Por Carlos Rodríguez
Nélida dice que su padre era “muy joven y muy peronista”, a la vez que afirma que recuerda cuando se lo llevaron detenido junto con otros militantes hace 60 años, para fusilarlos en los basurales de José León Suárez. Son los crímenes que fueron revelados por Rodolfo Walsh en su obra emblemática, Operación Masacre. Berta tenía apenas dos años cuando asesinaron a su padre, pero pudo recuperar su historia y seguir su lucha como militante peronista junto a Julio Troxler y Susana Valle. El fue uno de los sobrevivientes de la masacre del 9 de junio de 1956 y fue asesinado en 1974 por la Triple A. Ella era la hija del general Juan José Valle, líder de la rebelión contra el gobierno dictatorial de Pedro Eugenio Aramburu que derrocó en 1955 el gobierno de Perón.
Nélida Rodríguez y Berta Carranza, hijas de Vicente Rodríguez y Nicolás Carranza, dos de los obreros víctimas de la “Revolución Fusiladora”, como llamaba la resistencia peronista a la “Libertadora”, participaron de un homenaje en la Municipalidad de San Martín. Así también se rindió tributo a Joaquín Romero, el joven de 24 años que en 2011 sobrevivió a la Masacre de José León Suárez, donde murieron a manos de la Policía Bonaerense otros dos chicos, Franco Almirón y Mauricio Ramos.
El acto fue encabezado por el intendente de San Martín Gabriel Katopodis y por el diputado nacional Leonardo Grosso, del Movimiento Evita, quien presentó en el Congreso un proyecto para que se declare “de interés parlamentario” la nueva camiseta del club Central Ballester (ver aparte) que lleva en su pecho una imagen que recuerda a las víctimas de las dos masacres, separadas por décadas, y reunidas por un escenario común: José León Suárez.
También estuvieron presentes el diputado nacional Remo Carlotto, y familiares de otras víctimas del gatillo fácil policial, como Dolly Demonty, madre de Ezequiel, arrojado al Riachuelo por agentes de la Policía Federal; Miriam Bordón, madre de Sebastián, asesinado por la Policía de Mendoza, y Gabriela Rojas Pérez, hermana de Javier, cuyo homicidio fue cometido por un agente de la Policía Bonaerense.
Alicia Rodríguez es hija de Vicente Damián Rodríguez, uno de los fusilados de José León Suárez. Ella tenía “diez años, para once” cuando murió su padre. “El murió el 10 de junio de 1956 y el 22 yo cumplí mis once años”. Tiene recuerdos muy fuertes de su padre “y del momento en que se fue...”. Precisa que su papá tenía “35 años en ese momento, era muy joven y muy peronista, sobre todo muy peronista”. Vicente trabajaba en el Sindicato Unidos Portuarios Argentinos (SUPA). En 1955, cuando es derrocado Perón, se quedó sin trabajo. La familia vivía en una casa de la calle Yrigoyen, en la localidad bonaerense de Florida, de donde se llevaron también a Juan Carlos Livraga, Horacio Di Chiano y Miguel Angel Giunta, que sobrevivieron al fusilamiento.
“Se lo llevaron del barrio del que se llevaron a todos; nosotros vivíamos en la tercera casa, eran tres casas que estaban juntas y en una de ellas estaba Livraga (tenía entonces 24 años), ‘el fusilado que vive’, cuyo testimonio fue el que inspiró el libro de (Rodolfo) Walsh Operación Masacre”. Agrega que ella “en cierta forma” hizo su aporte a la investigación, “sin saberlo, porque era muy chiquita”.
Relata que Walsh la venía a ver a su casa “disfrazado, porque ya era muy perseguido, y yo no sabía quién era, pero me acuerdo que venía y creo que fueron varias veces. El me menciona en el libro como ‘la criatura de ojos grandes que hablaba de todo y que nos imitaba a todos’. En mi casa éramos tres criaturas y la mayor era yo, y me acordaba de todo lo que había pasado cuando se llevaron a mi papá”. A punto de cumplir 71 años, Alicia tiene un rostro fresco, sin arrugas, y sus “ojos grandes” mantienen el encanto que seguramente impactó a Walsh. Ella dice que su buen semblante es “genético” porque su madre “falleció hace poco y estaba muy bien, bien plantada, con una apariencia que llamaba la atención”.
