Cuál es el límite, si acaso lo hubiera, resulta una pregunta tan obvia como pertinente para hacerse al cabo de esta semana.
Lo primero que salta a la vista es un tucumanazo mediático, por cierto que bien trabajado desde el espectacularismo. Con entre 27 y 40 urnas quemadas en una localidad o en un par –según la versión que quiera tomarse– sobre 3601 en el total de la provincia, se montó un show de fraude generalizado. Horas después, la inconcebible represión de la policía tucumana contra unos cientos de manifestantes permitió redondear el dibujo de poco menos que una situación incontrolable. Y dio la excusa a fin de que la dirigencia opositora nacional se juntara para la foto en un reclamo de “transparencia” completamente abstracto, no sólo por lo incomprobado de las denuncias de fraude a gran escala sino, y sobre todo, porque las propuestas de reemplazar el sistema de votación en menos de dos meses –y en todo el país– pueden caber únicamente en la cabeza de un delirante. De hecho, y aun cuando fuere posible en lo técnico, la propia candidata a vicepresidente de Cambiemos, Gabriela Michetti, admitió que en esta elección no puede hacerse reforma electoral alguna porque la oposición no dispone de los votos parlamentarios suficientes para impulsarla. De todas maneras, está o debería estar claro que el aquelarre de acusaciones persigue con exclusividad el objetivo de embarrar la cancha creando un clima de podredumbre e inestabilidad institucional. El análisis frío, tanto de las pruebas ofrecidas cuanto de los delitos e irregularidades comprobados, no permite sacar otra conclusión. Ni siquiera sería necesario recordar antecedentes y a partir de allí extraer deducciones como, por caso, que el macrismo también denunció fraude en Salta, con boleta electrónica, y en Santa Fe, con boleta única. O que no hubo ninguna queja en los distritos donde triunfó la oposición. Un dato notable son las declaraciones del fiscal general de Tucumán, también sometidas a manipulación periodística. Según tituló la prensa opositora, Gustavo Gómez dijo que “ya están dadas las condiciones” para pedir la nulidad de los comicios. Sin embargo, contradiciéndose durante la misma nota, en radio Mitre, el funcionario señaló que no había que descartar una anulación de los comicios y que las irregularidades, analizadas por la Junta Electoral, podrían traer como consecuencia la nulidad absoluta del acto electoral. Afirmación por una parte y uso de potenciales por la otra, como fuere el fiscal tucumano advirtió que ningún partido político pidió de modo formal la invalidación de las elecciones provinciales. Este aspecto resalta en todas las denuncias de fraudulencia que se hicieron en todos los distritos, desde que se abrió el proceso electoral: son periodísticas, no judiciales.
El esquema de votación tucumano, ni qué dudarlo, es casi surrealista. Hubo más de 25 mil candidatos para 345 cargos, entre gobernador y vice, 19 intendentes, 49 miembros de la Legislatura unicameral, 184 concejales y 93 comisionados rurales. En la provincia rige una ley de lemas, denominada sistema de acoples, que permite anexar colectoras no solamente a las postulaciones ejecutivas máximas, sino también a las municipales y provinciales. Para ponerlo en números concretos que no tuvieron circulación mediática y que dan una mejor dimensión de ese laberinto, en el cuarto oscuro había 1275 combinaciones de ese tipo (leyó bien, no es figurativo: 1275). Hasta el momento, y tal vez es tan curioso como respecto de los 1,20 metros que tenía la boleta catamarqueña, no hay noticias de que alguien haya presentado al Guinness una cifra electiva semejante. Sin embargo, precisamente por esa insondable cantidad de opciones, veedores de la Junta Electoral tucumana calcularon que, por mesa, hubo entre 15 y 20 fiscales partidarios. Cualquiera habrá visto imágenes televisivas en las que, por momentos, parecía haber más fiscales que gente esperando para votar. Como dijo otro fiscal, Jorge Di Lello, al actuar de oficio ante la indescriptible denuncia de Felipe Solá acerca de que le robaron 196 mil votos en las últimas primarias nacionales, la ciencia ficción indicaría un operativo de hipnosis colectiva capaz de involucrar a todos los presidentes de mesa y todos los vocales, que son elegidos por sorteo, más todos los fiscales de todos los partidos, de forma tal que prácticamente ninguno de ellos habría visto ni robos escandalosos de boletas ni maniobras semejantes. Más aún, el procedimiento hipnótico tendría que haberse extendido al acto de contabilizar los votos y cargarlos en el despacho del conteo. Pero no es todo, porque además es necesario que en el escrutinio definitivo haya otro dispositivo de ensoñación para que nadie se dé cuenta de nada.
