Por Dionela Guidi
Índice
1- La comunidad organizada, el punto de partida ……………… 5
2- La artesanía política……………………………………………………. 15
3- La cuestión Sindical…………………………………………………….. 27
4- Geopolítica para los pueblos libres…………………………………48
5- La cultura o la importancia de ser uno mismo…………………60
6- Modelo Argentino: el legado………………………………………….69
Introducción a la pregunta por el sentido del peronismo
Han pasado casi cuarenta y seis años desde la muerte del General Perón, cuarenta seis años que no han hecho más que acrecentar su presencia y centralidad en la vida política argentina ratificando que el modelo peronista es un fenómeno profundamente nacional y como tal imborrable de la memoria popular. El peronismo sigue vigente en las clases trabajadoras no solo como ideología partidaria sino como un modo de ser y de habitar el suelo argentino, construyendo identidad desde la dignidad del trabajo, situado en las periferias de las grandes urbes o en el corazón federal de las provincias.
No obstante, como toda identidad colectiva y también como el movimiento «natural» que se debe una doctrina para comprender su momento histórico, el peronismo no se mantuvo inmutable y sufrió particulares transformaciones desde sus orígenes hasta la actualidad.
Más aún desde la pérdida de su máximo líder, que sucedió casi al inicio del periodo de mayor destrucción de la estructura económica y social (una vez concretado el golpe del ?76), el peronismo se reconfiguró de tal manera que puso en jaque las bases sobre las cuales este enorme movimiento se levantó.
Aún hoy seguimos discutiendo, peronómetro en mano, qué es y qué no es ser peronista, o en dónde se hubieran posicionado Juan Perón y Eva Perón si vivieran, pudiéndolos encontrar estampados en las más variopintas causas, accionar que además mantiene latentes las tensiones que llevan décadas irresueltas al interior movimiento, y que aunque fastidiosa para unos y otros, nos recuerda que el peronismo está en continua mutación como todo cuerpo vivo.
Sin embargo, creemos que la palabra de Juan Perón sigue siendo la hoja de ruta para retomar la revolución inconclusa dos veces derrocada por la revancha oligárquica. En su obra podemos encontrar los pilares fundamentales sobre los que se irguió el andamiaje social, cultural, económico y político con el que se rompió la dominación imperialista británica y la de sus vasallos, la elite terrateniente local.
Este trabajo no pretende establecer una verdad del peronismo. Tampoco es un trabajo de exégesis del pensamiento de Perón. Es una mirada más de las múltiples que existen determinada por un posicionamiento social, cultural, político y también generacional que invita a la tarea urgente de leer a Perón.
Me tocó vivir y militar en un momento en dónde los principales actores pretendieron formar cuadros en la acción sin teoría ni doctrina porque percibieron que «no había tiempo» para tal cosa. La política formativa y cultural se circunscribió a acciones esporádicas y de forma, en oposición a una tarea sistemática y en profundidad.
Así como no buscamos establecer una verdad de la obra de Perón tampoco buscamos traer su palabra para la «depuración» del peronismo muy pretendida por algunos sectores más dispuestos a la puja facciosa que a la búsqueda de la unidad de concepción, principio básico establecido por Perón para nuestra supervivencia como movimiento.
En tiempos vertiginosos, de militancias virtuales, marketing y slogans vacíos, es difícil darse el momento de lectura reflexiva para rearmar el pensamiento del hombre más importante del siglo XX argentino, que a fuerza de exilios, tragedias personales, y un odio visceral de las clases altas dependientes encabezó el proceso revolucionario más profundo que haya vivido la sociedad argentina. Nuestra doctrina, la doctrina peronista, es nuestro legado a todos los pueblos libres de la humanidad, o a los que aspiran a serlo, es la mirada soberana a través de la cual dejamos testimonio que hubo un pueblo al sur, muy al sur, que se plantó frente a todos los imperios y torció el rumbo de la historia para hacerla «a la criolla».
No la olvidemos.
Capítulo I
La comunidad organizada, el punto de partida
I
La comunidad organizada, el punto de partida.