Vicente Rodríguez “también trabajó en la CGT; era muy peronista, él estuvo en la quinta (de San Vicente) tomando mate con Perón. Todavía conservo fotos de mi padre con Evita, porque mi mamá quemó casi todo lo que teníamos por el miedo a que nos mataran a todos”. Recuerda que “ese miedo lo tuvimos todo porque Carlitos (Livraga) tuvo que irse del país después del asesinato de Walsh, porque temía que a él le pasara lo mismo”. Livraga vive hoy en Estados Unidos y se espera su llegada al país para asistir al homenaje que se realizará, el 9 de junio, en el lugar donde se levanta el monumento que recuerda a los caídos (ver nota aparte).
“Así fueron las cosas”, reflexiona Nélida sobre la persecución sufrida por sobrevivientes y familiares de los fusilados de José León Suárez. “Lo que hay que recordar, para que lo tengan presente las nuevas generaciones, es que en el caso nuestro, la justicia es injusticia, porque con nosotros nada fue justo y con el paso del tiempo, todo parece cada vez más injusto. Lo que nos queda es la memoria para poder transitar un camino que ha sido muy denso; y ahora, para colmo, hay elecciones (presidenciales) y mirá lo que nos pasa”. Dice que tiene tres hijos y una nieta, y que desde hace diez años reside en Pilar, luego de una vida transcurrida en la casa de Florida donde vio por última vez a su padre: “Esa es nuestra historia, pero seguimos adelante”.
Berta Carranza tenía dos años cuando su padre, Nicolás Carranza, fue fusilado en los basurales. Por la edad que tenía, Berta guarda vagos recuerdos directos de su padre, pero conserva en la memoria todo lo que supo de él a través de su madre y de los compañeros. “Lo que sí me acuerdo muy bien es de mi pobre madre, luchando para ver cómo hacía para criarnos a nosotros, que éramos seis hermanos”. En ese momento “la mayor de mis hermanas tenía apenas doce años, y la más chica 45 días. De manera que era muy difícil para mi madre enfrentar sola, sin mi padre, la crianza de sus hijos, en un momento en que la historia se nos había puesto en contra, por el hecho de ser una familia peronista después de un golpe de Estado sangriento”.
“Nosotros habíamos perdido todo, no teníamos una pensión, no teníamos la posibilidad de reclamar nada porque teníamos todo en contra”, sostiene. Berta insiste en que “lamentablemente, como me lo sacaron tan pronto, yo no tengo recuerdos directos de mi padre, no tengo recuerdos de su cara, de su voz, de si era alto o bajo, gordo o flaco”. La reconstrucción de la figura paterna pudo ser posible “a través del relato de mi madre, porque ella, a través de los años, no nos privó del derecho de defender la causa de mi padre”.
Nicolás Carranza era un obrero ferroviario peronista, descripto por quienes lo conocieron como un hombre de “figura maciza, de rostro firme”, como lo menciona Rodolfo Walsh en Operación Masacre. Convivía con su mujer, Berta Figueroa, en el Barrio Obrero de Villa Adelina, construido inicialmente para alojar a los trabajadores del Ferrocarril Central.
Berta, la hija de Carranza, dice con orgullo que ella sigue viviendo en el mismo barrio, donde crió a sus cinco hijos, ya casados. “A esa casa la pude comprar” y eso significa “retener una parte de nuestra historia como familia”. Evoca “momentos de mi adolescencia, de mi juventud, con la gente del barrio recordando a mi padre, a los compañeros caídos y eso es muy emocionante; es algo que sirve para calmar el dolor de haber perdido a mi padre de tan niña”.
Se lamenta por no haber conocido personalmente a Walsh, pero señala: “Sí los conocí a Julio Troxler y a Norberto Gavino”, dos de los sobrevivientes de los fusilamientos de José León Suárez. Militó en el peronismo, junto con Troxler y Susana Valle, la única hija que tuvo el general Juan José Valle, fallecida en septiembre de 2006 a los 70 años, luego de dedicar su vida a honrar la memoria de su padre. Valle fue el artífice de la sublevación cívico-militar contra la llamada Revolución Libertadora y fue detenido, juzgado y fusilado por orden de la dictadura encabezada por el general Pedro Eugenio Aramburu. Troxler fue asesinado por la Triple A el 20 de septiembre de 1974.
