El autor de Sociedad pantalla. Black mirror y la tecnodependencia, plantea que aunque las tecnologías generan una ilusión de híperconectividad global, las personas se sienten cada vez más encerradas en su soledad. Amor, arte, pasión: auténticos refugios para la libertad humana.
Esteban Ierardo es licenciado en Filosofía, docente y escritor.
Imagen: Sandra Cartasso
Imagen: Sandra Cartasso
Zambullido en un bar del microcentro porteño, en una mesa cuadrada como las demás, su voz cautiva a mentes ajenas que se dan vuelta para observar de dónde proviene tamaña elocuencia. Renacentista en pleno 2018, este intelectual con alma conurbana y raíces campesinas conecta ideas como quien –de memoria, con movimientos calcados– teje una prenda de lana suave y milimétrica. Esteban Ierardo es licenciado en Filosofía, docente (UBA, Fundación Centro Psicoanalítico Argentino) y escritor. Aunque es autor de varios libros de ensayos sobre arte, filosofía, literatura y naturaleza, novelas, cuentos y relatos de ciencia ficción, su último material –publicado a fines del año pasado–, Sociedad pantalla. Black mirror y la tecnodependencia (ediciones Continente) cosecha un éxito rotundo. En esta oportunidad describe en qué consiste el pensamiento sistémico; cuenta por qué admira a Leonardo Da Vinci como exponente de esa dinámica mental; y analiza los límites de la tecnodependencia y el mundo virtual.
–Usted es cultor del “pensamiento sistémico”. ¿Cómo se conectan los diferentes saberes cuando el conocimiento está tan segmentado en las instituciones?
Zambullido en un bar del microcentro porteño, en una mesa cuadrada como las demás, su voz cautiva a mentes ajenas que se dan vuelta para observar de dónde proviene tamaña elocuencia. Renacentista en pleno 2018, este intelectual con alma conurbana y raíces campesinas conecta ideas como quien –de memoria, con movimientos calcados– teje una prenda de lana suave y milimétrica. Esteban Ierardo es licenciado en Filosofía, docente (UBA, Fundación Centro Psicoanalítico Argentino) y escritor. Aunque es autor de varios libros de ensayos sobre arte, filosofía, literatura y naturaleza, novelas, cuentos y relatos de ciencia ficción, su último material –publicado a fines del año pasado–, Sociedad pantalla. Black mirror y la tecnodependencia (ediciones Continente) cosecha un éxito rotundo. En esta oportunidad describe en qué consiste el pensamiento sistémico; cuenta por qué admira a Leonardo Da Vinci como exponente de esa dinámica mental; y analiza los límites de la tecnodependencia y el mundo virtual.
–Usted es cultor del “pensamiento sistémico”. ¿Cómo se conectan los diferentes saberes cuando el conocimiento está tan segmentado en las instituciones?
–El pensamiento sistémico es una iniciativa intelectual que consiste en hacer confluir diversos caminos de reflexión. Se basa en la búsqueda de pautas que comunican aquello que –en apariencia– está fragmentado; es un intento de pensar lo universal existente en los procesos culturales. Desde aquí, resulta muy útil emplear la metáfora de la red –que explica fenómenos como Internet– para comprender la dinámica de los saberes que, ligados a partir de aspectos particulares, conforman paradigmas comunes.
–Una reflexión con eco en el Renacimiento.
–Absolutamente. Por eso, el gran arquetipo que me interesa reivindicar es Leonardo Da Vinci, que fue el primer pensador sistémico, incluso cuando aún no reflexionábamos la realidad a partir de ese concepto. Constituyó el mejor ejemplo de un intelectual que, conducido por la fuerza de la duda, no se resignó a la especialización que en la modernidad comenzaba a vislumbrarse a partir del humanismo. Da Vinci representa el ideal de pensar el universo sin retroceder frente a las dificultades del desafío; su rescate del conocimiento enciclopédico y su formación múltiple y compleja inspiran muchísimo. En la actualidad, los saberes específicos se olvidan de lo universal y se condenan a reproducir abstracciones descontextualizadas, separadas de la realidad. Si no hay curiosidad, como condición de preservación de la niñez, se cae en un conformismo ciego. El problema del mundo académico es que impone un mandato a los especialistas y los insta a manejar absolutamente todo de una disciplina, cuando está claro que lo único que produce el saber es no-saber.
–¿Cómo se hace para desarrollar un pensamiento sistémico y ser renacentista en 2018?
–A través de estímulos filosóficos. Con Nietzsche, por ejemplo, es posible advertir la presencia de un pensamiento ligado a la deconstrucción y la sospecha. Nos invita a cuestionar la verdad oficial de su época y recupera los aspectos desconocidos de lo real interpretado de múltiples formas. Sartre, por su parte, nos enseña que nacemos sin un sentido predeterminado y, en efecto, se genera un vacío en el origen de nuestra existencia que se debe llenar con contenidos construidos. Por último, con el concepto de “cuidado de sí”, Foucault (a partir de sus estudios de historia de la sexualidad) recupera a los antiguos griegos, continúa con la idea sartreana y nos propone edificar nuestro propio yo al tiempo que nos brinda una ética como práctica de libertad. A partir de las reflexiones de estos autores, creo posible abordar una realidad más amplia que la propuesta por los saberes segmentados y pienso que el ser humano cuenta con posibilidades esenciales de autoconstrucción personal.