La comunidad organizada como texto es producto del discurso de clausura de Perón para el Primer Congreso Nacional de Filosofía de 1949, llevado a cabo en Mendoza y que contó con importantes figuras de la filosofía a nivel mundial como Hans Georg Gadamer, José Vasconcelos, Benedetto Crocce, Karl Jaspers, Bertrand Russell, Juan Pichón Riviére, Rodolfo Mondolfo, entre otros.
Texto complejo, de lectura poco amigable, mucho se habló de quien fue el redactor de las palabras del presidente. Se habló de Carlos Astrada, de Hernán Benítez, de Juan Sepich pero lo cierto es que más allá de las colaboraciones, Perón dejó en claro cuál era el mensaje que debía darse al mundo sobre la revolución que estaba en curso. Por tanto, si bien el resultado final fue un texto dificultoso que ni siquiera a Perón dejó demasiado conforme, hubo un posicionamiento político del discurso para la audiencia internacional y también una sistematización del ideario político y filosófico que guiaba el proceso de transformación a modo de guía o del sentido del rumbo de las cosas.
En consecuencia, la comunidad organizada fue una declaración de principios para el concierto internacional en el marco de la guerra fría, y también el corpus conceptual para enmarcar qué tipo de sociedad se estaba construyendo y se debía construir en la Argentina.
Aportando a la polémica sobre la escritura del texto, Oscar Casteluccisostiene que en el discurso de clausura del congreso de filosofía, Perón solo se limitó a leer los últimos seis capítulos de la comunidad organizada (del XVII al XXII). En este sentido argumenta que los otros XVI capítulos se anexaron con posterioridad a la obra, incorporados a las actas del congreso publicadas en 1950.0
Sin embargo, sostiene Castelucci, aunque se proclamó que corresponden a la escritura de Perón los últimos cinco capítulos y que el resto fue compuesto por colaboradores anónimos, el texto no difiere en lo sustancial entre los primeros y los últimos capítulos, ni tampoco se encuentran diferencias conceptuales a lo largo de la lectura de la obra. Por lo tanto, torna la discusión sobre la identificación de los colaboradores y sobre cuáles fueron sus aportes en una especulación estéril. La autoría de Perón se refleja no sólo en el espíritu del texto sino también en su uso
específico, de alguna manera externo, en el marco del congreso y su marco fundamental o «interno» como base filosófica del movimiento peronista.
Armando Poratti sostiene que los textos de Perón no son nunca meros textos, si no momentos de una acción. En este sentido, la comunidad organizada se engarza con la vasta tradición del pensamiento americano.
En su interesantísimo análisis «La comunidad organizada. Texto y Gesto», Armando Poratti argumenta que, salvo en circunstancias particulares, desde la Modernidad los grandes procesos históricos han estado precedidos por elites intelectuales que acuñaron, difundieron y predicaron tradiciones de pensamiento que acompañaron el desarrollo teórico y discursivo del liderazgo político.
A diferencia de estas experiencias históricas, la americana nos muestra que quien conduce debió debe encargarse no solo de la acción sino de la construcción filosófica de su corpus teórico, suplantando así a la elite de pensamiento que debería encontrarse a su par: «El príncipe americano no tiene consejero americano». (Poratti, 2016:62) Si la conducción de los movimientos populares decide nutrirse de las ideas que pone a disposición la época, encontrará el acervo ideológico que emana de los centros imperiales y que los núcleos intelectuales locales absorben acríticamente por sus vínculos económicos y políticos con el proyecto colonial.
El desarrollo de la filosofía moderna europea creció en paralelo con el proyecto continental de expansión. En este sentido, esta filosofía pensó al mundo en función de la realización europea como centro y su consumación como «fin de la historia». La América mestiza no tenía en la mirada eurocéntrica la capacidad de hacer filosofía porque no tenía la capacidad de «pensamiento»: «la presencia del pensamiento en la historia americana es necesariamente consecuencia del carácter mestizo del continente. Es un pensamiento que no puede negar las categorías occidentales, pero su actitud es radicalmente otra, y por ello la filosofía americana, vista desde afuera, parece a veces inexistente, a veces meramente subordinada e inferior. Un uso contaminado de las ideas políticas o filosóficas en circulación en Europa puede llevar a resultados insospechados (…) La mímesis está condenada a ser mimesis, es decir simulacro de lo que en su lugar de origen es espontaneo, y como tal, irremediablemente americano en su mismo intento de no serlo». (Poratti, 2016:63)
De aquí que los liderazgos populares latinoamericanos se construyan desde la acción y al mismo tiempo deban ejercer el oficio intelectual. En la necesidad de fundamentos teóricos que refuercen la acción, el liderazgo popular latinoamericano se erige entre el conocimiento del pensamiento moderno y la densidad de la experiencia individual y colectiva.
