lunes, 21 de noviembre de 2016

Por: Eduardo Aliverti OPINION

La serie de indicios demuestra o haría sospechar que el Gobierno entra en un período particularmente convulso, con muy pocas ayudas o quizás una sola –el desperdigue opositor– para timonearlo sin mayores problemas.
Por empezar es cierto que, como se acerca un año electoral, el opo-oficialismo va corriéndose hacia posiciones más duras. Se suma a las protestas, o bien se muestra comprensivo ante ellas. Desde el propio establishment económico, que conforma la coalición de derechas gobernante, surgen reforzadas las voces de alarma. Otro tanto ocurre en la prensa oficialista. Y personalidades de ésas que, siempre, hacen gala de su moderación, se despachan con críticas hasta feroces. Sobresalió Roberto Lavagna, asesor hace rato de Sergio Massa y quien dijo que esto es como la dictadura o los 90, que no existen señales de recuperación, que salir de la fiesta de endeudamiento macrista costará muchísimo tras haberse quitado la piedra de deber en dólares y que responsabilizar a Donald Trump, por lo que pueda agravarse, no tiene sentido porque el 80 por ciento de lo que vaya a suceder será por cuestiones locales. A Casa Rosada le sentaron peor que mal los dichos de Lavagna, al no esperar tamaña crítica de un hombre parco, nada habituado a las declaraciones altisonantes, quien como adherente al massismo –si es que tal ismo correspondiera– guardó silencio durante este año en que el Gobierno perpetró lo ahora descubierto, o manifestado, por el ex ministro de Economía de Kirchner. Que la respuesta macrista central haya quedado a cargo de Rogelio Frigerio, una de las torres políticas del oficialismo, da cuenta del estupor gubernamental. Lo blanqueó el mismo ministro del Interior al aceptar que la frase de Lavagna, comparándolos con militares y Menem, lo descolocó.

