Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona
UNO Días atrás –en esos siempre alegres corrillos de Bruselas que la televisión transmite puntualmente y muestra a los mandatarios europeos como en el recreo del colegio, dándose palmaditas en la espalda y pataditas en el culo– Mariano Rajoy todavía “en funciones” le gritaba a alguien al otro lado de la mesa redonda que faltaba “one hour” para lo suyo. Lo suyo era la investidura a cargo de la abstinencia del PSOE. Y, claro, en realidad Rajoy quería decir “one week”. Pero Rajoy no sabe hablar inglés. Y sí, se sabe, su sentido del tiempo es más bien elástico. Rajoy vive en el “bullet-time” de Matrix consciente de que –como le dijo al premier inglés David Cameron en 2012– “It’s very complicated todo esto”.
Así que Rajoy descubrió hace tiempo el secreto de su éxito y permanencia: dejar que los otros se compliquen con las complicaciones mientras él se sienta a esperar a ver qué pasa.
Y Rajoy –por lo pronto y lento– afirmando que entre las cosas que le proponen sus rivales rendidos y apoyándolo “hay cosas buenas que se pueden hablar en el futuro”. Por si ellos no se dieron cuenta, Rodríguez se los cuenta: la rajoyana clave reside en ese “en el futuro”. Y se sabe que el futuro es muy largo y siempre queda más adelante. Rajoy es, también, el místico manipulador temporal Doctor Strange.
DOS Y, sí –no es casual que su investidura haya tenido lugar en vísperas del abstracto cambio al horario de invierno– Rajoy parece un poco… extraño con esas cosas místicas que dice (cosas como “quien me ha impedido cumplir mi programa es la realidad” o “Tenemos que fabricar máquinas que nos permitan seguir fabricando máquinas, porque lo que no van a hacer nunca las máquinas es fabricar máquinas a su vez” o “Todo lo que se dice no es cierto salvo alguna cosa”). Y con esa aún más extraña contorsión facial (esa sonrisa-ranura, esa lengua indomable, ese ceño fruncido, ese reflejo y automático encogerse de hombros, ese ojo haciendo tic-tic y buscando siempre lo por escrito para leerlo, porque si no está escrito…) cada vez que se ve obligado a escuchar a alguien llamándole la atención o preguntándole algo molesto. Pero Rodríguez (a quien siempre le intrigó la idea de que el nombre de un partido de derechas incluya la palabra popular, y tal vez ahí empiecen los problemas) ya está casi convencido de que Rajoy es un genio político.
Rajoy es el hombre que más y mejor entiende a la cada vez peor y más incomprensible España.
TRES Y han sido muchos días de duelo y elegías por un PSOE –ahora con un Pedro Sánchez pasando de eyectado a disidente y amenazando con remake desde las bases estilo Espartaco– que ha demostrado “gran sentido de estado” y que, con una “decisión razonable”, “logró sacar a España del bloqueo y evitar otras elecciones”, unas “terceras elecciones que habrían sido muy dañinas para el país” que “ahora se parece más a Europa”. Pero Rodríguez no entiende esa estigmatización satánica del volver a las urnas, a la práctica de la teoría democrática, a ver qué pasa. Y es que lo que hubiese pasado (se supone) es que el PP hubiese sacado más votos como para gobernar con el apoyo de Ciudadanos sin que el PSOE se mostrase de rodillas pero, sí, sacando aún menos votos y perdiendo poder y sillones para sus compañeros y compañeras. O (también es posible) la gente cansada hubiese castigado un poquito al PP y hubiese crecido aún más la sombra atemorizante de Podemos como opción pseudo-revolucionaria y nuevo rival para la centro-derecha, convirtiendo al cómodo antagonista PSOE en una anécdota, en el partido de izquierdas para padres y abuelos. En resumen: en unas terceras elecciones hubiesen perdido mucho o poco ambos majors. Pero habrían perdido algo. Así que a portarse bien, entre ellos, los dos hermanos mayores.
