Hola, ¿cómo estás? Espero que bien. “Evitamos el desastre de Macri”. “Impedimos que hubiera muertos en las calles”. “Resolvimos lo que hubiera sido el salto al vacío del default”. Sin que sea de especial interés generar un debate sobre la verosimilitud de cada uno de esos postulados, la deliberación interna por el acuerdo con el Fondo expuso, una vez más, la situación política y narrativa en la que este gobierno se encuentra desde que asumió en 2019: el combate al contrafáctico. El Frente de Todos no solo no puede celebrar triunfos del presente -porque los hay pocos o las internas fagocitan los aciertos- sino que ninguna de las fuerzas políticas que integran la coalición muestra un horizonte de futuro. Sus hitos, por otro lado, se recortan sobre esa experiencia tan compleja de la comunicación política de narrar lo que evitaste. La tensión interna llegó a su punto más alto con, según el kirchnerismo, la falta de solidaridad de su propia coalición tras el ataque al despacho de Cristina. En el entorno de la vice tienen dos certezas: que fue armado y que no hubo acompañamiento por parte de la Casa Rosada una vez ocurrido el hecho. Cerca de Alberto lo niegan: sostienen que el Presidente le envió un mensaje que la vice no respondió. La agresión a la oficina de CFK produce una inquietud por partida doble. El tiempo para marcar el despacho y la libertad para ejecutar la agresión expresan una situación que estuvo lejos de ser fortuita. La burla de la Presidente del principal partido de la oposición y su jefe del bloque en Diputados generan preocupación por la vulneración de límites dentro de la convivencia democrática. Andrés “Cuervo” Larroque tuiteó: “Aturden el silencio y la parsimonia frente al ataque a Cristina”. Alberto lo llamó y le recriminó la publicación. El ministro camporista le recordó la celeridad con que se solidarizó el Gobierno con el ataque a Clarín y le recriminó el retuit al periodista Bruno Bimbi sobre cómo hubiera votado Néstor Kirchner el acuerdo con el FMI. Había varios Kirchner, pero podemos identificar al menos dos. El que sin beneficio aparente se cargó el movimiento de Derechos Humanos y la no represión de la protesta social o la máquina implacable de construcción de poder a quien en el criptoestado llamaban El Oscuro. Un idealista y un pragmático. Si bien es indiscutible que la referencia es al Presidente que le pagó al Fondo -decisión que omite La Cámpora en el primer video que publicó antes de la votación-, presumir qué hubiera hecho en el Congreso en caso de estar vivo permite hacerse otras preguntas. ¿Era este su gabinete? ¿Kirchner hubiera dado marcha atrás con Vicentin? ¿Casal seguiría siendo procurador? ¿Kirchner hubiera llevado así la negociación con el FMI? ¿Permitiría, Kirchner, una atomización tal en la coalición oficialista o diría, como lo hizo en su momento con los intendentes de la PBA, “ustedes díscolos, pero adentro”? ¿Toleraría mansamente Kirchner un desmarque como el que decidió Omar Perotti ayer sobre tema retenciones? No hay inocentes en este momento del oficialismo. Con el kirchnerismo y el albertismo enroscados en disputas internas, su electorado tiene al menos dos incógnitas. El accionista mayoritario no logra explicar cuál hubiera sido la alternativa al no acuerdo con el Fondo y su socio cómo va a cumplir Argentina un programa en el que casi todas las variables nacieron muertas y qué va a ocurrir cuando quienes definen dejen de atender los problemas importantes. La decodificación de la sociedad y buena parte de la militancia peronista puede no ser la misma que la de la dirigencia. Mientras en la superestructura las responsabilidades para unos y otros están claras, abajo la demanda es más sencilla: unidad aunque duela. Si bien las declaraciones de la última semana mostraron una inercia que no podría derivar en otra cosa que en una ruptura, en ambos espacios niegan que ese tenga que ser el resultado final. “El Presidente tiene que llamar a Cristina y a Sergio y volver a constituir la mesa política