 “No entiendo a qué se refiere”, dijo Frigerio, aunque lo entiende muy bien. Tan bien que su retruque no fue técnico, sino anclado en los versos de la herencia recibida que van gastándose con prisa y sin pausa. En rigor, hay dos partes sustanciales del legado que al macrismo le resultaron fantásticas en el corto plazo: recibieron uno de los países menos endeudados del mundo y la capacidad adquisitiva de los asalariados era competitiva con la inflación, con lo cual tuvieron y tienen margen para, respectivamente, conseguir financiamiento a efectos de que ingresen dólares disimuladores y amortiguar el descontento social. Por lo demás, desde cualquier análisis basado en datos experimentados, es imposible desmentir que hay la repetición de causas con lo sucedido en dictadura y menemato salvo –nada menos, no se pierde vista– la existencia del terrorismo de Estado y el hecho de que el riojano escenificó la absorción peronista por derecha con ninguna resistencia. Luego, sin abundar: festival de deuda externa, transferencia de ingresos a los sectores más concentrados de la riqueza, restricción del mercado interno y consecuente achicamiento del aparato productivo a favor del capital financiero, con sus papelitos que son de colores como estadío del desarrollo pero firmes cuando hay que pagar los intereses. ¿Cómo se replica, en consecuencia, que Macri, Menem y los militares son al cabo igual cosa en términos de modelaje económico, salvadas aquellas distancias epocales de que no hay partido militar como brazo armado de la clase dominante, ni una licuación total del peronismo en función de esa clase porque la experiencia kirchnerista mantiene un vigor desmembrado, pero vigor al fin? (y salvo, también, que Massa es precisamente la salida por derecha que imagina la alianza de ídem).
Los números oficiales revelan que para hallar un índice tan deprimente de producción industrial debe retrocederse hasta el segundo trimestre de 2003. Como escribió Alfredo Zaiat en su columna del domingo pasado, aun cuando hubiere una recuperación las empresas atenderán la mayor demanda expandiendo lo que ya tienen ociosamente instalado. 
“Pretender un comportamiento diferente del empresariado, porque Macri proviene de una familia que hizo su fortuna como contratista del Estado y con apelaciones a la voluntad emprendedora, es de una ingenuidad que no se enseña en los manuales de Economía ni, mucho menos, en la gestión política de gobernar”. Eso es lo que volvió a reflejarse desde las usinas de la UIA, que ya no sólo insisten de manera oficiosa con que la economía no arranca. Adrián Kaufmann, titular del órgano fabril, puso la cara el jueves para decir que la caída industrial se profundiza. Y se alerta, desde los voceros periodísticos del macrismo, que Macri decidió meterse en la pelea entre el Ministerio de Economía y el Banco Central. Si quiere nominárselo, la situación no da para demasiado más entre Alfonso Prat Gay, quien pretende aflojar un poco como si pudiera desentenderse del patrón al que tributa, y Adolfo Sturzenneger, que es un monetarista atrasado veinte años y convencido de que por vía del ajuste fiscal se domará la inflación. No es que Macri entienda mucho del tema, sino que ve venir las elecciones de 2017 y estaría prefiriendo alguna dosis del “populismo” que se cansó de cuestionarle a los kirchneristas. Por hache o be, se expone que la tropa duranbarbesca llegó muchísimo antes por el disgusto con las formas del gobierno anterior que debido a la necesidad de cambiar con algún plan coherente; no importa que de derecha explícita o fraguada, pero coherente. Eso es lo que no hay y lo que no advirtió, no le interesó, no le pareció sustantivo, a una porción finalmente mayoritaria de los votantes. Emanuel Álvarez Agis, el economista que secundó a Axel Kicillof y cuya rigurosidad profesional no es puesta en duda desde la vereda contraria, dice que algo peor que un programa de derecha es tener tres programas de derecha. Y eso es justamente lo que contradice a la verticalidad macrista. Tienen un Banco Central que promueve festín de tasas de interés y bicicleta financiera; un Ministerio de Economía conteste de que por ese camino van a contramano del mundo, pero atado a una conducción política que Macri no lidera, y un forcejeo permanente entre los intereses del complejo agroexportador y los del sector industrial por el tipo de cambio. El Gobierno es así tan inexperto –en su operatividad, no en sus intenciones– como la falta de memoria que lo condujo al poder.
En medio de esa tensión, hubo la marcha originalmente convocada por varios movimientos sociales y a la que se plegó el triunvirato de la CGT. A nadie en su sano juicio, desde el campo popular, se le ocurriría poner en cuestión el despliegue de acciones que tiendan a mitigar los efectos de este modelo. Así lo indicó el viernes un texto de La Cámpora al que se invalidó desde la mala fama de la agrupación, incluyendo el señalamiento de que sus dirigentes fueron partícipes responsables de la derrota. Pero, cuando el escrito problematiza la línea política de los reclamos, no es correcto contestarle con el mero expediente del prontuario. Al referirse a la ley de “Emergencia Social y de las Organizaciones de la Economía Popular”, que Cambiemos obturará en Diputados, dice el escrito que “las medidas económicas del actual Gobierno generan pobreza y desigualdad como único resultado posible y en forma sistemática. No como excepción, sino como regla”. Añade que “la acción misma del ‘amague’ se transforma en complicidad si no se actúa. Se termina siendo parte de una oposición ‘permitida’ que no discute lo que hay que discutir, sino que se sorprende y decreta ‘emergencias’ que todos sabíamos que se iban a producir. (…) No discutir las bases del modelo, y afirmar que esto es el resultado de un fenómeno meteorológico, es una maniobra que se utilizó en el pasado reciente en la Argentina para mantener el statu quo”. Los discursos escuchados frente al Congreso, que la prensa en general observó como un “endurecimiento” de la CGT, ratificaron que esa dirigencia efectivamente pareciera mirar los corolarios de la política económica cual efecto no deseado. La exigencia unánime de ayuda social como aspiración prioritaria no deja lugar para otra conclusión, que no es de izquierda de cafetín. El moyanista Juan Carlos Schmid previno que van a negociar y confrontar a la vez. Lo primero está clarísimo y lo segundo ya semeja a la amenaza de un personaje de Capusotto. Pero la mención más destacada de las palabras de Schmid fue que durante el gobierno anterior reclamaban sólo por los laburantes registrados debido a que había trabajo. Si a confesión de partes relevo de pruebas, y como si la ex vara alta justificara haber ignorado a excluidos y trabajadores informales, lo que el cegetista admite es que había un país más justo. Y lo que no reconoce es que varias huestes sindicales contribuyeron a su ocaso, para favorecer la llegada de una derecha a la que hoy le piden clemencia.
Por supuesto que se está a tiempo de recuperación, en la medida de saberse identificar, y confrontar en serio, contra un Gobierno que no está equivocándose. Cumple con las franjas del privilegio que representa.

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