El carácter mestizo de la comunidad organizada viene dado según Poratti por el intento de equilibrio entre fuerzas sociales diferentes que no se agotan en la lectura de «alianza de clases» sino que se extienden al humus que constituye la estructura social de la América criolla, los elementos culturales, étnicos e históricos.
Por eso fallan las interpretaciones tradicionales del peronismo, emanadas de las academias colonizadas e imbuidas de categorías forjadas en otras latitudes, por izquierda o derecha, liberales o conservadoras. Los escuchamos vociferar los términos «fascismo» «populismo» «alianza de clases» «totalitarismo» «manipulación de masas» sin jamás cuestionarse el origen de dichas categorías. No pretenden comprender un fenómeno original, autóctono, con sus propios rasgos culturales y emergido en un contexto histórico particular, sino responder con obediencia a esas categorías a las que les deben sus cucardas académicas y que los vuelve «sabios» a los ojos de la elite «experta» y «científica» tan dependiente de las usinas europeas y angloamericanas de pensamiento como viscerales en su odio a los movimientos populares.
El pensamiento comunitario de Juan Perón
Vivimos tiempos de ruptura del lazo social. El mundo actual refleja los números más altos de desigualdad social en la historia de la humanidad producto de la hiperconcentración de la riqueza en enormes corporaciones que gran parte de la riqueza producida a nivel global. Según datos del Banco Mundial, 2019 el 50% de la población mundial vive con menos de 5 dólares diarios, mientras que 26 personas en el mundo poseen la misma cantidad de dinero que 3800 millones personas. El 1% de la población mundial posee mayor fortuna que el 99% restante.
Los Estados-Nación se debilitan frente a estos gigantes que controlan y/o extorsionan a los gobiernos, a los aparatos judiciales y financian todo tipo de movimientos facciosos, fanáticos o golpistas que puedan romper regímenes populares. La era del imperialismo no ha llegado a su fin. Aunque cuestionado en sus principios y aún en convivencia con la emergencia de nuevos polos de poder
internacional, las bases de la penetración económica, cultural y política mantienen vigencia similar a la que enfrentó el peronismo en sus inicios.
La crisis humanitaria europea con el arribo de numerosas poblaciones
desplazadas, generalmente provenientes de África y Medio Oriente, su posterior concentración en campos de refugiados en los que suceden todo tipo de aberraciones o los constantes naufragios de familias enteras ahogadas en el intento de tocar suelo europeo ponen sobre el tapete no solo el horror de la guerra y las hambrunas, sino también los límites de la intervención imperialista sobre el Tercer Mundo sin que eso, más temprano que tarde termine afectando en el propio territorio la composición de las estructuras sociales, económicas y culturales locales. Para una Europa que se pensó a si misma culturalmente superior y geopolíticamente centro, la llegada supernumeraria de una multiplicidad de culturas rompe los patrones vigentes y aloja a la «periferia» en el corazón mismo de lo que se pretendía centro.
Si Perón observó con certeza en su viaje por Europa a finales de los años ’30 y principios del ’40 que el siglo XX sería el siglo de las masas, el siglo XXI nos encuentra asistiendo al momento de las individualidades. Las luchas que se dan a escala global por derechos individuales de todo pelaje son producto de sociedades fragmentadas y atomizadas que ya no se articulan bajo el esquema de las mayorías sino que reclaman políticas sectorizadas de minorías. La sociedad bajo esa concepción es vista no ya como una totalidad de tradiciones, creencias, fines y cultura compartida sino que supone, fiel al liberalismo, una sumatoria de individualidades donde cada quien trabaja para la obtención de sus fines particulares.
