Explicación de una tragedia argentina, respuesta en nombre propio al poder oficial que quiere viva a su autora pero hecha jirones, Sinceramente, libro-acontecimiento de Cristina Fernández de Kirchner, rompe la losa sepulcral del linchamiento mediático y abre una posibilidad extraordinaria: narrarse en la voz de una mujer que hizo de doce años de políticas públicas inclusivas, la construcción de autonomías y la ampliación de derechos medulares de los feminismos.
Imagen: Leandro Teisseyre
No es sólo un libro. Es acto, irrupción en la escena. Sus entusiastas dicen que funda la candidatura; sus adversarios que tal ímpetu despertó corridas cambiarias y temblor en los mercados. Incertidumbre política. Sorprende la capacidad de escribir un libro en secreto, lograr la confidencialidad de una editorial trasnacional, producir un efecto de comercialización que lo sitúa a las puertas del best seller. Como la investigación sobre D’Alessio, Sinceramente hace pensar que hay estructuras de inteligencia que no responden al oficialismo, o que si son todas oficialistas dejan zonas grises sin relevar. Unes temen ante eso, a otres les ilusiona. Anduve por la Feria el otro día. Los pasillos estaban despoblados y entre lo poco que se vendía andaba ese libro. Las discusiones: ¿por qué no salió por alguna editorial de las nacionales o independientes, para que las ganancias no alimenten las arcas de las más piponas? La autora nunca se muestra desconfiada hacia las grandes empresas y pone en escena esa alianza; y producir un best seller-hecho político requiere una estructura de comercialización inalcanzable para casi todes. En la Feria corría un rumor: el libro no se presentaría en una sala sino en el corazón mismo de la Rural, en ese pastito donde se varean las vacas que disputan premios. Allí la Yegua andaría, con su paso elegante, agraviando tan tenaces tradiciones y el espíritu mismo de la oligarquía patria. Quizás suceda, quizás no. Pero en ese doble relato está algo del juego de alianzas del kirchnerismo (sí a las grandes empresas, tensión con las expresiones más rancias de las clases dominantes), de la ambivalencia de la figura (puede usar los modos de construir un éxito pero también es lo maldito e intolerable), de las mitologías que moviliza: siempre se trata de algo más, un desborde inesperado, la amenaza plebeya.
Sarmiento alguna vez escribió que el Facundo, circulando a escondidas y de mano en mano, se convirtió en “las hablillas populares” en “un mito como su héroe”. Ese fue su libelo de denuncia y programa de guerra; con Recuerdos de provincia quiso delinear su propia figura con contornos míticos y abonar el camino a la presidencia. Sinceramente no es ni uno ni otro, los recupera: Cristina no necesita darse a conocer sino defenderse y, a la vez, explicar una tragedia: cómo sucedió que el país desendeudado y con buenos índices de empleo, eligiera una opción política que en poco tiempo desandara el camino, acompañado por legisladores peronistas y regodeándose en la escasa conflictividad social. Los monopolios mediáticos y el partido judicial aparecen como los agentes de una disputa de nuevo tipo, centrada en la destrucción de las figuras públicas que encarnan modos de gobierno democráticos, reparatorios o distributivos (los que suelen ponerse bajo el sanbenito de populismo), para que ese juicio arrastre el conjunto de los programas. De los fierros mediáticos al lawfare: si Dilma o Cristina son corruptas, si Lula o Boudou están presos, eso muestra que todo lo que se puso en juego en sus gobiernos -desde el neodesarrollismo a los programas sociales, desde las nuevas universidades al sistema de jubilaciones- son modos corruptos y mentirosos de organizar lo social.
No es sólo un libro. Es acto, irrupción en la escena. Sus entusiastas dicen que funda la candidatura; sus adversarios que tal ímpetu despertó corridas cambiarias y temblor en los mercados. Incertidumbre política. Sorprende la capacidad de escribir un libro en secreto, lograr la confidencialidad de una editorial trasnacional, producir un efecto de comercialización que lo sitúa a las puertas del best seller. Como la investigación sobre D’Alessio, Sinceramente hace pensar que hay estructuras de inteligencia que no responden al oficialismo, o que si son todas oficialistas dejan zonas grises sin relevar. Unes temen ante eso, a otres les ilusiona. Anduve por la Feria el otro día. Los pasillos estaban despoblados y entre lo poco que se vendía andaba ese libro. Las discusiones: ¿por qué no salió por alguna editorial de las nacionales o independientes, para que las ganancias no alimenten las arcas de las más piponas? La autora nunca se muestra desconfiada hacia las grandes empresas y pone en escena esa alianza; y producir un best seller-hecho político requiere una estructura de comercialización inalcanzable para casi todes. En la Feria corría un rumor: el libro no se presentaría en una sala sino en el corazón mismo de la Rural, en ese pastito donde se varean las vacas que disputan premios. Allí la Yegua andaría, con su paso elegante, agraviando tan tenaces tradiciones y el espíritu mismo de la oligarquía patria. Quizás suceda, quizás no. Pero en ese doble relato está algo del juego de alianzas del kirchnerismo (sí a las grandes empresas, tensión con las expresiones más rancias de las clases dominantes), de la ambivalencia de la figura (puede usar los modos de construir un éxito pero también es lo maldito e intolerable), de las mitologías que moviliza: siempre se trata de algo más, un desborde inesperado, la amenaza plebeya.
