Por Mario Wainfeld
“Era un gringo tan bozal,
que nada se le entendía, ¡quién sabe de ande sería!
Tal vez no juera cristiano,
pues lo único que decía
es que era papolitano.
(…)
Cuando me vido acercar:
¿quién vivore? Preguntó;
¿qué víboras?, Dije yo.
¡Ha garto! Me pegó el grito,
y yo dije despacito:
¡más lagarto serás vos!”
(…)
“Había un gringuito cautivo
que siempre hablaba del barco,
y lo augaron en un charco
por causante de la peste;
tenía los ojos celestes
como potrillo zarco”
Martín Fierro, José Hernández.
que nada se le entendía, ¡quién sabe de ande sería!
Tal vez no juera cristiano,
pues lo único que decía
es que era papolitano.
(…)
Cuando me vido acercar:
¿quién vivore? Preguntó;
¿qué víboras?, Dije yo.
¡Ha garto! Me pegó el grito,
y yo dije despacito:
¡más lagarto serás vos!”
(…)
“Había un gringuito cautivo
que siempre hablaba del barco,
y lo augaron en un charco
por causante de la peste;
tenía los ojos celestes
como potrillo zarco”
Martín Fierro, José Hernández.
Peruanos que trafican droga, colombianos delincuentes, tiempo atrás senegaleses dedicados a la venta ilegal… El verbo del senador Miguel Pichetto merece cien reproches pero no el de ser original ni de pura cepa argentina. Tampoco contradice parrafadas anteriores de quien preside el bloque del Frente para la Victoria (FpV) desde hace largos trece años, “detalle” sobre el que volveremos más adelante.
Dirigentes de otras latitudes, más exitosos que Pichetto en las urnas, alertan sobre la dimensión mundial del discurso xenófobo. Marine Le Pen asciende en las preferencias populares en Francia, ahora dicen que Donald Trump puede ganar la presidencia en Estados Unidos. Pocas semanas atrás una mayoría superior al noventa por ciento quiso validar una legislación salvaje en Hungría: no llegó a aprobarse porque hubo poca participación pero el pronunciamiento espanta sobre todo porque se sabe que conjuga con convicciones extendidas y crecientes.
Los flujos financieros dan la vuelta al mundo en segundos, las migraciones humanas topan con muros, fortificaciones, guardias costeros que los llevan a la desesperación, al naufragio o llanamente a la muerte.
El contexto oprobioso maximiza la gravedad de los dichos de Pichetto, huérfanas de sustento numérico o fáctico. Las estadísticas comprueban que la cantidad de migrantes condenados o encarcelados antes de serlo supera apenas su porcentaje en la población general. Y es un hecho que los prejuicios de rudimentarios e iletrados miembros de las fuerzas de seguridad se ensañan con ellos tanto como el elegante y perfumado senador.
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Del Preámbulo a la calle: La Argentina es históricamente un país de acogida en el que siempre, sin embargo, hubo racismo y tensiones, en proporciones muy variadas.
La notable frase del Preámbulo de la Constitución de 1853, mantenida en la reforma de 1994 “y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino” se rectificaba (a menos) en el texto original cuando se encomendaba al Congreso promover la inmigración europea.
Las citas del epígrafe describían el imaginario de Martín Fierro, gaucho noble y perseguido, que despreciaba a los gringos. Los versos piadosos referidos al gringuito cautivo, los más tiernos del libro, tal vez demuestren un resquicio de humanidad. O por ahí, solo comprueban que para el paladín del criollismo los indios (que augaron al gurí) eran todavía peores que los gringos que no hablaban bien castellano. No azarosamente, a veces se decía “hablar en cristiano”.