Los años del consenso de Washington nos dejaron sociedades quebradas y divididas. La articulación que generaba el mundo del trabajo durante el modelo industrial se hizo añicos con la implementación de medidas neoliberales que generaron miseria, desocupación y destrucción además de la pérdida de la producción nacional. Junto con ello, los sectores populares se tornaron profundamente heterogéneos generando mayores desigualdades en su interior y un porcentaje altísimo de trabajadores subsistiendo en la informalidad.
Alberto Buela, en su texto Notas sobre el peronismo describe la crisis de vigente actualidad aunque fuera presentado en 1999: «el poder omnímodo de la razón se vio cuestionado por la manipulación devastadora del hombre sobre la naturaleza. Sus efectos son las grandes crisis ecológicas: incendios interminables, desertificación de grandes espacios, derrames incontenibles de petróleo, el recalentamiento de la tierra, el agujero de ozono, el manoseo genético de plantas, animales y hombres, todos ellos, efectos irracionales de causas fundadas en la razón»(Buela,2007:38)
En este panorama complejo, el pensamiento comunitario de Juan Perón se presenta como una alternativa propia y original al barbarismo dominante.
Comunitarismo político lo denomina Alberto Buela argumentando que «exige que las organizaciones intermedias sean entendidas como organizaciones libres del pueblo, que funcionen como factores concurrentes en los aparatos del estado y se arroguen y exijan la representatividad no solo social sino política». ( Buela,2007: 39)
La restauración del principio de solidaridad al interior de la comunidad es tarea urgente para comenzar a recuperar el tejido social destruido, misión básica que tiene como meta aceitar la cohesión y comenzar a desandar las consecuencias de la fragmentación y la atomización de la vida social.
Sin el rescate del principio de solidaridad, antagónico de los principios del egoísmo y el nihilismo promovidos por el liberalismo, difícilmente puedan recuperarse las nociones de equilibrio y armonía propuestas para consolidar la comunidad organizada.
Frente a la crisis de valores, el escepticismo y el sinsentido que deja al hombre el liberalismo al quedar librado solo al deseo de su yo, desvinculándolo de su lugar comunitario, de su historia colectiva, de los fines comunes, Perón argumenta la necesidad de establecer una verdad que provista al hombre de elementos para ejercer la vida en comunidad con sus disfrutes pero también en las tensiones y conflictos : «El hombre puede desafiar cualquier contingencia, cualquier mudanza, favorable o adversa si se halla armado de una sólida verdad para toda la vida. Pero si esta no le ha sido descubierta al compás de los avances materiales, es de temer que no consiga establecer la debida relación entre su yo, medida de todas las cosas, y el mundo circundante, objeto de cambio circundante?. (Perón, 2000: 14)
Por tanto, lo que Perón propone no es una verdad dogmática, impuesta desde arriba para lograr obediencia, sino enfatiza en la función social de verdades que se hagan carne en los hombres para que sirvan como regulación de las relaciones en sociedad y tiendan a ser el cimiente entre sus deseos, intereses y fines y los de la comunidad. Perón entiende esa verdad como la citada por Scalabrini Ortiz al comienzo de «el hombre que está solo y espera»: «creer: he allí toda la magia de la vida». La verdad como creencia compartida que nos ayuda a vivir en comunidad.
En este sentido, Perón observa en los valores religiosos o en los emanados de una educación ética formas compensatorias que contrarrestan los extremos individuales o colectivos que se derivan de los conflictos intestinos de una comunidad: «El bien y mal obran sobre el hombre como sobre la sociedad. De lo individual a lo colectivo sus momentos oscilan entre arrebatos místicos y paroxismos pavorosos. Una postura moral procedente de un fondo religioso sólido o de una refinada educación ética intenta estipular límites entre posibles y tentadores extremos?. (Perón, 2000: 31). Más adelante destaca: «es preciso que los valores morales creen un clima de virtud humana apto para compensar en todo momento, junto a lo conquistado, lo debido. Es ese aspecto la virtud reafirma su sentido de eficacia (…) Esa virtud no ciega los caminos de lucha, no obstaculiza el avance del progreso, no condena las sagradas rebeldías, pero opone un muro infranqueable al desorden». (Perón, 2000:32).