del Frente”, dicen en el entorno de la vice. “Alberto no paró de trabajar nunca, le votaron en contra del proyecto más importante del gobierno y tiene la puerta abierta para conversar siempre”, responden en Rosada. Cerca del primer mandatario crece un problema adicional. Algunos dirigentes de su confianza le insisten con que encare una experiencia similar a la de Roberto Lavagna en 2019. La propuesta es que, una vez aprobado el acuerdo en el Senado, separe de sus cargos a los funcionarios de La Cámpora y consolide una alianza con el peronismo de la zona núcleo, más los gobernadores aliados, la CGT y los movimientos sociales cuyos dirigentes exploraron caminos para enterrar políticamente a CFK, pero sus bases la tienen tatuada en el cuerpo. Si bien el volumen político y de poder de ese dispositivo sería inobjetable, prescinde de un elemento atractivo a la hora de ganar elecciones: votos. El Frente de Todos no tiene futuro electoral sin Cristina. Desanudar ese nudo para el peronismo no K es una tarea de hace años. Negarlo, la garantía de un fracaso. Néstor Kirchner jubiló a Duhalde en 2005 en una situación particular de un hombre particular. Al Presidente sus cercanos le aconsejan que el momento de definir la arquitectura política del Frente es después una derrota con candidatos propios en los principales distritos del país. El análisis es toda una originalidad. Hasta el momento, es el propio Alberto el que desincentiva esas aventuras. El que mejor entendió esta dinámica es Sergio Massa que, por convicción o conveniencia, es quien está evitando que esa inercia se materialice en una ruptura. Queda para la ucronía pensar que el racional económico del albertismo con la musculatura política del kirchnerismo hubiera hecho de este un buen gobierno y no una experiencia fallida. Lo resumió Emmanuel Álvarez Agis: “Si este acuerdo lo hubiera firmado Cristina estaríamos festejando en la Plaza”. Tal vez sin saberlo, la reflexión no solo es un reconocimiento a Guzmán sino una crítica velada al gobierno. La capacidad de Cristina de capitalizar situaciones difíciles de digerir es un activo que hasta Agustín Rossi le reflexionó en privado a un ministro albertista. Rossi es uno de los grandes impulsores de la sutura entre las diferentes tribus en el gobierno y su nombre siempre suena para la Jefatura de Gabinete, pero en las últimas horas la prédica de la unidad encontró el límite catastral. “Cuando en las PASO del año pasado dije que eran lo mismo, muchos miraron hacia otro lado. El tiempo, a veces, tiene la virtud de poner las cosas en su lugar”, tuiteó el ex ministro de Defensa acompañado de una nota de La Nación en la que se destacaban las críticas de Perotti junto a Horacio Rodríguez Larreta y Juan Schiaretti. Más allá de la gestualidad de unos y otros y las diferencias ideológicas, la división en el Frente de Todos en torno al acuerdo con el Fondo Monetario Internacional tiene bases materiales concretas y traducciones e intereses políticos diferenciados. Alberto Fernández debe gobernar, al menos, hasta diciembre de 2023. El resultado electoral de hace seis meses no deja lugar para el optimismo sobre el camino de reelección. Dentro del Frente de Todos, el sector más refractario al Fondo, el que más votos aportó en 2019 y el que más duramente se colocó en la oposición al macrismo desde 2015 es, no sorpresivamente, el que más rechazos aportó en la Cámara baja. En un escenario político complejo y sin materialización de las consecuencias del default, desde el sector que encabezó en la votación de Diputados Máximo Kirchner estiman que será muy difícil explicar a la sociedad las consecuencias del acuerdo y, observan, aun en un escenario en el que el programa fuera a salir “bien”, que la foto de la misma sociedad que votó en 2021 a la oposición por casi ocho puntos de diferencia no será mejor. Materialmente, es cierto que el entendimiento con el FMI es ineditamente concesivo respecto de la pretensión argentina de evitar un ajuste. La comparación con otros