Sarmiento alguna vez escribió que el Facundo, circulando a escondidas y de mano en mano, se convirtió en “las hablillas populares” en “un mito como su héroe”. Ese fue su libelo de denuncia y programa de guerra; con Recuerdos de provincia quiso delinear su propia figura con contornos míticos y abonar el camino a la presidencia. Sinceramente no es ni uno ni otro, los recupera: Cristina no necesita darse a conocer sino defenderse y, a la vez, explicar una tragedia: cómo sucedió que el país desendeudado y con buenos índices de empleo, eligiera una opción política que en poco tiempo desandara el camino, acompañado por legisladores peronistas y regodeándose en la escasa conflictividad social. Los monopolios mediáticos y el partido judicial aparecen como los agentes de una disputa de nuevo tipo, centrada en la destrucción de las figuras públicas que encarnan modos de gobierno democráticos, reparatorios o distributivos (los que suelen ponerse bajo el sanbenito de populismo), para que ese juicio arrastre el conjunto de los programas. De los fierros mediáticos al lawfare: si Dilma o Cristina son corruptas, si Lula o Boudou están presos, eso muestra que todo lo que se puso en juego en sus gobiernos -desde el neodesarrollismo a los programas sociales, desde las nuevas universidades al sistema de jubilaciones- son modos corruptos y mentirosos de organizar lo social.
El macrismo desplazó el Nunca más al terrorismo de Estado por un declamado Nunca más a la corrupción. Buscaba situarse en un lugar fundacional, sin continuidad con la gestión anterior. Si en el 85 los juicios sentaron a los militares en el banquillo de los acusados, treinta años después Comodoro Py sería el Nüremberg soñado y Bonadío el sacerdote oficiante. En nombre, como se hizo el ajuste de tarifas, la depreciación de los salarios, el recorte fiscal, de la sinceridad. Necesario y cruento sinceramiento. Sinceramente responde a ese estado de la palabra, en un libro que no remeda los cuadernos Moleskine sino al clásico Rivadavia de tapas azules. Contra las fotocopias de un cuaderno Gloria, la estética de su competidor, y una doble intervención manuscrita: en el título de tapa, en la firma de contratapa. Tomar el guante arrojado por el triple gobierno del oficialismo político, los medios concentrados y el partido judicial, y responder en nombre propio, asumiendo una palabra que es, al mismo tiempo, reflexión, denuncia, programa y testimonio. Empujada al oscuro terreno de la falsedad y la mentira, produce una escena donde apela al valor que pusieron en juego sus adversarios.
Operación riesgosa. Porque muestra que el punto de partida es defensivo (el terreno fue demarcado por otres), pero también abre la posibilidad extraordinaria de la política: hacer un tajo allí donde todo parecía unánime y producir una inversión. Diagnostica: “sólo durante la dictadura se expuso tan claramente un sistema donde los opositores al régimen no tienen derechos ni garantías constitucionales y los oficialistas toda la impunidad política, judicial y mediática”. En ese terreno cercado: “ya es poco lo que espero”. El libro intenta romper la losa sepulcral del batifondo linchador. Explicar. Explicarse. Narrar, cuando el nombre ha sido capturado por un relato sin fin, monocorde, desdeñoso. Recuperar el derecho a decir yo. O tratar de dirimir lo que se cifra en el nombre. Toma los insultos, los lista. Se nombra a sí misma: Yegua.
Sinceramente es la afirmación de un yo que recuerda y narra. No se pretende ensayo de ideas ni aspira a otra objetividad que la del lugar de testigo-protagonista: yo viví, escuché, dije. Están los documentos oficiales, los dichos periodísticos, las mesas de Mirtha Legrand, las investigaciones de Verbitsky, pero también la memoria de las reuniones, los comentarios de Putin o del Papa, los chistes en una comitiva, las discusiones con Néstor, las conversaciones con la hija y el hijo, alguna frase de Lula que estremece (cuando dijo ante los festejos del Bicentenario, con millones de personas movilizadas y paseando, que una fiesta así en Brasil provocaría cien muertos), los íntimos modos de elegir. Como toda memoria: lacunar, interesada. Como toda memoria personal, singularizada. Cada quien, cada lectora, tendrá otras de los acontecimientos públicos que la ex presidenta recrea.
