Un enorme “ataúd” de cemento guarda en el paraíso los restos de un monstruo de destrucción y muerte. Pero se teme que, como una ominosa caja de pandora, esa tumba pudiese quebrarse un día y dejar escapar su devastador contenido.
No se trata de una leyenda apocalíptica o del final de una serie de guerras y dragones. Es el legado radioactivo de las numerosas y terribles pruebas de armas atómicas que Estados Unidos realizó durante décadas en remotos atolones en el Océano Pacífico.
En las Islas Marshall, ocupadas por Estados Unidos en 1944 durante la Segunda Guerra Mundial y constituidas como república independiente en 1979, las fuerzas armadas estadounidenses realizaron 67 pruebas de armas atómicas en varios de los atolones coralinos que componen esa nación insular. Esos estallidos, realizados entre 1946 y 1958, dejaron en la región una enorme cantidad de residuos radioactivos y aunque los atolones donde se dieron esos ejercicios estaban deshabitados, cenizas de las explosiones se expandieron por una amplia región y cayeron incluso en zonas habitadas.
Las pruebas atómicas cesaron a finales de la década de 1950 pero los residuos radioactivos permanecieron en esas islas coralinas como una herencia candente de la Guerra Fría. Pero no fue sino hasta décadas después, de acuerdo al relato de The Washington Post, que Estados Unidos se abocó a la limpieza de esos peligrosos materiales: en 1977 unos 4,000 militares removieron 73,000 metros cúbicos de tierra contaminada en el atolón Enewetak y en una de sus islas, llamada Runit, aprovecharon un gran cráter, producto de una prueba nuclear de 1958, para depositar allí ese material radioactivo.
Finalmente, tras varios años de trabajo, el cráter fue cubierto en 1980 por un gran domo de concreto de 18 pulgadas (casi 46 centímetros de grosor) para de esa forma mantener confinados los residuos radioactivos allí acumulados. Fue una tarea enorme y costosa, de acuerdo al Post se destinaron a ello 218 millones de dólares, pero con una arista punzante: no era una instalación diseñada para durar indefinidamente y se construyó pensando en que funcionara de modo temporal en lo que se determinaba qué hacer con el material radioactivo.
Pero nada se ha hecho al respecto desde entonces y dado que el contenido de esa tumba es extremadamente tóxico y duradero (se requerirán decenas de miles de años para que su radioactividad decline), el domo de concreto en la Isla Runit es causa de severa inquietud.
El propio secretario general de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, dijo según un reporte de la Agencia AFP que existe una grave preocupación ante la posibilidad de que ese domo de concreto, una instalación temporal pero que ya lleva casi 4 décadas guardando residuos de las pruebas atómicas estadounidenses, pudiera ser dañado por una severa tormenta u otras causas. Si eso sucediese, la radioactividad que contiene podría esparcirse en el Pacífico con severas consecuencias.
Por ejemplo, se reporta que el domo de concreto ya tiene cuarteaduras y que el suelo sobre el que fueron colocados los materiales radiactivos no fue previamente preparado para ese fin, por lo que también se teme que allí podrían desatarse filtraciones. Según expertos citados por el Post, dado que ese suelo es permeable, el agua de mar penetra al interior del domo y, por ende, las filtraciones de radioactividad podrían ya estar sucediendo, aunque al parecer en un nivel reducido.
El temor de que el domo pueda dañarse en caso de un fuerte huracán y de que la radiación se expanda a gran escala es considerable, pero la República de las Islas Marshall, que sería potencialmente muy afectada si ese “ataúd” expulsase su letal contenido, carece de los recursos para reforzar esa estructura. No tiene capacidad para sacar esos contaminantes de allí de modo seguro.
Y aunque el propio Guterres comentó que “el Pacífico fue victimizado en el pasado como todos sabemos” y que “las consecuencias de ello han sido muy dramáticas en relación a la salud, en relación al envenenamiento de las aguas en algunas áreas”, no habría hasta el momento nada concreto que permita actuar en ese domo de cemento para prevenir un desastre.
No se ha indicado formalmente, por lo que se ha informado al respecto, a quién le correspondería asumir la responsabilidad por esa acción, pero es claro que a Estados Unidos le toca, o debería tocar, la mayor tajada, pues fueron sus pruebas atómicas y luego sus incompletas tareas de limpieza las que han mantenido la amenaza de esa tumba radioactiva en la Isla Runit.
Con todo, existe una imperiosa urgencia por actuar pues a los posibles daños progresivos en la estructura del domo de cemento se añade el riesgo de que un gran huracán, elevamientos del nivel del océano y otros factores vinculados con transformaciones climáticas o fenómenos naturales puedan añadir nuevas presiones y riesgos.
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