como los que firmaron Grecia, Turquía o Portugal permite plantear en forma verosímil que, como admitió el izquierdista griego Yanis Varoufakis, el acuerdo es probablemente el mejor obtenido en la historia de este tipo de negociaciones con el Fondo Monetario Internacional. El ministro Martín Guzmán tiene razón en que no demanda un ajuste del gasto público. Sin embargo, en el contexto actual, los límites a su expansión suponen problemas muy concretos a los que el largo comunicado de la Cámpora apunta y que es difícil no atender. En cualquier escenario de crecimiento del PIB, el aumento del gasto público será menor a la tasa de crecimiento de la economía. El gasto no se reducirá en términos absolutos pero, si el acuerdo no fracasa, lo hará en relación al producto. Lo que en casi cualquier país es algo normal -con el gasto ganando participación relativa en tiempos recesivos y perdiéndola en épocas de expansión-, en Argentina significa, de forma muy concreta, que la recuperación de salarios, prestaciones sociales y jubilaciones -que sufrieron un violento ajuste durante el macrismo que se consolidó en la pandemia- no estarán siquiera cerca de recuperar su valor previo mientras dure el programa. Incluso si la economía crece más de lo previsto, el gobierno no podrá destinar la mayor recaudación a aumentar el gasto más allá de las modestas -aunque realistas- estimaciones del acuerdo sino que deberá destinar el 100% de los recursos adicionales a reducir el déficit fiscal. Un techo bajo para las aspiraciones de asalariados, jubilados y beneficiarios de planes sociales. Tal vez este sea uno de los motivos de la disconformidad kirchnerista. Si lo que se va a poner en funcionamiento es un programa en el que su dispositivo político no cree, la calidad de vida del electorado no va a mejorar y lo que pone en riesgo el oficialismo no es un triunfo sino una derrota por casi 10 puntos a nivel nacional, no tiene incentivos aparentes para seguir siendo parte. ¿Interpretará la sociedad la particularidad de ser oficialismo y oposición si los principales dirigentes de La Cámpora se mantienen en el gobierno? Es una incógnita. Menos comprensibles son las críticas a la necesidad de recomponer reservas -utilizando herramientas como las tasas de interés positivas para intentar recuperar posiciones en pesos en tiempos de brecha cambiaria récord- o a los límites a la emisión monetaria en un contexto en que la población en general rechaza la moneda nacional y cada vez más precios se fijan en dólares. Como enseña Venezuela, no hay peor política para limitar la posibilidad de financiarse en la propia moneda que el aumento de la inflación. Con todo, la discusión podría pronto volverse abstracta. Las perspectivas de la economía global se han modificado drásticamente desde la invasión de Rusia a Ucrania. La secretaria del Tesoro estadounidense, Janet Yellen, advirtió sobre otro año de alta inflación que afectará a la economía norteamericana y las demás economías desarrolladas. Los precios de la energía y los alimentos vienen empujando la inflación a niveles inéditos en décadas y difícilmente la guerra permita una normalización en el corto o mediano plazo. Para la Argentina significa nuevamente presiones sobre el valor de los alimentos y convierte en papel pintado cualquier pretensión firmada de reducir los subsidios a la energía. Los multimillonarios costos de cada aumento significativo del gas que Argentina deberá importar en invierno ponen en riesgo no ya las finanzas públicas sino el crecimiento económico, ante un riesgo real de cortes de energía para la industria en un contexto de precios prohibitivos. El incremento de los cereales podría redundar en una mejora significativa de nuestra apremiante situación externa pero, a su vez, pone presiones concretas en el mercado interno. “Urge”. La definición de un funcionario de conversación diaria con el Presidente sobre la medida que anunciará el Ejecutivo entre esta semana y la que viene explica la preocupación que hay en el