Es así como establece la estrecha relación entre progreso y ética, ya que la moral establece las leyes y principios para poder interpretar sabiamente los resultados de las victorias sociales. En el grado de ética que los pueblos desarrollen radican las diferencias entre la proyección de progreso ordenado o la anegación al desorden. En consecuencia, Perón le da a la ética un sentido spenceriano: como corrección del egoísmo. Combatir al egoísmo no supone una actitud represiva, sino de promoción de virtudes contrarias que permitan equilibrar justicia social con placer individual «no sobre el disfrute privado del bienestar, sino por la difusión de ese disfrute, abriendo sus posibilidades a sectores cada vez mayores de la humanidad». (Perón, 2000.40)
Sin embargo, esta superación del egoísmo no supone la negación del yo: «el transito del yo al nosotros no se opera meteóricamente como un exterminio de las individualidades sino como una reafirmación de estas en su función colectiva». (Perón, 2000:46)
La libertad individual no puede ser jamás irrespetuosa del bien común. No puede exaltar el yo en la medida que niega el nosotros. Toma de Fitche la definición en la que se considera al hombre libre en tanto aprende a respetar al prójimo. De aquí que una personalidad libre devenga de la convivencia y no del aislamiento que exacerbe la individualidad por sobre la comunidad.
También previene sobre la exacerbación opuesta, la supresión de las individualidades en pos de un Estado déspota como el construido en el llamado socialismo real, una insectificación del hombre derivada de la perdida de categorías morales que lo conduzcan hacia la pérdida de confianza en el bien común y a un sentimiento de inferioridad frente a un gigante opresor: «Que el individuo acepte pacíficamente su eliminación como un sacrificio en aras de la comunidad no redunda en beneficio de ésta. Una suma de ceros es cero siempre; una jerarquización estructurada sobre la abdicación personal, es productiva solo para aquellas formas de vida en que se producen asociados al materialismo más intolerante, la deificación del Estado, el Estado Mito y una secreta e inconfesada vocación de despotismo»(Perón, 2000:62-63)
Perón se distancia tanto del egoísmo liberal como del materialismo marxista, distancia que no es solo filosófica sino política en tiempos de Guerra Fría, uniéndolos en lo que denomina tesis del pesimismo, tomado como referentes de cada tradición a Hobbes y Marx respectivamente: «Algo falla en la naturaleza cuando es posible concebir , como Hobbes en el Leviathan, al homo lupus, el estado del hombre contra el hombre, todos contra todos, y la existencia como un palenque donde la hombría puede identificarse con las proezas del ave rapaz. Hobbes pertenece a ese momento en las luces socráticas y la esperanza evangélica empieza a desvanecerse ante los fríos resplandores de la Razón, que a su vez no tardará en abrazar el materialismo. Cuando Marx nos dice que las relaciones económicas dependen de la estructura social y su división en clases y que por consiguiente la Historia de la humanidad es tan solo la historia de la lucha de clases, empezamos a divisar con claridad, en sus efectos, el panorama Leviathan. No existe probabilidad de virtud, ni siquiera asomo de dignidad individual, donde se proclama el estado de necesidad de esa lucha que es, por esencia, abierta disociación de los elementos naturales de la comunidad (…) El amor entre los hombres habría conseguido mejores frutos en menos tiempo, y si halló las puertas cerradas del egoísmo se debió a que no fue tan intensa la educación moral para desvanecer esos defectos, cuanto lo fue la siembra de rencores?. (Perón,
2000: 34-35)
Amelia Podetti, en consonancia con el análisis de Juan Perón, coincide en que tanto Hobbes como Marx pertenecen al mismo proyecto histórico y se identifican plenamente con él, más allá de las diferencias en tiempo y espacio. Ambos pensadores rechazan la filosofía, el primero por considerarla falta de sustento argumentativo y el segundo por su carácter ideológico que enmascara y desfigura la realidad. Tanto para uno como para el otro la superación del pensamiento místico filosófico viene dada por la Ciencia.
