos términos las tareas simultáneas que el poder militar llevó a cabo en estos lugares en el marco del Operativo Independencia y los inicios de la última dictadura. La división apunta a resaltar que el rol represivo de los uniformados, con su consiguiente vigilancia poblacional y la destrucción de vidas, relaciones sociales y políticas en el sudoeste tucumano fue llevado adelante junto a otras acciones que implicaron un rol productivo que se plasmó en nuevas urbanizaciones, en el reforzamiento y la producción de valores y subjetividades, en el rediseño del espacio socioeconómico y en la construcción de discursos legitimadores. En este sentido, los pueblos fueron edificados como lugares usados para agitar el fantasma de la “guerra contra la subversión” y sus aspectos destructivos y, al mismo tiempo, como lugares de reordenamiento y control espacial, moral, religioso, familiar, civilizatorio y productivo que los militares, según sus relatos, situaron en el tiempo de la “paz” por ellos ganada y preservada. |
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