El 9 de agosto pasado, fecha de las PASO, en Página/12 se publicó un artículo de Martín Granovsky que incluía consulta al director nacional electoral. El título acabó siendo incontrastable: “Una forma de llanto anticipado”. Alejandro Tullio explica allí que “fraude no es cualquier maniobra, sino un conjunto de maniobras capaces de alterar un resultado”, y que, a un promedio de 300 personas por mesa, para alterar el voto de unos 10 mil ciudadanos se necesita ser eficaz en 33 o 34 mesas, en cuyo caso se estaría hablando de fraude absoluto o, dicho en otras palabras, que no queda validado ningún voto salvo el que surja del fraude. Por otro lado, agrega Tullio, la comprobación histórica es que la participación electoral, o falta de ella, es pareja en todas las mesas. Y por si fuera poco, al ya no haber mesas de varones y mujeres, “los promedios se emparejan aún más, porque las mesas se van ordenando alfabéticamente y todas las características –sociales, de clase o de compromiso con el acto electoral– se reparten de manera pareja”. Como adosa Granovsky y a esta altura, a quién puede ocurrírsele que un fraude de escala masiva puede darse con unos 18 millones de celulares inteligentes en el país, capaces de transmitir y recibir datos y sacar fotos con definición cada vez más alta, “fotos (y filmaciones) de falsificadores de votos y fotos (muy fidedignas) de pruebas sobre que esas falsificaciones existieron y no fueron un simple producto de la fantasía de un dirigente político”. Otro apunte del colega es que, “si se habla de fraude efectivo, la alteración de votos debería ir para el mismo lado. Eso supondría un acuerdo de amplio alcance geográfico y prácticamente la inexistencia de fiscales, no sólo del principal oponente sino de los demás. ¿O acaso lo que imaginan los que denuncian fraude es que los fiscales cuyos partidos no entablen una disputa especial con otro, o no participen de una interna caliente, mirarán siempre para otro lado y, encima, todos juntos para ese lado?”. En síntesis, y como resumió la volanta de ese artículo, “los controles cruzados, la tecnología, los testigos y la falta de antecedentes (en Argentina, desde 1946) hacen inútil la discusión sobre el ‘fraude’”.
Inútil técnicamente, sí, pero no en la interpretación o manipuleo político. Si uno tiene delante un perro y está convencido o necesita convencerse de que es un elefante, pues será un elefante y no habrá explicación que valga. Y si se sabe que no es un elefante pero tampoco conviene decir que es un perro, mejor seguir diciendo que se trata de un elefante porque, como sea, es lo que el auditorio adicto quiere escuchar. En la mañana del lunes, cuando el escrutinio provisorio ya había marcado una tendencia irreversible, el candidato opositor tucumano, José Cano, dijo que, a pesar de las irregularidades, debía admitir que muy probablemente el ganador era Juan Manzur. Pero en simultáneo, los referentes nacionales de Cano insistían con que el centro de la discusión era el fraude. Mientras tanto, el escrutinio definitivo avanza a ritmo de tortuga, al punto de calcularse que estará terminado a mediados de septiembre, y cabe ensayar la hipótesis de que dé ganador a Cano. No importa si es probable o descabellado. Si eso ocurriese, ¿cuál habría sido el fraude determinante, en tanto faltaba el escrutinio definitivo? ¿No era mejor mostrarse con la responsabilidad institucional que pregonan y, en medio de los incidentes en algunas localidades del interior tucumano, y después frente a la represión policial, y con tanta sospecha a cuestas, convocar a la paciencia en espera del resultado concluyente? Desde ya que hubiera sido mejor, en lugar de echarle nafta al fuego. Mejor en todo sentido, salvo para la especulación política.
Se hace difícil no reparar en la secuencia escándalo Nisman, escándalo jueces subrogantes, escándalo efedrina, escándalo Jujuy y escándalo fraude, sólo por tomar las operaciones más destacadas. Probatoriamente van cayéndose una tras otra, y tienen su reemplazo con otra, y otra, y otra. Como también es difícil calcular a cuánto más se animarán en la arena política-crimen, que no sea repetitivo y aunque no deba subestimarse la capacidad de imaginación mediática, quizá corresponda observar al mercado financiero, el dólar blue, las expectativas de fuerte devaluación, su ruta. En esos escenarios es igualmente previsible lo que vayan a intentar, ayudados por los sacudones internacionales, pero para una parte significativa de la población es terreno muy sensible. El miércoles pasado, cuando empezó su discurso ante unos 650 empresarios, inversionistas y operadores financieros, en el aniversario de la Bolsa de Comercio, Cristina lanzó una ironía tan sutil como arrolladora: “Me encanta venir a la Bolsa porque es uno de los pocos lugares donde uno siempre escucha lo mismo”.
No sólo pasa en la Bolsa.
31/08/15 Página|12
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