APU entrevistó a Hernán Khourian, realizador del documental Acá y acullá (actualmente en el cine Gaumont), que propone un nuevo acercamiento a la historia de los sobrevivientes del genocidio armenio a través de sus descendientes y sus propias vivencias, entre ellas, la de la última dictadura cívico militar. Por Violeta Micheloni.
Por Violeta Micheloni
En su libro La historia como campo de batalla, Enzo Traverso –retomando a su vez al gran Carlo Ginzburg– reflexiona sobre la transformación que el exilio produce en la mirada de un exiliado; un efecto de extrañamiento que puede resultar fructífero a la hora de escribir la propia historia y de recordar ese lugar de origen. Acá y acullá (2018), presentado en el último Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, es un documental en el que Hernán Khourian –cineasta argentino descendiente de armenios– a través de un entramado complejo de imágenes poéticas, testimonios y ejercicios sobre el decir que también es el cine propone una reflexión diferente sobre la inmigración armenia en Argentina y sobre la vivencia de la diáspora como producto de un genocidio que aún hoy sigue sin ser reconocido como tal. Su estreno el pasado 25 de abril, un día después de la fecha de conmemoración del genocidio armenio, nos ofrece una oportunidad para conocer esta historia y a quienes viven a través de ella.
Explorado desde una perspectiva nada convencional, Acá y acullá pendula entre dos ejes principales. Por un lado, la experiencia y el material audiovisual surgido de talleres de cine dictados a alumnos de primaria y de secundaria de la escuela Jrimian de la colectividad armenia en el año 2015, en el aniversario número cien del genocidio armenio. Por otro, el realizador entrevista a Ana Arzoumanian, autora de El depósito humano: una geografía de la desaparición (2010), para sumar la perspectiva de su libro al tema del documental, pero a la vez, para problematizar la propia experiencia de recordar y representar un pasado que es a la vez propio y ajeno. En ese recorrido, la vivencia del autor de la dictadura y sus silencios infranqueables, se une a las experiencias dolorosas que constituyen a las familias y de las que muchas veces es muy difícil hablar. Con una hora y algunos minutos de duración, la película parte de la noción de que el recuerdo de un territorio perdido es más una creación que la memoria de un lugar existente. Para existir, ese territorio necesita de la imaginación colectiva y de la superposición de voces e imágenes, para que recordarlo no sea simplemente conmemorar una pérdida, sino rememorar e ir más allá.
APU: La película logra dar una nueva forma a lo que se encuentra detrás de la expresión “colectividad armenia”, siempre más ligada en el imaginario a tradiciones, comidas y costumbres que se trasmiten de generación en generación. ¿Era importante romper con ese estereotipo?
Hernán Khourian: Sí, era importante que ensayara cruzar, franquear, despejar ciertos límites para desplazar algunas repeticiones (ligadas a la tradición y a su transmisión) y/o a sus modos de representación. De todas maneras, fue parte de la estrategia como punto de partida del proyecto: tomar una distancia singular en relación con cierta idea de “lo armenio” extrañificándolo, tomando conciencia de algunas ideas fijas o estereotipos, “lugares comunes”, para llevarlos a otro lugar. Precisamente, por eso, surgió rápidamente la necesidad de tomar una distancia de determinadas cuestiones en el espacio “simbólico” del aula y en la forma de ensayo que tiene el documental.
APU: ¿Cuál fue el punto de partida del proceso del documental? ¿Por qué el aula?
HK: Empecé el proyecto grabando en la calle cada 24 de abril, que es la fecha en que se conmemora el genocidio armenio y el material que recogía no me convencía. Repetí esa experiencia tres años. Iba a esas marchas mientras pensaba el proyecto entre las imágenes, pero necesité procesar esas ideas hasta ver que mi proyecto tenía que desplazarse a otro lado y, si se quiere, volver público el espacio del aula, buscar y encontrar allí cierta dramaturgia. Me parecía que era un punto sensible en el espacio-tiempo donde se cruzaban muchas cuestiones de interés para el proyecto. Principalmente, construir acontecimientos desde la forma o manera de vincularse con los otros, a partir de tomar al aula como un espacio sensible, una institución, una construcción, y una mirada que se intenta desarmar como dispositivo, para ver qué sucede allí adentro. Creo esa es la experiencia de Acá y acullá en el aula.
APU: ¿Por qué encarar un relato desde la construcción colectiva y romper con la narración de la pura experiencia privada?
