Imagen: Gonzalo Martinez
Quizás pueda parecer una exageración, por la gravedad de otros componentes del tema, pero el tratamiento mediático de lo sucedido a comienzos de semana permite ciertas consideraciones que comprenden al todo.
No se trató solamente de los episodios en las afueras del Congreso. La represión del miércoles a los trabajadores del Ingenio La Esperanza, en reclamo para reincorporar a 400 despedidos más el pago de haberes desde noviembre y el aguinaldo, fue de una violencia ya acostumbrada pero estremecedora que el patrón Gerardo Morales redujo a la calificación de los laburantes como “delincuentes”. Algo similar se vivió hace unas semanas en Neuquén, durante el operativo contra trabajadores estatales, que a los pocos días fue continuado por otro frente a la manifestación por el cierre de una maderera, en el que fue baleado a quemarropa el diputado provincial Raúl Godoy.
Los grandes medios de alcance nacional ningunearon ambos hechos, como corresponde a su línea política y a que, mientras sea cuestión de geografías alejadas del centro de la escena, su invisibilización tiene altas chances de éxito. Si es en Buenos Aires y sus alrededores, la estratagema se complica. La “prensa del régimen” –como el oficialismo de hoy denominaba a la de inclinación kirchnerista, que jamás tuvo ni de lejos el dominio aplastante de la actual– debe recurrir a otras artes. La imponente marcha del lunes al mediodía, contra el saqueo previsional y asistencial que Diputados se aprestaba a debatir, desapareció del mapa gracias a los oportunísimos incidentes protagonizados, en su superficie, por los trastornados que nunca paran de ser funcionales a lo que dicen enfrentar.
En las profundidades y al margen de lo central, incluso, que está dado por la imagen de un Congreso donde debe debatirse rodeado de policías, ¿no es curioso que, al no quedar nadie detenido, la prensa oficial sólo se escandalice por la liviandad de la Justicia y no por la sospecha de que tantos de los revoltosos son infiltrados de las propias fuerzas de seguridad? ¿No es llamativo que todo se haya resumido en la figura del “Gordo Mortero”, que le prestó un favor impagable al desvío de atención? ¿No es de una elementalidad asombrosa que esas casualidades hayan servido para esconder casi por completo el durante del debate en Diputados?
De paso: según se encargó de remarcarlo el mismo Macri en la desopilante conferencia de prensa del martes, cuando en rigor no hubo preguntas sino centros precisos a la olla presidencial, de 17 horas que insumió la sesión hubo unas 14 ocupadas por discursos opositores, con el pequeño detalle de que ya no era eso lo que importaba y el ingrediente mayor de que, entre la tropa macrista, no hubo nadie que se destacara en defensa del proyecto porque la vergüenza que les daba era más potente que su verticalidad.
El 17 de julio de 2008, medio país estaba en vilo cuando, a las 4.25 de la madrugada, Julio Cobos produjo su “voto no positivo” contra la resolución 125. Esta vez, la decisión ocurrió adormilada a las 7 de la mañana como crónica de un final anunciado, producto del apriete contra una suficiente cantidad de legisladores y de la bochornosa rendición de gobernadores peronistas.
Pero antes aconteció otra historia que requiere volver al rol de los medios y al modo en que se las gasta un núcleo de poder unificado como nunca en tiempos de Estado de derecho, porque de lo contrario es imposible entender su funcionamiento global.
La salida a la calle hacia la medianoche del lunes, para protestar contra el hachazo a los jubilados con las “democráticas” cacerolas que tanto se propagandizaron en la lucha anti K, fue tan impresionante como el silencio mediático. Miles y miles marchaban, incluso desde barrios porteños que son base del voto macrista, en un suceso que por su magnitud probablemente haya sorprendido a los propios manifestantes. En varios centros urbanos del interior comenzó a ocurrir lo mismo.
Recién hacia la una y media de la madrugada, ya con una ebullición de destino incierto, los portales del caso titularon secundariamente que se escuchaban caceroleos en “algunos barrios de la ciudad” y que no estaba claro si el ruido era contra la reforma previsional o para rezongar contra “la violencia” de la tarde anterior.
Se alcanzaría el cénit por la mañana, con los mismos sitios y sus comunicadores lanzando encuestas que preguntaban por qué cree usted que anoche hubo gente en la calle. ¿Contra la reforma? ¿Contra la violencia? ¿A favor del Gobierno? La opción 2, la del enojo contra los violentos, llegó a ser mostrada como la preferida en un 70 por ciento.