Y, sí, sentido de estado.
CUATRO Y lo que se viene –con su partido en una minoría mayoritaria a la que considera “gran oportunidad” y diciéndose “ilusionado por llegar a acuerdos” en una “legislatura de mano tendida permanente” concentrándose en “lo que une” y “aparcar” lo que separa luego de cuatro años de absolutismo con risotadas– es algo cuando menos movidito, acaso breve, y con todos en el PP preguntándose en voz bajísima sobre la necesidad de ir proponiendo un sucesor a Rajoy. Pero a no apurarse, que sí hay apuro.
Mientras tanto, Rajoy ha definido recientemente al PP como “gigantesco” y “el partido más importante de España y de muchos otros sitios” y apenas insinuó en su difuso pero inmutable e inamovible discurso de investidura que mejor no complicarle mucho la partida de mus; porque si no se levanta de la mesa y la culpa de no pactar y de que la legislatura sea “estéril” y de que haya elecciones adelantadas va a ser de los demás.
Y el PSOE quebrado por dentro y fuera –que repite como en un mantra incrédulo que abstenerse e investir no es aprobar y aliarse, y que ha vuelto a activar a sus próceres más maduros y marmóreos de aquellos buenos viejos tiempos– se verá obligado a ser más oposición que nunca y a dinamitar todo proyecto de sus rivales y con Podemos jugando a pisar las calles nuevamente y, de paso, pisotearlos.
Y el asunto aquí es que –para Rodríguez y para millones de españoles– Rajoy es la persona menos indicada para llevar el timón en mares tormentosos con corrupción rampante, batallitas internas en su partido y el cuco del independentismo.
O tal vez sea la elección perfecta.
Y hace poco Rodríguez leyó en El País un iluminador texto de Javier Moreno Luzón donde dividía a los líderes políticos entre “transformadores” y “transaccionales”. Y Luzón finalmente se ocupaba de Rajoy como si fuese un Expediente X digno de este Halloween más allá de toda clasificación: “Hoy en España gobierna un personaje, Mariano Rajoy, cuya fortaleza resulta tan evidente como difícil de clasificar y explicar (…) Costaría encontrar a un solo español entusiasmado con su figura: su carisma, sencillamente, no existe (…) Muchos simpatizan con ese tipo corriente que hace lo que puede y todo lo explica con términos como ‘razonable’ o ‘lógico’, se fían más de él que de sus torpes contrincantes. Pero tampoco esta imagen persuade a la mayoría de los españoles, quienes le otorgan unos ínfimos niveles de aceptación: poco más de un 3 sobre 10. A sus votantes, que le conceden un aprobado alto, se les ve más resignados que convencidos (…) Frente a los escándalos que impactan de lleno en su organización, Rajoy apenas pestañea; sus rivales se destrozan mientras él aguanta: Rajoy es ese espectador que ve pasar bajo su balcón, con media sonrisa, los cadáveres de sus enemigos. A falta de algo mejor, esto es lo que tenemos: el liderazgo extraño y un tanto misterioso, ni transformador ni transaccional, de una persona sin chispa, cuya mediocridad abochorna a cualquiera (…) Se podría parafrasear a Augusto Monterroso para decir: ‘Cuando despertó, Rajoy todavía estaba allí’”.
La teoría de quienes vuelven a investirlo –pero no aprobarlo– como “mal menor” es que sólo se podrá acabar con él reactivando el juego político. Haciendo que Rajoy –sea lo que sea, cualquier cosa menos alguien popular, más residente que presidente– la pase muy mal.
Y que, agotado, cambie o se vaya rapidito.
Y, sí, tal vez se le haga imposible gobernar a Rajoy.
Pero nadie va a superarlo a la hora de, desganado, aguantar lo que se le de la gana.
Y –en one hour o en one week o en four years– cuando se canse de aguantar lo very complicated, entonces, claro, de nuevo, a volver a rebotar y a revotar.
Por y para él.
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