El anuncio de Daniel Scioli de su intención de crear en el futuro un Ministerio de Economía Popular inicia una etapa de reflexión, debate e implementación de una idea muy fuerte, que de ser exitosa cambiará de manera sustancial y permanente la forma en que pensamos la oferta y demanda de bienes y servicios en la sociedad.
La primera mirada de políticos, economistas o analistas en general puede equivocar el foco, imaginando que lo que se intenta es contener a los pobres o excluidos con algún componente productivo mayor que lo que hasta aquí ha intentado y logrado el Estado de Bienestar creado en esta última década. Si así fuera, sería positivo, pero no se alejaría mucho de un ajuste fino de una red de subsidios y apoyos colaterales a millones de argentinos, a los que el capitalismo concentrado dejó fuera de la producción y el gobierno kirchnerista logró en parte incluir por ingresos.
El desafío del nuevo espacio ejecutivo que se comienza a esbozar, que deberá ser tema de discusión y acción de buena parte de quienes aspiran a aportar a la mejora de la justicia social en los próximos años, sin embargo, es superior a la contención y la protección de los desamparados por un sistema organizado alrededor del lucro. De lo que se trata es de construir ámbitos donde progresivamente millones de compatriotas alcancen una vida digna produciendo bienes y servicios que la comunidad necesita y usa, trabajando en unidades productivas individuales o colectivas, pero donde se dé prioridad al servicio comunitario, no al lucro. La palabra competitividad debiera ser remplaza por productividad; la cooperación estaría dentro de los valores positivos; la derivación de problemas ambientales o cualquier otro a terceros debiera ser moral y legalmente penadas. Así siguiendo.
En tal contexto, los hoy cartoneros podrán pasar a ser líderes ambientales de sistemas de procesamiento de residuos donde los generadores del residuo –particulares, comercios o empresas– son parte activa del proceso de recuperación y posterior reciclado. Los 300 mil agricultores familiares podrán ser la columna vertebral del abastecimiento alimenticio de toda la población argentina, reservando a buena parte de la actual dinámica empresaria la responsabilidad de especializarse en la exportación. Los productores de indumentaria podrán sacarse de encima todas las capas intermediarias que se apropian de su valor agregado y llegar en forma directa a los consumidores. Hasta la forma de producir nuestra energía podrá cambiar, integrando los techos de nuestras casas a sistemas de generación fotovoltaica administrados por las actuales cooperativas de servicios públicos del país. Además, los barrios populares podrán reemplazar a las villas, sobre terrenos urbanizados fuera de la especulación perversa, con capacitación cooperativa para la autoconstrucción o construcción solidaria. Y más. Mucho más.
La economía popular es eso. Es darle a la sociedad –especialmente a los sectores más humildes, que han aguantado el peso de la discriminación del capitalismo concentrado– la posibilidad y los instrumentos para que quien aspire a una vida digna con su trabajo lo logre. El sistema vigente seguirá su camino de crisis y de tensión. Los economistas clásicos seguirán ocupándose de buscar evitar el daño a los más humildes o de beneficiar a los poderosos, según su ideología.
En paralelo, la economía popular podrá construir nuevos escenarios en que ser felices, sin tener a Miami y sus centros de compra como meta personal. «
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