La historia del reconocimiento de derechos es zigzagueante. La realidad nacional se ennoblece con el ingreso de millones de inmigrantes, mayormente pobres y raleados en sus patrias de origen. Las normas de la etapa kirchnerista se enrolaron en las mejores tradiciones, enlazándolas con los avances del siglo XXI, problemático y febril. La ley 25871 de migraciones fue dictada en 2004 y reglamentada en 2010. Es amplísima y tolerante, reconoció a la migración como un derecho humano. Abrió las fronteras, facilitó la adquisición de ciudadanía sometida a requisitos razonables y comparativamente reducidos. La función del Estado es integrarlos, proteger sus derechos, garantizarle los beneficios de la libertad porque “habitan el suelo argentino”.
El programa “Patria Grande”, olímpicamente ignorado por la narrativa “republicana” macrista y desactivado recientemente, era otra herramienta contra uno de los recursos más trillados para perseguir a las personas provenientes de otros países: la indocumentación. Un mecanismo que redobla la vulnerabilidad de gentes de sectores populares. Se los nombra “indocumentados” como si una situación vejatoria constituyera su identidad. O se redobla la injuria y se los moteja “ilegales” como si los seres humanos pudieran ser definidos así.
“Patria Grande” estableció un mecanismo accesible para regularizar la documentación de habitantes de estados del Mercosur y asociados. Se promovió que pudieran adquirir residencia transitoria o permanente acreditando contados requisitos sencillos: haber residido un lapso acá y no tener antecedentes penales. Cientos de miles de laburantes hombres o mujeres (de Paraguay, Bolivia y Perú en especial) tuvieron acceso al DNI lo que en esta etapa global infausta es un logro infrecuente. La privación de documento redobla la explotación de quienes trabajan: sus empleadores los destratan, les pagan por debajo de lo legal y de sus pares. Un estudio de la Universidad del Sur ponderó que la regularización mejoró el acceso al sistema de salud, al jubilatorio y al educativo. Combo más interesante que el paradigma represivo que anida en el corazón del “modelo Pichetto”.
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Conflictos y armonías: Pichetto lideró el bloque de senadores del FpV desde 2003. Parece haber una tensión o una contradicción ahí… porque existe. Se agrava porque el hombre fue revalidado dos veces desde el Ejecutivo y fue funcional a las tácticas y estrategias del kirchnerismo.
Dirigente del peronismo tradicional, se plegó con pragmatismo activo a sus políticas, como tantos otros compañeros. Desde la Casa Rosada se consiguió traccionarlos para conseguir que el Partido Justicialista, una fuerza conservadora popular, con sesgo a centro derecha, acompañara las mejores iniciativas de un gobierno de centro izquierda, progresista. Agustín Rossi, el ex líder del bloque de diputados del FPV, señala hace tiempo esa supuesta paradoja. El “Chivo” Rossi sí fue un protagonista convencido y sigue siéndolo. Piche- tto fue compañero de ruta de ese oficialismo y ahora vuelve al útero.
Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner lograron que más del 60 por ciento de sus senadores votaran a favor de la Ley de Matrimonio Igualitario o que en casi su totalidad acompañaran la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual (LdSCA). Fue una proeza de hegemonía política que no se redondeó convenciendo a los aliados. Hablamos de uno de los límites que tocó el FpV, que ahora lo desafía en una coyuntura mucho menos propicia.
La convivencia jamás conllevó unanimidad. Pichetto había lanzado homilías laicas discriminatorias años ha. Otro tanto hizo el ex Secretario de Seguridad, Sergio Berni, quien mocionó en 2014 deportaciones exprés y sin sentencia previa para (los que él pensaba eran) inmigrantes delincuentes. Para no repetirnos, nos remitimos a lo publicado por entonces en este diario, en una nota titulada “Deportar no es un deporte”.
La arremetida contra los mejores principios de la tradición argentina regresa, en un escenario muy complicado. Entre otros motivos, porque en Cambiemos no hay tensiones internas ni intra gubernamentales. La coalición gobernante de derecha no tiene fisuras a la hora de discriminar a “los extranjeros”.
