En la CGT todos hablan de unidad, pero las diferencias entre los distintos sectores están a la vista.
En la CGT todos hablan de unidad. Todos hablan de cambiar, de mejorar y corregir pero unidos. Sin embargo, la visión de país que tienen los principales actores y de cómo incidir en pos de ese imaginario termina por dividirlos. La prueba es el formato que hace más de un año los principales dirigentes encontraron para construir una imagen de unidad y que se expresó a través del triunvirato. La sanción de las leyes que saquean los dineros de los jubilados y de trabajadores en actividad dejó expuesta esa división interna y disparó una serie de reuniones entre diferentes sectores y dirigentes que piensan una central obrera que, a mediano plazo, sea dirigida por un solo secretario general. Sin embargo, los tiempos parecen acelerarse con el anuncio del Gobierno de buscar en febrero la aprobación de la reforma laboral. Esa ley fungirá a modo de mojón decisivo para la transformación que declaman tres grandes grupos, heterogéneos y factibles de modificaciones, dentro de la CGT. Tres fracciones que saben que si permiten que predominen los intereses sectoriales la unidad sólo será una palabra hueca.
Buena parte de los secretarios generales de los sindicatos que integran el Consejo Directivo de la central obrera coinciden en señalar que el triunvirato “cumplió su ciclo” sin conseguir los objetivos deseados. La lista de yerros puede ser más o menos extensas según el interlocutor sindical. Una nómina que a veces se relativiza cuando el que habla no forma parte del Consejo Directivo pero que al mismo tiempo puede ser considerada válida cuando ese mismo dirigente y sus dirigidos pusieron, por ejemplo, el cuerpo en las movilizaciones de diciembre y hasta en ese paro que se declaró más por el atropello de la coyuntura que por la convicción.
El triunvirato y los que los respaldan tienen ante la reforma laboral dos caminos posibles: ser el Titanic o el iceberg. Si eligen el transatlántico ya saben cuál será su final pero si se transforman en la masa de hielo flotante pueden detener el envión de un gobierno que, envalentonado, también pretende llevarse puesto los derechos laborales. Esto implica dejar de lado lo consensuado con el Gobierno. El histórico edificio de Azopardo 802 no soportará una nueva derrota y los triunviros Juan Carlos Schmid, Carlos Acuña y Héctor Daer lo saben tanto como el resto del universo sindical. Por ahora hay tres sectores que pretenden evitar esa declinación:
n CGT en lucha. La renuncia a la secretaría de Interior de la CGT por parte de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM), representada por Francisco “Barba” Gutiérrez, desató un cúmulo de conversaciones entre ese gremio y dirigentes de otros sindicatos tal vez pequeños en cuanto a cantidad de afiliados pero que suman y que son parte del Consejo Directivo. Acá también aportan dos grupos que forman parte de la CGT mas no de su conducción, como la Corriente Federal de Trabajadores (CFT) y algunos integrantes del Movimiento de Acción Sindical Argentino (MASA), como Sergio Sasia (Unión Ferroviaria) y Guillermo Moser (Luz y Fuerza). Los unifica la crítica a la estrategia “exageradamente dialoguista” del triunvirato y la convicción de que al gobierno de Cambiemos no se le puede permitir que avance “ni un tranco e’pollo”. Aseguran no ser “destituyentes” ni con el Gobierno ni con la CGT porque si bien apuestan al diálogo no se le puede “temer” a las herramientas que garantiza la Constitución: el derecho a huelga y a manifestarse. Este grupo, como los otros dos, no se caracteriza por la homogeneidad que en sí no es un disvalor en tanto esa condición no conspire contra el objetivo liminar de una central obrera. También tienen otro punto en común con los otros grupos y que solos o separados le otorgarán el mejor escenario que desea un gobierno liberal como el de Cambiemos.
- CGT dialoguista. Acá participan los triunviros Acuña y Schmid que tras el cimbronazo del fallido paro aceptaron la propuesta de uno de los referentes de los Independientes, Gerardo Martínez (Uocra), de resucitar a sus padrinos sindicales, José Luis Barrionuevo y Hugo Moyano, para oxigenarse. Los recibió en su gremio acompañado de otro independiente, Andrés Rodríguez (UPCN) y dos hombres fuertes de la Confederación Argentina de Trabajadores del Transporte (CATT), Omar Maturano (La Fraternidad) y Roberto Fernández (UTA). Estos últimos con diferente actuación en el paro. El primero se unió con Sasia y el señalero Enrique Maigua para acatar la huelga. El otro hizo decir que sí para luego hacer mutis por el foro y ordenar a su gremio desconocer la medida de fuerza. La presencia de Maturano en esa reunión es tan llamativa como su acercamiento a Sasia porque está distanciado de Moyano y como tal pugna por reemplazar a Schmid en la CATT y la coincidencia con Unión Ferroviaria habla de los laxos límites que tiene cada grupo. Acá también se habla de unidad aunque hacia fuera reiteran el respaldo al trío conductor. “El triunvirato tiene cuatro años de mandato”, repiten en público pero por lo bajo consideran que a lo sumo le quedan seis meses antes de volver a colocar en la punta de la pirámide cegetista a un solo secretario general pero “propio”. Se muestran dialoguistas y lo sazonan con una tibia firmeza a la hora de las declaraciones. Esto provoca, por ejemplo, descreimiento y pérdida de respeto hacia la figura de Moyano, cuyo gremio estuvo ausente en los aciagos días de la reforma previsional.
- CGT statu quo. Acá militan los gordos. Es el grupo de pertenencia de Héctor Daer que no participó de la reunión que hizo la Uocra porque no querían una foto con figuras del pasado. Los gordos tienen a Daer como un posible conductor de la central obrera pero por más fuertes que sean necesitan de alianzas. Por ahora se reunieron con las 62 Organizaciones, un sector demasiado cercano al macrismo, y mantienen sus diferencias con el moyanismo y reniegan del perfil de la CFT con su relación con los movimientos sociales. Igual tendrán que negociar.
La suerte de los trabajadores está atada a que estos tres grupos logren una síntesis donde predomine la defensa de sus derechos en desmedro de intereses sectoriales y, sobre todo, compromisos preexistentes.
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