–¿Es decir que puede forjar un pensamiento crítico?
–Claro, un pensamiento que apunte a quebrar sentidos comunes generados en las propias trayectorias educativas: los psicólogos piensan que el mundo se explica a partir de realidades psicológicas; los sociólogos creen que la realidad está dada por una serie de procesos sociales convertidos en estadísticas; y los físicos sienten que pueden comprenderlo todo a partir de estructuras matemáticas. El asunto es que en la realidad se manifiesta todo junto.
–¿Cómo se enmarca esta reflexión en su último libro?
–La sociedad pantalla presenta una ambigüedad. Por un lado, sugiere que tenemos cada vez más accesos para interactuar de manera universal, de hecho, está a la vista que cualquiera puede comunicarse con otra persona ubicada en una región remota del mundo. Sin embargo, bajo la apariencia de sentir que nos liberamos hacia el planeta, nos encontramos más solos y encerrados en nosotros mismos. Cuando creemos que estamos actuando de cara al mundo, en verdad lo hacemos en cierto orden tecnocultural, que es reproducido a la vez por un sistema capitalista que se alimenta de este engaño. Vivir híperconectados es vivir cada vez más atrapados en jaulas electrónicas; inconscientes de nuestro cautiverio, entregamos nuestro tiempo a los intereses de las empresas publicitarias. Facebook funciona de ese modo.
–Entonces, ¿cómo combatir la tecnodependencia?
–A partir de la revalorización de la autonomía individual. Con una toma de conciencia para comprender cómo nos condiciona una sociedad atravesada por la tecnología. Aún confío en que la chispa de la duda, la sospecha y la desconfianza tiene un efecto desestabilizador que nos puede liberar de una conectividad absoluta. Al menos, hasta que no se produzca algo como lo que postula la serie Black Mirror con implantes cerebrales y estímulos eléctricos que pretenden controlar nuestros comportamientos en el futuro. La libertad es esa capacidad de advertir las falsas propuestas de realidad vinculadas a la realización personal a partir de la tecnología.
–En un texto señala que “lo que el lenguaje informático jamás podrá traducir son las emociones ante una obra de arte, un drama, el amor, la pasión”. ¿Por qué configuran “refugios” para la humanidad?
–Nuestra época presenta singularidades. El cruce entre tecnología, cultura y globalización brinda la oportunidad de preservar el pasado como nunca (no solo a partir de la escritura, sino mediante imágenes y posibles hologramas). No obstante, existe una amenaza latente que se vincula con el peligro de destruir la memoria existencial, es decir, con recordar que no sabemos. No conocemos el origen último de la vida, ni del universo, ni logramos comprender el fenómeno misterioso de la violencia.
–¿En qué sentido no comprendemos la violencia?
–Una cosa es explicar las formas en que se generan y se reproducen las violencias (como terror, autoritarismo, tiranía), y otra es interpretar el origen y la naturaleza de su existencia. ¿Por qué el hombre a pesar de los avances tecnológicos sigue siendo un fracaso en sus capacidades de liberarse de la reproducción de la violencia? Los límites de la cultura digital se vinculan con un ejercicio de preservación de esa memoria existencial. Dicho de otro modo: no podemos digitalizar los mitos de origen como el mal y la violencia, así como las cualidades estéticas, el placer frente a la belleza, la pasión espiritual y profunda de sentirse enamorado y la curiosidad insaciable del conocimiento. Los ordenadores no podrán imitar esas cualidades específicas del ser humano, los rasgos de la mente nireproducir la riqueza de la experiencia.
–Ya que habla de memorias, ¿de qué manera se concibe el tiempo en la sociedad pantalla? ¿Cómo superar ese atascamiento en un presente eterno y fugaz?
–El tiempo en el que vivimos expresa la primacía absoluta de la inmediatez; una metafísica impuesta por el periodismo, ya que la importancia de la noticia y del último momento no constituye solo una anécdota. Por lo tanto, hay que celebrar que la información circule con mayor velocidad y simultaneidad, pero no hay que confundir la inmediatez con un rasgo natural del tiempo.
–Por último, en un libro reciente plantea que más allá de las modificaciones contemporáneas existen “dilemas y riesgos ancestrales”. La historia de la humanidad en Occidente parecería ser recursiva. ¿Por qué?
–Es posible pensar nuestras realidades a partir del concepto de “inmovilidad histórica”, ya que todo desarrollo tiene en la médula un componente de inmutabilidad. Me refiero a los dilemas asociados a los conflictos constitutivos del ser humano que, lejos de desvanecerse, permanecen estáticos. Como comenté, la humanidad no encuentra una alternativa a la violencia como forma de resolución de los conflictos. Del mismo modo, las personas exhiben una necesidad –casi desesperada– frente a la inseguridad, pues a lo largo de la historia han optado por resignar su libertad para comulgar con doctrinas religiosas o políticas totalitarias que brindan la sensación de refugio y protección. Como resultado, seguimos predispuestos a aceptar verdades totales, a cambio de consumir certezas que bajo ninguna circunstancia hagan tambalear el universo de significados en el que nos movemos.