PORTEÑOCENTRISMO
Las provincias de Salta, de Jujuy o de Tucumán, junto a las ahora bolivianas de Potosí, Charcas o Chiquitos, estaban integradas en un mismo espacio político, cultural y sobre todo económico: dependían en los tiempos de la colonia de la plata extraída del Cerro Rico del Potosí. Y la creación del Virreinato del Río de la Plata por la nueva administración de los Borbones de la Corona española había cambiado el sentido de la circulación extractiva quitándole peso al puerto de Lima y otorgándole más importancia a las bocas de salida de Buenos Aires y de Montevideo. De esa manera, las provincias de Salta y de Jujuy centraban sus economías en las famosas “aduanas secas”, que retenían un porcentaje de las mercaderías que finalmente abandonaban América en los puertos de mar abierto.
La Revolución de Mayo no significó ningún cambio en la relación entre Buenos Aires y el Alto Perú, entre “arribeños” y “abajeños”; de hecho, los levantamientos fueron sincrónicos y sincronizados entre los revolucionarios de las distintas regiones. Si en algunas oportunidades el Ejército Auxiliar enviado por Buenos Aires al Alto Perú se convirtió en una tropa de ocupación tuvo más que ver con las actitudes soberbias de la porteñada que con realidades culturales entre las provincias norteñas. Pero más allá de esos breves desencuentros, hay algo que es indiscutible: altoperuanos, jujeños, salteños, tucumanos, cuyanos, porteños pelearon codo a codo y sin fronteras –fueron inventadas muchos años después– contra los realistas.
Arenales, Azurduy, Belgrano, Dorrego, Güemes, San Martín fueron protagonistas de la lucha de un mismo territorio y de una misma causa. Separarlos es hacerles el juego a los cronistas de los Estados Nación de fines del siglo XIX, a los narradores de los países chicos, que surgieron después del desmembramiento de la Patria Grande. Incluso la declaración de la Independencia argentina, en julio de 1816, confirma la verdad histórica de que nunca hubo frontera y que la Argentina y Bolivia estaban convocadas a ser una misma nación. Ese 9 de julio, en Tucumán, entre las provincias firmantes del pacto aparecen los nombres de las regiones altoperuanas de Charcas, Mizque, Chichas (Tarija) y Cochabamba.
En ese marco, el nombre de Güemes, lejos de opacarse, alcanza su verdadera dimensión política. Porque no se trata sólo de una figura elegida por José de San Martín –tras las derrotas del ejército comandado por Manuel Belgrano en Vilcapugio y Ayohuma– para ser usada de retén contra la avanzada realista en Salta. La acción de Güemes está en función de una lucha mucho más abarcadora, que incluye la “guerra gaucha” pero también la que Mitre denominó “guerra de republiquetas” pero que no fue otra cosa que la “guerra de guerrillas” o de “montoneras”. Las regiones de Ayopaya, con José Miguel Lanza a la cabeza; La Laguna, donde acaudillaban Padilla y Azurduy; Larecaja, con el sacerdote Ildefonso de las Muñecas; Santa Cruz, con el porteño Ignacio Warnes; Vallegrande, con el español republicano Arenales; Tarija, con Eustaquio Méndez; Cinti, con José Camargo, y Salta, con Güemes. Todos ellos intentaban frenar a los realistas que recibían por el norte el apoyo logístico del Virreinato del Perú.
EL GENERAL NO TIENE QUIEN LE ESCRIBA
La misión que San Martín encomendó a Güemes, entonces, fue la de no darle tregua al Perú en el sur porque el gran capitán ya estaba ideando la campaña americana de liberación de Chile, vía el cruce de los Andes, y finalmente la liberación de Perú a través de una invasión por el mar. De esa manera, el Virreinato del Perú sería atenazado por los caudillos montoneros del teatro del Alto Perú y por las tropas del propio San Martín desembarcando en las playas de Paracas, cerca de Pisco.
Y Güemes cumplió con dignidad la tarea encomendada por San Martín. Líder popular, caudillo legítimo de la gauchada, se enfrentó a la oligarquía salteña que se mostraba siempre más reacia a los grandes sacrificios en nombre de la independencia que a los acuerdos con las tropas realistas. Víctima de constantes traiciones por las clases dominantes de esa ciudad, Güemes murió en el último avance realista en tierras de lo que unas décadas después será la Argentina como hoy la conocemos. Era hijo de su pueblo y no por casualidad fue el único general que cayó en combate durante la guerra de la independencia.
Pero una última felonía lo estaba esperando al gran caudillo montonero: el olvido. Durante prácticamente un siglo, su nombre fue palabra maldita para los dueños de la provincia norteña. Recién en las primeras décadas del siglo XX, su principal biógrafo, Bernardo Frías, y el poeta nacional Leopoldo Lugones, con su libro La guerra gaucha, lo rescatarán del ostracismo al que lo habían condenado sus enemigos políticos.
Guerrillero maldito para los poderosos de Salta. Defensor de la frontera norte argentina para los historiadores del país chico. Líder popular para los revisionistas del siglo XX. Hoy es tiempo de reivindicar a Martín Miguel de Güemes como lo que nunca debió dejar de ser: un caudillo americano, un hacedor de la Patria Grande.
No hay comentarios:
Publicar un comentario