Pero no se vaya que viene lo mejor.
Con no más de un par de excepciones, en radio y cable, pasó en el resto de la madrugada que –ante el tamaño de la multitud, los cánticos y la efervescencia– los medios mudaron de “algunos caceroleos” a archivar casi toda cobertura y dedicarse, ahora sí, al debate parlamentario.
No se podían creer dos cosas a la vez.
Ni lo que había pegado en los sectores medios que el Gobierno fuera también por los fondos de los jubilados, como para suscitar semejante reacción, ni que prácticamente no pudiera encontrarse algún refugio mediático para informarse de la situación (se repite, con énfasis: excepto dos salvedades). Sobre lo segundo, jamás se vio algo así.
En la crisis que devino en corralito y corralón, en 2001 y como para encontrar algún antecedente aunque el clima general de hoy nada tenga que ver con eso, hubo denuncia y atmósfera antimediática porque la generalidad de la prensa no anticipó ni por asomo lo que (se) sabía inevitable como horizonte estructural. Hoy también lo oculta, pero en aquellas jornadas a nadie se le hubiera cruzado por la cabeza reprimir información sobre demasiada gente en la calle.
Salvando las distancias, la muchedumbre de clase media que impactó entre noche de lunes y madrugada de martes fue ignorada por los medios, y después puesta en duda respecto de sus motivaciones, de una forma que –al menos para la capacidad de quien firma– carece de adjetivos suficientemente terminantes. Luego, a más de que esos medios persistieron en el discurso de “los violentos” como explicación exclusiva, el oficialismo no sólo no ejerció una mínima autocrítica, ni un solo acuse de recibo, sino que redobló la apuesta y habló de los sacrificios que nos esperan a todos los argentinos mientras Daniel Angelici queda eximido de pagar Ganancias “confiscatorias” por sus bingos y los mercados festejan.
Lo escandaloso llega al límite de que uno se pregunta si lo que sucedió efectivamente fue así o si, en una de esas, estuvo soñando; o si la gente fue un puñado y se quiso imaginar otra cosa de tanto desamparo que se siente, por parte de quienes viven con dramatismo el rumbo macrista; o si al ser espontaneísmo sin conducción política no vale la pena tenerlo en cuenta.
Este es un aspecto psicológico y prioritario de la batalla cultural: lograr que se piense y asuma, desde las minorías activas o mayorías desperdigadas, que ya no hay más nada que hacer. Punto uno.
Dos, el interrogante de si este formidable operativo mediático de ninguneo fue una muestra de fortaleza oficial o, acaso, de eventual debilidad. Por lo pronto y por mucho ocultamiento que se perpetre, el Gobierno y sus socios saben que lo de lunes y martes demostró que hay afectación seria en su capital simbólico de clase media. No se esperaban algo así de ninguna manera porque, y aquí la clave o lo tal vez anticipatorio, la gente de ese sector no salió a la calle porque le tocaron el bolsillo. Salió por el factor jubilados. Que justamente es parte del capital simbólico que venían tripulando sin problemas. Ni mapuches, ni empleados estatales, ni grasa militante, ni acallamiento de voces críticas en los medios; ni la Asignación Universal por Hijo que también está serruchada en el proyecto aprobado, pero sin perturbación para el voto Cambiemos porque son negritas que se embarazan para cobrarla. Jubilados.
Es lo peor que le podía pasar a Macri, porque potenció la inquina de sus adversarios politizados y embroncó a los indiferentes de la antipolítica.
De ahora en más, al Gobierno le esperaría que cualquiera de sus iniciativas nodales sean sospechosas, con riesgo de nuevo hervor callejero, más el efecto concreto de cuando se sientan los tarifazos y la inquietud cambiaria que esta semana ya avanzó. Eso, entre otros aspectos que el oficialismo piensa controlar con la catarata de fondos para proveer a Heidi en el territorio que define poco menos que todo. Y nadie dice que no puede salirle bien. Pero sí que entró en riesgo.
Apenas en este año, la bicicleta financiera ya rindió más de un 13 por ciento en dólares. Frente a bomba semejante, el capital simbólico, el artilugio de la pesada herencia y el reparto de fondos exclusivamente a los amigos entran en zona de turbulenta a roja.
Sería sin duda colorada si hubiera conducción política de algún tipo, capaz de vehiculizar la bronca creciente. Pero no la hay, y el Gobierno ya instrumenta el fantasma del enemigo interno y de la guerrilla urbana. Es lo que se viene.
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