HK: Creo que la respuesta anterior un poco lo responde, pero para este tipo de propuestas, lo colectivo no se puede separar de lo íntimo o de lo singular, ambos forman parte de ese colectivo, de esa red. La sensación es que el trabajo se juega ahí, se lanza entre lo colectivo y lo particular para encontrar en el camino lo singular a través de cierto recorrido por discursos, imágenes y sentidos de la diáspora entre generaciones. En ese sentido el trabajo confía en la multiplicidad de imágenes y de miradas, en el contexto de los usos de la imágenes y dispositivos de distintas generaciones y en particular por un culto a la exposición múltiple y simultánea de las pantallas, con el consiguiente desafío para la concentración y para dirigir su atención al fenómeno. Me parece que es parte del desafío que presenta esta propuesta, que se desplaza narrativamente a través de dicha percepción y apela a la imaginación como recurso. Por eso, la idea de saltos en el tiempo, de rupturas a través de voces y relatos, de los casi llantos de los adultos (de la congoja del pasado) y de las casi sonrisas (del presente de los jóvenes) configura una distancia, una proyección fragmentada, que genera un cortocircuito que me parece muy interesante. Por todo eso, cuando termina el documental, en el mejor de los casos creo que deja un gusto agridulce.
APU: En un momento de la película se te ve dando clase en el aula y les estás mostrando a los chicos un fragmento de un documental de Agnes Varda que falleció hace pocos días. ¿Qué podés decir sobre ella y su influencia en tu trabajo con el documental como género?
HK: Me parece que es una gran referencia por la idea principalmente de asumir una poética ligada a la libertad. En este sentido ella y tantos otros y otras nos acompañan en estas gestas que no se definen desde la idea del documental como género, sino por cierta hibridez o proximidad con la ficción, el experimental, etc.
APU: En su forma Acá y acullá se aventura a reproducir aspectos de la comunicación oral. El relato repetido es tal vez la imagen repetida, el recuadro de la pantalla explorado fragmentariamente reproduce quizás los muchos lugares a los que va nuestra atención cuando escuchamos una historia, la asociación mental como la imagen que se imprime sobre la imagen. A la vez, refleja una experiencia muy vigente de todo lo audiovisual en sus distintos soportes. ¿Por qué optaste por esa forma de edición y montaje del material y del relato?
HK: La idea de la puesta en escena en el aula trata de disponerse como un juego y, como tal, con sus propias reglas y en abismo, donde el espectador puede perderse, encontrarse o fugarse. Esa es la libertad en que confían este tipo de propuestas a las que aludía anteriormente. No hay nada que atender o informar, sino que por momentos la propuesta buscar desviarlo, tensarlo y llevarlo a ciertas ideas ligadas al imaginario que recorre la propuesta desde lo dicho y lo no dicho: las desapariciones en el desierto, el terrorismo de estado del genocidio armenio a la dictadura cívico militar, lo religioso y lo espiritual, etc. Entonces, la forma que encara el trabajo tiene algunos aspectos de obras anteriores mías, donde se pone de relieve la materialidad de las imágenes, el aspecto compositivo de lo videográfico, sus texturas, el ruido de lo digital, pero también está ligado al trabajar cierta familiarización con lo ajeno (con la otredad), y en ese sentido las voces-frases-imágenes se articulan como un collage, como huecos entre generaciones, pasando por hendijas donde el documental hace foco, para iluminar desde el presente ese pasado intergeneracional que nos vincula a todos y todas de origen armenio en el concepto de Diáspora.
APU: Luego del dictar el taller de cine, ¿qué te parece lo más destacado de la experiencia de trabajo en la escuela con una propuesta de este tipo?
HK: La escuela y la universidad son lugares de una potencialidad desafiantes. En este contexto tan agresivo, hay que detenerse allí para procesar y potenciar estas experiencias. Son lugares muy sensibles y por eso experiencias que pueden explorarse desde propuesta abiertas que se planteen desde una mirada singular, ¿desde una resistencia cultural? Creo que hay algo de esto, de encontrar una política de la subjetividad y del deseo. En lo personal fue subir una cima muy alta, inesperada en otro momento de mi vida. Fue un proceso de síntesis de muchas cuestiones que estuve trabajando todo este tiempo, de mis obras, de mis clases. La sensación ahora es que empiezo, lentamente, a bajar de la montaña hacia un lugar desconocido, otra vez.
APU: Para terminar, ¿por qué el título “Acá y acullá”?
HK: En principio era mantener cierta idea de lo territorial o geográfico que me parecía esencial. Una proyección entre mundos distantes, un diálogo (en un lenguaje particular) pero también un cortocircuito y una interrupción. Por último, un homenaje (secreto) a una pieza clave para mi formación, Ici et ailleurs (1976) de Jean-Luc Godard, Anne-Marie Miéville, Jean-Pierre Gorin.
FECHA DE ESTRENO: 25 de abril de 2019
Sala Gaumont a las 14.00 y 19.00hs.
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