Hobbes y Marx aceptan el proyecto de una Ciencia «universal» «neutra» y «racional» sin cuestionar las bases histórico políticas que sustentan ese proyecto.
Presentan sus modelos de sociedad con carácter «científico» para otorgar legitimidad y validez a sus argumentos sociales, políticos y económicos.
Tanto Hobbes como Marx comparten la fe en el materialismo como filosofía, en el egoísmo como motor de la conducta individual, en la competencia, la violencia y la guerra como las relaciones básicas entre los hombres, la exaltación de la técnica y la economía y el repudio hacia todas las formas de filosofía. Se justifica la expansión imperialista, el saqueo y la destrucción de la naturaleza: «y para ambos todo en el hombre se determina o explica por apetitos económicos: el sentimiento religioso, el amor a la patria, los lazos familiares, la virtud, la lucha secular de los hombres por la dignidad, por la justicia, por la libertad, por la felicidad y la grandeza, sólo son armas camufladas de la guerra de todos contra todos por la posesión de las riquezas. En suma Marx y Hobbes son la expresión más desnuda del espíritu de la comunidad disociada, sus proyectos y valores». (Podetti, 2015:67)
Desde el pensamiento de Perón, la característica de una comunidad sana y vigorosa es la que tiende al equilibrio entre la individualidad y el proyecto colectivo. La armonía no es negación de conflicto, es entender al todo por encima de las partes, es la fe inoculada en los valores morales y la conducta ética donde la comunidad es la que debe canalizar a través de sus instituciones intermedias la resolución de problemas, sin que ello signifique la anulación de los particulares, ni que los particulares operen por encima del bien común: «es el grado de sus individualidades y el sentido con que se disponen a engendrar en lo colectivo. A este sentido de comunidad se llega desde abajo, no desde arriba; se alcanza por el equilibrio, no la imposición». (Perón, 2000:63)
Para Perón lo que salva al hombre de la náusea del desencanto es la recuperación de su «misión en lo individual, en lo familiar y en lo colectivo?. (Perón, 2000:61)
El sentido de las normas que propone Perón no vienen dadas solo en su acepción de un corpus de imposiciones jurídicas restrictivas, sino también en el sentido de un marco regulador cultural que permita al hombre interiorizar la ética para alcanzar un gobierno de sí: «La evolución humana se ha caracterizado, entre otras cosas, por lanzar al hombre fuera de sí sin proveerle previamente una conciencia plena de sí mismo. A ese estar fuera de sí puede atender mediante leyes la comunidad organizada políticamente, y tendremos entonces un aspecto de la norma ética. Pero para su reino interior, para el gobierno de su personalidad, no existe otra norma que aquella que se puede alcanzar por el conocimiento, por la educación que afirma en nosotros un actitud conforme a la moral». (Perón, 2000:67)
La comunidad organizada es la ordenación suprema del nosotros: «Nuestra comunidad, a la que debemos aspirar, es aquella donde la libertad y la responsabilidad son una causa y efecto, en que exista una alegría de ser; fundada en la persuasión de la dignidad propia. Una comunidad donde el individuo tenga realmente algo que ofrecer al bien general, algo que integrar y no solo su presencia muda y temerosa?. (Perón, 2000: 86)
La finalidad última de la comunidad organizada es la búsqueda de armonía entre el progreso material y los valores espirituales. Es un colectivismo que intenta alcanzar la realización individual, un perfeccionamiento del nosotros a través del yo: «Nuestra comunidad tenderá a ser de hombres y no de bestias. Nuestra disciplina tiende a ser conocimiento, busca ser cultura (…) El progreso social no debe mendigar ni asesinar, sino realizarse por la conciencia plena de su inexorabilidad». (Perón, 2000:91)
Esa armonía es la plenitud de la existencia. Es el alcance máximo de felicidad del individuo en su comunidad. Es también una herencia a las generaciones futuras, que no es más que la trascendencia de la propia existencia, individual y colectiva. De aquí que el texto finalice con una frase de Spinoza: «Sentimos, experimentamos que somos eternos» (Perón, 2000: 91)
(CONTINÚA)
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En http://elortiba.org/peron-la-palabra-realizada/
abril 2020
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