La cuestión de la soberanía sobre el río Paraná, más de un año después, sigue siendo un tema central pendiente, de extraordinario valor estratégico, económico y, además, simbólico. Y a la vez un tembladeral.

Y es que el dizque "organismo de control" ha quedado ahora en manos del intendente de Escobar, Ariel Sujarchuk, de quien no se conoce experticia alguna para este cargo, aunque sí son públicos los innumerables cuestionamientos que recibió en los últimos años por derecha y por izquierda, publicados en muchos y muy diversos medios y por los más variados asuntos desde su enrolamiento con Sergio Massa en 2013. Lo cual no deja de ser coherente con sus antecesores, el fallecido Ministro de Transporte Mario Meoni y el actual Alexis Guerrera.

Como sea, la cuestión de la soberanía se convirtió en una bandera, un límite y un problema hasta ahora irresoluble, que esta columna abordó muchas veces y hoy cree que el gobierno nacional sigue sin leer bien.

Es claro que el problema es amplísimo y definitorio, y una incógnita para la ciudadanía en general, de todos los orígenes, domicilios y clases sociales. De hecho puede afirmarse que hoy medio país ignora cuán decisivo es nuestro río para la supervivencia misma de la Argentina, tanto política como económica y socialmente. Ignorancia que deviene, sin dudas, de la fuerza negadora del sistema mentimediático argentino, que es colosal y les permite lograr que esa mitad del país se desinterese y consienta, por ignorancia y por voto, prácticamente cualquier cosa.


Por eso es imperioso retomar el tema y esclarecer algunos hechos y/o medidas que no se toman o se toman mal, por confusas o taimadas, y que suman confusión y desaliento en un pueblo mayoritariamente empobrecido, con hambre y desaliento, y embrutecido no solamente por una derechización contumaz, sino también por la necedad y el oscurantismo de sectores supuestamente, o que debieran ser, progresistas.

Así, y hay que reconocerlo, los sectores entreguistas y el enorme poder de las transnacionales que de hecho son dueñas de nuestro río emblemático, han neutralizado todos los embates y hoy la soberanía parece por momentos una cuestión inacabada que llama a la resignación. Pero no es así, y es bueno recolocarlo en las plazas de la república, incluso subrayando que decir Paraná es decir no sólo el río en su transcurso de llanura sino también la enorme y fantástica costa atlántica, de 4700 kilómetros de costas y más de un millón de kilómetros cuadrados de plataforma submarina. Lo que también es decir puertos, astilleros, industria naval y la urgentísima y necesaria (aunque todavía nunca decidida) conexión marítima entre las provincias de Santa Cruz y Tierra del Fuego, clave fundamental no sólo para nuestro desarrollo y unidad territorial sino también para afirmar definitivamente nuestra soberanía austral. Lo cual incluye a las Malvinas y también a las Islas Sandwich y Georgias del Sur, que ya sería hora de que se les cambiara el nombre para llamarlas, por ejemplo, San Martín y Belgrano. O Yrigoyen, Perón o Kirchner.

La contemporánea batalla por la recuperación plena y absoluta del Paraná es una lucha por la soberanía. Que también compromete a hacer docencia, popular y escolar, para las nuevas generaciones a las que se deberá formar como ciudadanía reparadora del amor y el orgullo hoy destartalados por tener a más de la mitad de nuestro pueblo absurda e intolerablemente hambreado.

Claro que es dudoso esperar que estas decisiones las tome ahora nuestro gobierno, entrampado hoy por la supuesta "deuda" que se exige que paguemos quienes no la contrajimos, liberando y garantizando impunidad a los traidores que sí la pidieron y robaron. Y es penoso escribir esto sin grande esperanza, puesto que toda la imaginación gubernamental se redujo a los muy cuestionables decretos 949/20, 427/21 y 556/21, cuyos articulados, de retórica imprecisa y vaga, en esencia no cambiaron nada y sólo empoderaron ocasionalmente a políticos de orígenes ni nacionales ni populares ni soberanistas.

Tanto así es que hoy el "Ente Nacional" no parece incluir a los ríos Paraguay ni Uruguay, que son compartidos, ni asegura nuestra independiente y garantizada salida al Océano Atlántico, que hoy la Argentina no tiene. Y ni hablar del Canal Magdalena, del que desde hace meses nadie habla, ni siquiera quienes apadrinaron esa excelente idea. De hecho uno de los recientes anuncios es para dragar el Paraná Bravo y el Canal Punta Indio, que no son beneficiosos para la Argentina sino para las transnacionales dueñas de hecho de todos los puertos de la hermana República Oriental del Uruguay.

Así, se avecina una nueva realidad, que ya está aquí y en la que el Paraná seguirá siendo un límite ético y patriótico, a la vez que una extraordinaria pero aún frustrada fuente de divisas que el país tanto necesita. Porque la continuidad fluvial-marítima-portuaria será, ineludiblemente, la múltiple puerta de entrada y de salida de toda la riqueza estratégica que la Argentina ya puso en marcha hace medio siglo y con tanto éxito y proyección que las potencias mundiales se aplicaron a aplastar aquel país en el que la pobreza no llegaba al 8%, había pleno empleo, ascenso social consistente y un orgullo genuino por la "Industria Argentina" de aquella patria justa, libre y soberana que sólo era intolerable para las burguesías cipayas.

Sin dudas será difícil recuperar aquellos rumbos y dimensiones. Pero siguen estando ahí nuestros bienes subterráneos y de superficie, nuestras aguas benditas en toda su vasta extensión y la fabulosa costa de nuestro Atlántico Sur, Malvinas incluidas.

Es obvio que no tenemos un gobierno revolucionario, ni afecto a grandes decisiones. La moderación --tantas veces un mérito político-- en este caso parece jugar en contra. El reiterado manejo cipayo del Ministerio de Transporte, aunque ahora se cuidan más en lo que escriben, sigue invariable en su sometimiento y ya es evidente su rumbo hacia nuevas concesiones. Maquilladas, seguramente, pero más favorecedoras del poder concentrado multinacional que al servicio de nuestra nación.

Claro que la acción de la Administración General de Puertos y el actual cobro de peajes, así como unas pocas y oportunas intervenciones de la AFIP deteniendo algunos contrabandos, alientan esperanzas. Pero a sabiendas de que todavía el volumen general es pequeño, y que las provincias no reciben los sustantivos impuestos tan necesarios y urgentes.

Un año después, la Argentina sigue sin salida si no se organiza el control total del Estado sobre el comercio exterior. No es sólo la deuda nunca auditada, ni es sólo acabar con el sistema financiero maligno que desde Martínez de Hoz a la fecha y pasando por Cavallos, López Murphys y toda la caterva de chorros macristas, sigue intocada e intocable. La Argentina no controla el comercio exterior. No controla el ingreso y el egreso de divisas. No controla la epidemia de latifundios que son de los peores del mundo porque la mayoría está en manos de extranjeros. Basta ver el mapa de propietarios de la Patagonia

Nuestro país no tiene más remedio que estatizar todas las hidrovías, que son patrimonio original, histórico y político-económico fundamental para la recuperación y despegue de la economía al servicio del pueblo, que está tan harto como confundido y por eso sigue votando contra sí mismo.