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La cárcel, nada menos: Las invectivas del periodista Jorge Lanata contra jóvenes de otras nacionalidades que en proporción ínfima estudian en Universidades argentinas no fue replicada desde el gobierno ni por unx solx de sus intelectuales afines. Congruencia ideológica de distintas vertientes de la coalición.
Más grave aún es el proyecto de construir, en territorio de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA), una cárcel para migrantes “indocumentados” o con sus DNI en trámite. La CABA cedió terrenos al efecto mediante convenio firmado con el Estado nacional. La finalidad es encarcelar personas por carecer de documentación. O merced a decisiones policiales o administrativas, sin que medien decisiones judiciales. En América del Sur no existe ese instituto ni un presidio de esa naturaleza.
El método elegido es exorbitar las facultades de las fuerzas de seguridad y de la Dirección Nacional de Migraciones (DNM) para avasallar derechos constitucionales.
Las cárceles, reza el sentido común de quienes conocen el paño, se edifican para llenarse. Nadie asume el costo para dejarlas vacías.
Hasta ahora, el proyecto no avanzó pero es una amenaza en ciernes.
El Colectivo para la Diversidad (COPADI), el Movimiento de Profesionales para los Pueblos (MPP) y el legislador porteño José Cruz Campagnoli, presidente de la Comisión de Derechos Humanos de la Legislatura de la Ciudad, presentaron un amparo ante los tribunales de la Ciudad cuestionando la cesión de un inmueble para que funcione como Cárcel de Migrantes. Se está sustanciando el trámite. El abogado patrocinante de la demanda de amparo, Martín Oteiza, orientó a este cronista en los lineamientos generales de este tramo de la columna. Se le agradece especialmente
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Mutaciones perversas: La ley 25781 sigue vigente pero el gobierno del presidente Mauricio Macri la burla en los hechos, día tras día. La función básica de la DNM es posibilitar y facilitar la regularización de los inmigrantes, ofrecer defensa pública gratuita, garantizar la revisión judicial en todo trámite de expulsión.
Una labor social, de contención e integración.
El Director Nacional de Migraciones, Horacio García, elige transformarlo en un ente represivo, dedicado a perseguir y no a respetar. Este diario informó, incluso, que desoye sentencias judiciales para revisar abusos:
Los reproches de organismos de Derechos Humanos le resbalan.
Amnistía Internacional, por ejemplo, alertó “sobre el impacto negativo de la detención relacionada con la migración sobre los derechos humanos de las personas detenidas” y se opone “a la utilización de la detención como una forma de castigo o con fines disuasorios, en lugar de abordar las causas que originan la migración irregular”. El próximo 24de noviembre el Comité contra la discriminación racial de Naciones Unidad evaluará al estado argentino, básicamente en temas vinculados a migración.
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Malas compañías: Embajadores de países vecinos y hermanos, directamente despreciados en la monserga xenófoba de Pichetto, lo denunciaron ante el Instituto Nacional contra la Discriminación, la xenofobia y el racismo (INADI). Les asiste derecho, es su obligación.
Llama la atención y hasta duele que hayan callado representantes de otras colectividades, sea de diferentes estados o de ONG argentinas. La DAIA, por caso, debería poner el grito en el cielo, pero es más macrista que partidaria de las libertades públicas.
Los extranjeros que viven acá son, desde hace décadas, menos del 5 por ciento de la población total. Es falso que su número haya crecido exponencialmente en tiempos recientes. Pero la xenofobia no se alimenta con datos sino con prejuicios o de mentiras de autoridad, a menudo permeadas por los medios hegemónicos. Como enseña Raúl Eugenio Zaffaroni, el discurso segregador no se funda en la regla, sino en la excepción, “el argumento legitimante de toda Inquisición”.
En un mundo donde priman la insolidaridad y el desprecio por la condición humana, los capítulos locales son preocupantes. El giro a la derecha se manifiesta de cien maneras, Pichetto es un emergente que no expresa nada nuevo, pero que contribuye a que en su patria prevalezcan las peores tendencias en boga. En ese oprobioso rubro, un aliado estratégico de Cambiemos.
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