Por Mempo Giardinelli
La verdad es que jamás habría pensado que mi nota sobre la burocracia de la AFIP y sus absurdas normativas que afectan a escritores y artistas argentinos que perciben honorarios por sus trabajos en el exterior y necesitan Certificados de Residencia Fiscal iba a levantar tanta polvareda. Iba a escribir esta semana sobre las muchísimas solidaridades expresadas por honestos ciudadanos, todos contribuyentes que narran similares situaciones kafkianas.
Pero como suele suceder, la realidad se impone y obliga a que sobre ese asunto esta columna vuelva más adelante. Porque ahora mismo el país está conmovido por diversas cuestiones relacionadas con el próximo cambio de gobierno y la desesperación de sectores que se pretenden republicanos pero están mostrando ser capaces de cualquier barbaridad.
Ya lo intentaron con el desdichado caso del fiscal Nisman, a quien utilizaron en vida y luego muerto, y de quien ahora está descubriéndose día a día una enorme y cuestionable fortuna que en mi opinión explicaría que se suicidó en un acto último de vergüenza, lo cual bien merecería respeto mediático y de sus herederos.
Como fuere, la realidad de esta semana combina noticias de crónica roja habitual, el importante accionar cívico contra pedófilos, violadores y asesinos domésticos y la decisión del inefable Juez Bonadio regalando libertad a los involucrados en el millonario escándalo de la AFA. Pero sobre todo se destaca el circo mediático montado para no reconocer el resultado electoral del domingo pasado en Tucumán, por parte de quienes ahora piden, por ignorancia o cretinismo, un imposible tan obvio como que las vacas mugen: que en menos de 60 días y en vísperas de elección presidencial, luego de las PASO nacionales, se cambie el sistema electoral del país.
A la vez temeridad y disparate, ese reclamo les sirve para intentar una unión imposible que de alcanzar el gobierno –el cielo no lo permita– resultaría igual o peor que la Alianza de 1999. Pero además el griterío desautoriza un sistema que fue aceptado por todos y que nos rigió durante décadas, ensalzando ahora irresponsablemente otro sistema que, por muy electrónico que sea, no deja de ser igualmente falible y sospechable que el de las papeletas.
Pero lo de Tucumán fue el colmo. No sólo porque hubo que escuchar tantas barbaridades y mentiras, sino porque se reinstaló la incitación a la violencia.
Un asesor cercanísimo al candidato opositor José Cano, un tal Sr. Salvatore que es de esperar que jamás tenga que salvar a nadie, llamó a quemar la casa de gobierno tucumana. Así nomás. Incitó a la violencia post electoral desde su cuenta de Facebook, llamando a que con “bombas molotov” fueran a “romper todo”. Textualmente: “El pueblo tucumano, lejos de ‘abandonar en paz’ la plaza, se arma con bombas molotov, cascotes, palos y honderas”; “Incendian la casa de gobierno y rompen todo”; “En conferencia de prensa, todos los líderes de la oposición a nivel nacional desconocen rotundamente el resultado”.
Cierto que es difícil, y para muchos imposible, defender al matrimonio Alperovich-Rojkés que por doce años gobernó Tucumán, pero si del otro lado uno observa a ese Sr. Salvatore y a la Sra. Laura Alonso, el panorama es para temblar y bien harían los máximos dirigentes opositores en llamarlos a sosiego.
Hoy, la verdad, el odio antiperonista y antipopular está descontrolado. Y si la furia neoliberal de las derechas en el mundo está desatada, en la Argentina puede decirse que está alcanzando el paroxismo.
Todo lo anterior, y el cambio de tema de esta columna, deviene de que me interesa particularmente el asunto porque las próximas elecciones se realizarán en el Chaco y entonces es menester clarificar a políticos y periodistas gritones.
Es imperativo recordar que en el Chaco, aun en los momentos más duros y polarizados de los últimos sesenta años, el clima electoral fue siempre sereno, respetuoso y pacífico. Por ejemplo cuando el peronista Deolindo Felipe Bittel y el radical Luis Agustín León se sacaban chispas pero el segundo siempre admitía la derrota con la hidalguía que lo caracterizaba, la cual brilló nuevamente cuando perdió ante Florencio Tenev por menos del uno por ciento en 1983. E igualmente sucedió cuando en 2007 el también radical Angel Rozas admitió su derrota ante el actual gobernador Capitanich por una diferencia ínfima, del orden del millar de votos.
Ahora en Mayo, en las recientes PASO, no hubo protestas y todo fue normal, como siempre ha sido electoralmente esta provincia. El escrutinio definitivo, incuestionado, determinó que el Frente Chaco Merece Más (FpV) obtuvo el 59,1 por ciento de los votos; el Frente Vamos Chaco (UCR y aliados) obtuvo el 37,32 por ciento; y el Partido Obrero fue tercero con el 1,93 por ciento.
Nadie sabe qué pasará en las elecciones del próximo 20 de septiembre, pero lo que es seguro, al menos para nosotros los chaqueños, es que no habrá escándalo alguno, como nunca los hubo. Y eso, porque tanto en el peronismo como en el radicalismo de esta provincia hay gente decente, que se respeta por sobre sus diferencias políticas, y porque sus respectivos candidatos serían incapaces de prestarse a un sainete como el que padece la hermana provincia de Tucumán en estos días.
Que no vengan ahora a pretender incendiar también esta provincia. Conozco a Capitanich y a Aída Ayala, me consta que han tenido siempre buen diálogo y trato educado, y ni se me ocurre pensar que se ensuciarían con miserias electorales.
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