El libro está puntuado por el “recuerdo que…” Muchas veces son las palabras dichas en tal o cual ocasión. Otras, la ropa que tenía puesta: un vestido blanco, una boina roja, un sombrerito y un vestido negros “divinos”. La ropa es elegida con cuidado, cada color un símbolo, cada prenda una declaración. Palabras e imágenes. Se vuelve a declarar “pintada como una puerta”. Y si ese movimiento, junto con la apelación a recursos propiamente orales -las frases reiteradas: ¡Madre mía!, ¡Dios mío!, ¡Madre de Dios!-, construye la escena de una conversación informal, lo hace para disponer a fondo de los recursos del testimonio. El yo en primer plano, con sus tonos, sus memorias parciales, su autenticidad indiscutible. A la vez, fijando distancias: no leyó entero La razón de mi vida, ese clásico pedagógico y emotivo del peronismo.
Salvo cuando las memorias fallan y las personas retornan a una infancia pretérita o a una escena congelada, la selección de lo narrado es puro presente. Cristina recorre el amplio conjunto de políticas públicas desplegadas en doce años. Se detiene en derechos humanos y la apuesta a la ciencia y la tecnología. Enlaza la idea de hacer justicia con la de abrir horizontes mediante la investigación. Junto a esas dos temporalidades sitúa dos estrategias de distinta materialidad: una, la obra pública creadora de empleo y de consumo en el mercado interno, paridora de empresarios millonarios, reactivadora de zonas olvidadas; la otra, una serie de programas y leyes destinados a mujeres que puede interpretar desde la actualidad. El programa Ellas hacen es leído como herramienta para generar condiciones para la autonomía de las mujeres y la ruptura con situaciones de violencia; la regulación del trabajo doméstico como ampliación de derechos para las trabajadoras. Revisa lo hecho para decir que la ampliación de derechos no es ajena a los feminismos, y se hizo mientras ella se declaraba no feminista. Al mismo tiempo, codifica rupturas y ataques con la categoría de misoginia. Machirulos los Moyano, los Macri, los Fontevecchia, los Magnetto. Se lamenta: las feministas nunca defendieron a esta mujer agraviada por tapas oprobiosas. Desconoce que un pequeño grupo de desesperadas, disfrazadas de brujas, hicieron un rito en la puerta de Noticias, cuando la dibujó quemándose en la hoguera.
Estábamos ahí, atormentadas. En ese diciembre espantoso de 2015. A ciegas. Pero no habíamos estado a ciegas el 3 de junio de ese año, cuando gritamos Ni una menos. Cristina aún piensa y escribe que era una plaza opositora. Menos imprecisión que síntoma. Indicio de su desconfianza hacia los feminismos movilizados, que la llevan a equiparar una vez más pañuelos verdes y celestes, porque no se permite leer la politicidad de los cuerpos en la calle, su fuerza rebelde contra el neoliberalismo. Entre junio de 2015 y agosto de 2018 se fue desplegando una idea de vida autónoma que no puede ser sustituida por la idea aplanada de las iglesias o del gobierno neoliberal, que la piensa objeto de seguridad o de asistencia. Ella votó por la legalización del aborto y no lo vincula con la comprensión de la fuerza de ese movimiento que produce enunciados, valores y activismos que una política emancipatoria podría colocar en su centro. En el 2003 Kirchner supo releer la conmoción callejera y recuperar las creaciones y demandas del movimiento de derechos humanos.
¿Por qué un gobierno de empresarios –un grupo de tareas del capital financiero, escribe– llega con el voto popular? Es electo y afirma su gobernabilidad sobre la movilización del odio y el valor de la meritocracia. ¿Es posible vencer a las derechas cuando lograron capturar el alma de las masas? ¿Se puede gobernar si han triunfado ideológicamente, aunque fracasen en el terreno de la economía? Sólo si hay un nuevo contrato social, escribe, que funde un nuevo orden. Libro-acontecimiento, libro-mito, si erige una candidatura, también abre la oportunidad de pensar qué programa define, qué zonas mantiene ciegas, qué promesas anuncia, qué contrato fundador propone. Su insomnio es el nuestro: el fin de este gobierno de la debacle y la construcción de otro modo de vida. No sin discusiones apasionadas, querellantes y militantes. Sinceramente.
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