oficialismo por la aceleración de precios producto de la guerra en Ucrania. La medida que tiene decidida Alberto Fernández es subir el diferencial que bajó durante la pandemia. El poroto paga 33, el aceite y harina 31, y el aceite envase más chico, 29. Todo volvería a 33 para, con ese dinero, subsidiar el precio del trigo. Si bien a estos valores nadie quiere convalidar, los stocks en algún momento se van a acabar y la recomposición va a impactar en el mercado interno. En el gobierno creen que con esos números pueden bancar el precio del trigo pre-bélico hasta diciembre. En los guarismos que manejaba el equipo económico se desprendía una relación inquietante. La semana pasada la tonelada de trigo se vendió a $40.000 mientras que, a precios de hoy, en 2015 se vendía a $12.000. En el salario, por su parte, se advierte un ingreso de $100.000 de bolsillo en el sector privado. En 2015, a precios de hoy, ese número ascendía a $130.000. La relación de trigo sobre salario exime de mayores preguntas. Según pudo saber #OffTheRecord, Guzmán descartó retenciones a los granos porque el trigo para exportar ya se exportó. De lograr resolver esto con cierta eficiencia y premura, el escenario optimista del gobierno es un 50% de inflación para este año. Una de las versiones que surgieron durante la jornada de ayer fue que el bloque de senadores de Juntos por el Cambio condicionaba su acompañamiento al proyecto a una eventual suba de retenciones. “Hay una iniciativa de Patricia, pero no tiene acólitos”, le confirmó un integrante del bloque opositor en la Cámara alta a #OffTheRecord. El acuerdo propiamente dicho fue la instancia previa. Macri le hizo saber su posición a todo Juntos por el Cambio: “Este programa es una bomba de tiempo, votemos en contra y que les explote a ellos”. La postura del ex Presidente parece haberle dado la razón retrospectivamente a Cristina Kirchner. Luego de las PASO de 2019, Macri llamó a Alberto para pedirle que le hablara al mercado y topeara el valor del dólar. Alberto lo hizo: “El dólar a 60 pesos está bien, es un valor razonable”. Cristina lo rezongó. Entendía que si el programa económico de Cambiemos colapsaba, no había que asistirlo. Casi tres años después, el ex Presidente ante una situación que tampoco se podría calificar de similar -el préstamo lo tomó la gestión anterior-, motivó a su tropa para empujar a la Argentina al default. Lo resumió con elegancia el historiador económico Pablo Gerchunoff que, además, le da clases sobre su métier a Rodríguez Larreta: “Macri no fue un buen presidente, pero fue mejor de lo que él ahora cree. A la luz de su examen autocrítico, su segundo tiempo sería peor que el primero”. Bonus track- Ayer se cumplió el cuarto aniversario del asesinato de la concejala de Río de Janeiro Marielle Franco, un hecho que encarnó por sí mismo muchos de los peores elementos de la política brasileña y especialmente carioca. La connivencia entre la dirigencia y las milicias parapoliciales que funcionan como verdaderas mafias con control territorial en muchas favelas fluminenses -a partir del manejo de la extorsión, el juego ilegal y de esquemas de prostitución y hasta narcotráfico- tiene a Jair Bolsonaro, que sería a la postre electo como presidente de Brasil, como uno de sus mayores exponentes. Y no casualmente son múltiples los puntos de contacto entre el Presidente y los acusados por el asesinato. La reacción política al homicidio de Franco se convirtió en un símbolo de resistencia en tiempos políticos oscuros. Este cuarto aniversario es preludio a una nueva oportunidad para revisar las elecciones populares. Lula da Silva, perseguido entonces, es hoy favorito, y Bolsonaro podría, de ser derrotado, convertirse en el próximo blanco de una justicia siempre dispuesta a ajustar cuentas con quienes pierden el poder.
Ojalá hayas disfrutado de este correo tanto como yo. Estoy muy agradecido por tu amistad que, aunque sea espectral, para mí no tiene precio. Iván |
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