Berta Carranza dice que ya no tiene edad “para seguir siendo una militante”, pero que “de todas maneras” sigue manteniendo “muy firme la idea, el pensamiento de mi padre y por eso siempre estoy en los homenajes para esos hombres que defendían la patria, que tenían honor y estaban dispuestos a pelear por sus ideas”.
Así lo describió Walsh a Nicolás Carranza en Operación Masacre: “No era un hombre feliz, esa noche del 9 de junio de 1956. Al amparo de las sombras acababa de entrar en su casa, y es posible que algo lo mordiera por dentro. Nunca lo sabremos del todo. Muchos pensamientos duros el hombre se lleva a la tumba, y en la tumba de Nicolás Carranza ya está reseca la tierra”. En ese tiempo de persecuciones, Carranza se escondía en casas de amigos y visitaba de incógnito la vivienda donde su mujer, Berta Figueroa, lo esperaba cada noche, sin saber si esa sería la última.
La otra Masacre
El 3 de febrero de 2011 Franco Almirón, de 16 años, y sus amigos Mauricio Gabriel Ramos, de 17, y Joaquín Romero, de 19, habían salido de sus casas en el barrio La Cárcova de José León Suárez rumbo al cercano predio del CEAMSE, sobre el Camino del Buen Ayre, a buscar entre la basura desechos para vender y cambiar por comida. Montados en sus bicicletas, en el camino, sobre las vías del mismo Ferrocarril Central que ya existían en junio de 1956, se encontraron con un tren descarrilado y decenas de vecinos curiosos. Alguien llamó a la policía y lo que era poco más que el reality show de un accidente ferroviario, se convirtió en represión y muerte. Una multitud de policías, convocados para intervenir en un supuesto saqueo que nunca existió, dispararon balas de goma y de plomo contra los vecinos.
Franco y Mauricio murieron como consecuencia de los balazos. Joaquín Romero recibió impactos de balas de plomo en la espalda, el pecho y el tórax. Fue el único sobreviviente y a la vez testigo clave en el juicio contra algunos de los policías responsables del fusilamiento; un juicio que nunca tuvieron los asesinos del 9 de junio de 1956.
Cinco años después, acompañado por sus hijos y por su tía Doris, que siempre estuvo a su lado, Joaquín Romero se calza la nueva camiseta del Club Social y Deportivo Central Ballester para hablar con Página/12 y recordar el día trágico. A los 24 años, responde: “Un poquito sí”, cuando se le pregunta si todavía arrastra problemas físicos y psicológicos por las graves heridas y por la pérdida de sus dos amigos. Le cuesta hablar de él, pero alcanza a decir: “En lo físico no estoy del todo bien, no puedo hacer fuerza, tengo que cuidarme mucho”.
Uno de los balazos le había perforado un pulmón y además, “los cirujanos me tuvieron que reconstruir el intestino, y cuando hago fuerza, me molesta mucho, no puedo levantar cosas de peso, como una bolsa de cemento”, algo que seguramente hacía antes para ganarse algunos pesos. Los médicos le dicen que “hace falta tiempo para una recuperación completa”.
La primera sonrisa, tímida, surge cuando cuenta que está trabajando en la Subsecretaría de Derechos Humanos e Igualdad de Oportunidades del municipio de San Martín. Admite que es un “cambio favorable” porque “antes me las rebuscaba como podía, igual que los chicos”, en referencia a Franco y Mauricio, y a las incursiones en el predio del CEAMSE. Sigue en contacto con las familias de sus amigos y señala que “se están recomponiendo de a poco, cuesta salir de lo que nos pasó”. Joaquín tiene motivos para reconstruir el futuro: sus dos hijos, un nene de 4 años y una niña que tiene diez meses
En el primer juicio por la Masacre de La Cárcova condenaron al oficial Gustavo Vega a siete años de prisión y absolvieron al sargento Gustavo Sebastián Rey. En noviembre de 2015, la Sala I de la Cámara de Casación Penal bonaerense ordenó agravar la pena que se le aplicó al subteniente Vega y dejó sin efecto la absolución del sargento Rey, que tendrá que ser juzgado nuevamente por el doble homicidio de Franco Almirón y Mauricio Ramos. El nuevo juicio está demorado por apelaciones y chicanas de los defensores de los dos policías.
No hay comentarios:
Publicar un comentario